Seis meses después del cruel ataque de Hamás a Israel, saldado con más de un millar de muertos y 250 secuestrados, el Gobierno de Netanyahu ha desbordado todos los límites de la legítima defensa para intentar materializar de una vez por todas el objetivo histórico del sionismo radical, a saber: convertir en inhabitable Gaza para empujar al exilio forzoso a la cuarta parte de la población que no pudo expulsar en 1948 al objeto de ensanchar al máximo el Estado hebreo. La brutalidad de Israel, que se ha traducido en 33.000 vidas masacradas (la mayoría mujeres y niños) y en dos millones de personas desplazadas, a lo que añadir un cerco criminal que ha disparado la hambruna y las enfermedades, ha provocado por la presión internacional la reacción de EEUU, el tradicional aliado que ahora le exige un alto el fuego inmediato y la entrada sin restricciones de ayuda humanitaria, además de que renuncie a entrar a sangre y fuego en Rafah como remate de la ocupación total. Si la Administración Biden ha tenido que endurecer su discurso, en Israel aumenta de forma significativa la crítica al Ejecutivo de Netanyahu, con movilizaciones de fuste este fin de semana en torno básicamente a las familias de los rehenes. Ocurre sin embargo que la extrema derecha que sostiene al primer ministro no admitiría flexibilizar la posición y Netanyahu no quiere comprometer la coalición gubernamental porque entonces perdería su blindaje ante los casos de corrupción. Y en paralelo, el brazo armado de Hamás todavía contaría con 17.000 combatientes para seguir dando la batalla aunque Israel asegura haber matado a 13.000 guerrilleros de las brigadas Qasam, mientras el riesgo de escalada crece exponencialmente tras unos bombardeos de Israel en Beirut y Damasco que alimentan el extremismo de Irán. Tras seis meses de atrocidad, para visibilizar en Gaza una limpieza étnica en toda regla, es hora de que se imponga la compleja solución política, poliédrica y de largo alcance, por la que abogaría la actual presidencia estadounidense, la mayoría en la ONU y Europa, así como los países árabes posibilistas como Arabia Saudí: sustitución de Netanyahu al frente del Gobierno hebreo para procurar una praxis moderada de Israel, legitimación de la Autoridad Nacional de Palestina como interlocutor pragmático con apoyo internacional y reconocimiento pactado de un Estado palestino. Porque Israel no tendrá seguridad mientras Palestina no albergue esperanza y el conflicto sólo nutre el maximalismo salvaje, atentatorio contra los derechos humanos más elementales.