i “mirar para otro lado” ante la violencia pudo haber sido una actitud más o menos frecuente en el pasado en la sociedad vasca -si bien no tan generalizada como se pretende ni exclusiva de un sector social o ideológico-, en la actualidad su secuela podría ser la desmemoria o, en su defecto, la memoria selectiva y el blanqueamiento de personas y hechos vinculados con actuaciones de tipo violento que han protagonizado nuestra historia reciente. La elección ayer de David Pla, exjefe de ETA durante los últimos años, como miembro de la dirección de Sortu en calidad de responsable del Marco de Orientación Estratégica y vicesecretario general tercero -es decir, su número tres- es una prueba de esta intención de lavar el pasado normalizando su figura en el presente. No se trata de cuestionar la legitimidad de Pla, como ciudadano libre que es tras cumplir las condenas que le han sido impuestas, de participar en la vida política. Tampoco de rebatir la importancia de su papel en el proceso que llevó al fin de la violencia y a la desaparición de ETA. Pero desde el punto de vista ético, no puede soslayarse su responsabilidad, como dirigente de la organización terrorista, en una estrategia y actividad violenta que ha incluido múltiples asesinatos y, por ello, el dolor que para las víctimas y gran parte de la sociedad vasca supone su mutación hacia la política activa. Más aún cuando no ha hecho autocrítica ni ha reconocido de manera clara y suficiente el sufrimiento causado y menos aún lo ha reparado o ha contribuido al esclarecimiento de crímenes de ETA aún sin resolver. El problema, además, es que el caso de Pla no es único en estas maniobras de blanqueamiento. En los últimos días, las campañas emprendidas por sectores próximos a la izquierda abertzale en favor de la “libertad creativa” del también exdirigente de ETA Mikel Antza por el hecho de que ha tenido que declarar ante el juez sobre su posible implicación en el asesinato de Gregorio Ordóñez, o las peticiones a las instituciones para el reconocimiento público de José Luis Álvarez Enparanza Txillardegi, escritor, lingüista y exfundador de ETA, abundan en esta estrategia de pretensión de desmemoria. Los intentos por olvidar o tapar parte de la historia personal o colectiva no conducen más que a un relato virtual y falso que añade dolor a las víctimas y frustración a la sociedad.
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