Israel está viviendo momentos cruciales en los que, tal y como advierte de manera descarnada la oposición y numerosos observadores, se está jugando la propia existencia de la democracia. La reforma judicial impulsada por el Gobierno de Benjamin Netanyahu ha sido el detonante de una oleada de protestas multitudinarias en las calles sin precedentes en el país. El motivo principal de las movilizaciones no es, sin embargo, únicamente la reforma de la justicia y tiene orígenes múltiples con el fuerte descontento social como telón de fondo. La interminable batalla judía contra los palestinos, con continuos y brutales episodios de violencia y represión, está haciendo mella también en la sociedad. Solo el pasado sábado, alrededor de medio millón de ciudadanos se manifestaron por todo Israel en la que se considera la mayor protesta de la historia del país. Hay que tener en cuenta que el Gobierno de Netanyahu es el más ultranacionalista y derechista de la historia de Israel. Constituido hace apenas dos meses y medio, en este corto periodo ha logrado unir a fuerzas políticas, intelectuales y empresarios en contra de sus medidas autoritarias. En el contexto de un país sin Constitución escrita, la reforma judicial que pretende Netanyahu se interpreta como una especie de golpe de Estado mediante el que el Gobierno amplía su control sobre la Justicia al modificar el sistema de selección de jueces al tiempo que reduce las capacidades de la Corte Suprema para revisar las leyes aprobadas por el Parlamento mediante una “cláusula de anulación”, así como otras medidas para evitar que el Supremo pueda inhabilitar a ministros del Gobierno. El golpe a la democracia que supone esta reforma es de tal calibre que incluso Lloyd Austin, secretario de Defensa de Estados Unidos –país tradicionalmente fiel valedor de Israel– advirtió durante su reciente visita a Tel Aviv que el país debe garantizar la independencia de la Justicia y rebajar la violencia contra los palestinos –ya se contabilizan cerca de 90 muertos en lo que va de año, los tres últimos ayer mismo–. Tras diez semanas consecutivas de protestas multitudinarias, Israel se encamina a los momentos clave en la aprobación de la reforma. La determinación de Benjamin Netanyahu, un halcón con cada vez menos escrúpulos, en llevarla adelante puede llevar al país a un régimen aún más autoritario alejado de las democracias occidentales.
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