La evidente necesidad de evitar una oferta disgregada que divida el voto a la izquierda del PSOE ha servido para constituir la plataforma que agrupará en torno a Yolanda Díaz una sola lista para las elecciones generales de julio. Un movimiento que dista mucho de ser una confluencia programática o un proyecto compartido a la vista del protagonismo que ha tenido en la divergencia el desencuentro de personalidades protagonizado por la propia Díaz y su compañera de Gobierno Irene Montero. Podemos se ha sumado a la coalición forzada por las circunstancias y consciente de que ha dejado de liderar un colectivo de fuerzas al que no está en disposición de alinear a su voluntad tras el desplome sufrido en las últimas elecciones autonómicas y municipales del mes pasado. En este escenario, el encuentro de Sumar con el resto de fuerzas de izquierda ha sido un proceso de decantación por el que la lógica de la confluencia se ha inpuesto por efecto de la gravedad: han caído al mismo recipiente porque la división haría desaparecer a todos. En cambio, el encuentro con Podemos es fruto de un proceso que en química se denomina de precipitación. La necesidad imperiosa de convertir la suma de políticas líquidas en una oferta con alguna posibilidad electoral ha obligado a mezclar en la misma solución elementos diferentes que han dado lugar a un precipitado con aspecto de sólido. Pero es tan evidente el desencuentro personal y de los respectivos equipos políticos que esa solidez resulta inestable. Por delante tienen ahora diez días para presentar listas de consenso y Podemos se incorpora al proceso con la obligación de hacerse valer en puestos de referencia, muchos de los cuales están pactados ya entre el resto de fuerzas. Lo menos reconfortante para sus eventuales votantes es que ha quedado demasiado a la vista que hay un pulso de personalismos, una suerte de puertas giratorias que pasan por asegurar la continuación en el Parlamento español de quienes llegaron a la política con un halo de amateurismo romántico. La transformación del movimiento, de sus círculos, en una formación política al uso no tiene nada de negativo; es una fórmula contrastada en la democracia representativa. Pero la amalgama de corrientes y debates internos puede ser demasiado indigesta para ilusionar a sus votantes.