Convertir el funcionamiento de las instituciones representativas del Estado en un espectáculo previsible y estéril es el mejor modo de alejar a la ciudadanía de la política y de desgastar los mecanismos de la democracia y su utilidad como fórmula para canalizar la divergencia y asegurar la convivencia. PP y PSOE están enzarzados ahora mismo en una guerra de comisiones de investigación que se sigue con decepción y casi desinterés ante la expectativa de que su única utilidad es la escenificación de las fortalezas de cada cual y las miserias ajenas. El PP está atrincherado en su mayoría absoluta del Senado para poner trabas al funcionamiento institucional y el PSOE responde con la mayoría precaria del Congreso en la misma medida. Ayer, el ministro socialista Óscar Puente admitía que las comisiones de investigación abiertas en ambas Cámaras para clarificar las irregularidades sobre la compra de mascarillas no llevarán a ningún lado por estar bajo investigación judicial. Sin embargo, se convertirán en un desfile de cargos de PSOE y PP con el que desgastar al rival sin que sirvan para ofrecer conclusiones fiable sin medidas útiles. Hace un par de semanas, el debate provocado por el Partido Popular en el Senado sobre la Ley de Amnistía fue una sesión organizada con claros tintes electoralistas y guionizada para convertir la futura norma en munición para crear en la calle el malestar en el que el partido de Núñez Feijóo se apoya infructuosamente en los últimos años para alcanzar el Gobierno del Estado. Nada de lo dicho en aquel debate y nada de los escenificado en las sesiones de control al Gobierno en el Congreso modifica un ápice las necesidades de la ciudadanía ni introduce ningún elemento de cordura en el debate territorial e ideológico en el Estado. Se convierten en escenario para exacerbar la negación de la diversidad, camuflar de igualdad un discurso homogeneizador, de insolidaridad todo lo que signifique distanciarse del pensamiento único y, en fin, para polarizar no ya ideológica sino socialmente para justificar la ausencia de propuestas contrastables que permitan formar una opinión pública razonada. Si se abandona el procedimiento democrático para gestionar la discrepancia y se usa para la inflamación de las emociones, el populismo habrá triunfado y la democracia perderá.