ras más de siete horas de reunión enclaustrado con su ejecutiva en la sede de Génova, Pablo Casado no ha cedido a las presiones que le empujan a echarse a un lado con el objetivo de facilitar la celebración de un congreso extraordinario para elegir un nuevo líder como salida a la gravísima crisis abierta en el partido a raíz del enfrentamiento barriobajero con la presidenta de Madrid. Pese a que líderes como Núñez Feijoó o la propia Díaz Ayuso le señalaron ayer la puerta de salida con el indisimulado empuje del poderoso e influyente bloque mediático de derechas, el presidente del PP se ha atrincherado en la presidencia con la convocatoria, el próximo lunes, de la Junta Directiva Nacional, máximo órgano del partido entre congresos. La decisión ha sido adoptada por unanimidad del comité de dirección, presumiblemente con la idea de convocar el congreso que le piden sus críticos, un grupo cada vez más numeroso en el que se encuentran los barones con el presidente de Galicia al frente. Todas las miradas para ejercer el papel de salvador del partido están puestas Alberto Núñez Feijoó, que ayer se erigió en la autoridad moral llamada a cerrar la herida. Hay que recordar que ya fue tentado para cumplir con esta misión tras la moción de censura que desalojó a Mariano Rajoy del Gobierno español. Entonces no se atrevió y Casado llegó a la presidencia doblegando a Soraya Sáez de Santamaría. El presidente del PP no parece dispuesto a entregar su cabeza sin dar guerra. Este tiempo que ha ganado hasta el lunes le servirá para testar sus fuerzas y comprobar los apoyos que tiene, lo que augura más agitación y enfrentamiento y que según el manual de estilo de hacer política que viene exhibiendo el PP, se traduce en chantajes y amenazas como método para forzar la decantación en favor de una u otra opción, sin otro fin que la lucha por el poder puro y duro. En este contexto, ayer, Carlos Iturgaiz imploró por una salida imposible, la del reencuentro sin víctimas entre las dos partes enfrentadas en aras a preservar la reputación de la marca. Una petición desesperada consciente de que la división interna debilitará aún más a su sigla en Euskadi. Como en Catalunya, donde el PP va a a rebufo de Vox y es residual. Esta debilidad de la derecha española en territorio vasco y catalán es otra demostración del fracaso de una estrategia que pretende enhebrar la política en el Estado por el estrecho ojo del alfiler madrileño.
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