La diplomacia internacional tiene que asumir con firmeza que la crisis venezolana demanda una acción coordinada en busca de una solución y una presión explícita para impedir que las prácticas antidemocráticas de represión y hostigamiento por parte del régimen de Maduro se deslicen hacia un conflicto civil violento. No es tarea sencilla, pero una vez más, se dilata la coordinación de una estrategia de mediación que permita al país encarar un proceso de normalización de la actividad política y recuperación de los mínimos estándares democráticos. Es preciso explicitar que hoy Venezuela no cumple esos estándares, que el poder está siendo retenido ilícitamente en medio de una tormenta de acusaciones de fraude electoral tras una cita con las urnas en la que los únicos indicios de credibilidad sobre sus resultados han procedido de las actas publicadas por la oposición, que reflejan la derrota sin paliativos del presidente Maduro. En el pasado, la inconstancia en la acción internacional en demanda de garantías democráticas ha degenerado en dejadez y a cada episodio de esta naturaleza ha seguido un manejo espurio de la legalidad y las instituciones por parte del régimen para acosar, perseguir y debilitar a la oposición. En estos momentos, mientras se repite la misma estrategia, la intervención diplomática debe ser más firme, más constante y más resolutiva. La iniciativa conjunta de Colombia, Brasil y México mantiene el principio de no injerencia en asuntos internos pero su mediación no debe ceder a la indolencia ni aceptar que el pucherazo electoral profundice en una nueva campaña de violación de derechos y libertades en su vecino caribeño, que ya se ha cobrado al menos 24 vidas, más de un millar de detenciones y decenas de desaparecidos. En la política doméstica, no favorece en absoluto la apropiación del asunto como mecanismo de hostigamiento del PP al Gobierno español, como no lo hace el silencio de éste. La ciudadanía venezolana precisa de un compromiso internacional que blinde sus derechos y no de un pulso ideológico. Con irresponsabilidad supina, en nuestro entorno hay quienes se apresuraron a aplaudir a Maduro en la perpetración de su fraude electoral –las izquierdas españolas, federales y confederales, y las independentistas, con EH Bildu a la cabeza–. Señalar la ilegitimidad del régimen es un acto de defensa de la democracia para Venezuela.