El tan audaz como criminal ataque perpetrado presuntamente por Israel –aunque no ha sido reivindicado, se da por segura su autoría– contra las milicias de Hizbulá mediante la detonación de aparatos electrónicos está teniendo el efecto deseado por quienes autorizaron y ejecutaron la acción: elevar la tensión en Líbano y, en consecuencia, extender el clima de guerra en todo Oriente Próximo. Las explosiones, primero de miles de buscas y, un día después, de walkie talkies que portaban militantes de las milicias chiíes han provocado más de una treintena de muertos y miles de heridos en Líbano, provocando una sensación de vulnerabilidad inédita de Hizbulá que tardará tiempo en superarse. Al mismo tiempo, ha mostrado la inmensa capacidad de la inteligencia israelí para infiltrarse y atacar de manera letal mediante métodos no convencionales, así como la disposición del Gobierno judío, y en particular del primer ministro, Benjamin Netanyahu, de actuar una vez más de manera brutal y sin escrúpulos aunque vaya a causar la muerte de numerosos civiles, incluidos niños –lo cual podría considerarse crímenes de guerra–, por puro interés particular, que no es ya otro que mantener un estado de amenaza y guerra extendida a toda la región para agarrarse al poder ante la crisis de credibilidad también interna que padece. Primero fue la desproporcionada y criminal respuesta mediante la invasión y destrucción de Gaza a los también brutales ataques de Hamás del 7 de octubre del año pasado, que aún se mantiene y se intensifica, que a punto de cumplir un año se ha cobrado ya la vida de más de 41.000 personas; después, los ataques en Cisjordania; y ahora, en Líbano, donde ya se está produciendo un peligroso cruce de intensos bombardeos. Probablemente, las respuestas de Hizbulá proporcionen a Israel más argumentos para afianzar su relato de amenaza global a la que se ve obligado a responder. Se trata de una escalada para una guerra total que solo interesa a Netanyahu y que supone, objetivamente, un riesgo de conflicto incontrolable, donde poderosos actores pretenden también alimentar el odio y el enfrentamiento. Netanyahu sigue haciendo caso omiso a su ciudadanía, a la Justicia Internacional, a la ONU, a su eterno aliado Estados Unidos y a la dividida e inoperante Europa y pone en riesgo la paz y la estabilidad del mundo.
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