l arranque el pasado viernes de la campaña electoral en Castilla y León y la actividad y los mensajes de los grandes partidos, con sus líderes a la cabeza, están confirmando los presagios de que nos encontramos ante una forma de perversión del sistema democrático en la que los intereses más generales -algunos más legítimos que otros- de algunas formaciones se están poniendo por encima de los de la ciudadanía de esa comunidad. La constatación de que la carrera hacia el 13-F se ha iniciado sin que la mitad de los partidos tengan aprobado su programa electoral es prueba evidente de ello. Ya el adelanto electoral decretado por el popular Alfonso Fernández Mañueco a su plena conveniencia era un indicio claro de las intenciones con las que se enfrenta el PP a estos comicios. El presidente castellano-leonés parece estar dando los mismos pasos que dio en Madrid su compañera Isabel Díaz Ayuso en mayo del año pasado: precipitar las elecciones en el momento más inoportuno para el resto de formaciones, centrar el grueso de los mensajes en ataques al Gobierno de Pedro Sánchez y, con este mismo objetivo y de acuerdo con Génova, poner en marcha políticas y propuestas de corte populista. En definitiva, hacer de estos comicios autonómicos una especie de ensayo de unas próximas generales y de nuevo trampolín para Pablo Casado en su estrategia de constante desgaste de Sánchez y de asalto a La Moncloa. Pero Mañueco no es, ni mucho menos, Ayuso. El PP no esconde, en todo caso, su objetivo. El propio Casado reiteró ayer mismo que las elecciones de Castilla y León “son un match point para Sánchez”. No cabe duda de que los populares, tras el éxito que obtuvo Díaz Ayuso -cuyo modelo Mañueco no pierde ocasión de alabar- quieren añadir otra muesca en el desgaste de Sánchez. Ello está llevando a que las cuestiones a debate y los discursos para activar la participación se estén centrando, lamentablemente, en un ámbito general en el que el voto ciudadano no tiene capacidad de incidir, sencillamente porque su alcance y objetivo es otro. Pese a ello, las formaciones de la derecha mantienen una estrategia éticamente reprobable, hurtando los debates sobre los que sí debería girar la campaña. El resultado en las urnas de la, en algunos casos, artificial proliferación de candidaturas de la llamada España vaciada podría ser un toque de atención sobre esta nueva adulteración electoral.