a virtual toma de Kabul por parte de las milicias talibanes, tras una ofensiva relámpago en la que han tomado literalmente todo Afganistán sin apenas resistencia del Ejército gubernamental, es solo un capítulo más de un estrepitoso fracaso de la comunidad internacional tras veinte años de presencia militar y diplomática en el país. Un capítulo en el que dados los antecedentes y los objetivos de los talibanes -que pasan por la “restauración” de un califato de corte obviamente fundamentalista-, es más que probable que lo peor esté aún por llegar para la población civil y, sobre todo, para las mujeres. Durante las últimas dos décadas tras la derrota talibán gracias a la intervención de EEUU y la Alianza del Norte debida a los atentados del 11-S, Afganistán ha vivido una especie de paréntesis en el que se ha intentado potenciar su modernización y desarrollo y ha recuperado algunas instituciones de inspiración democrática. Una etapa de guerra más o menos soterrada, salpicada de cruentos atentados y ofensivas y demasiado costosa en términos humanos y económicos para los norteamericanos y sus aliados. El resultado no podía ser otro que algo parecido a un estado fallido. Desde que el nuevo presidente de EEUU, Joe Biden, anunciara el mes pasado su retirada del país para el 31 de agosto, la ofensiva talibán ha sido demoledora al no contar ya el Ejército afgano con el potencial aéreo que mantenía a raya a los fundamentalistas. Es la crónica de una derrota literalmente anunciada, a la que no es ajeno el pernicioso acuerdo alcanzado con los talibanes por el exmandatario Donald Trump en 2020. Consumado ya el desastre que echa por tierra todas las conquistas alcanzadas, Afganistán se asoma al abismo al que puede llevarle la radicalidad islamista. Aunque los talibanes pretenden mostrar ahora cierta moderación -entendida siempre desde el fanatismo-, nada hace sospechar que una vez tengan el poder y el control absoluto vayan a renunciar a imponer por la fuerza más brutal su versión más rigurosa del islamismo fundamentalista, castigando especialmente a las mujeres. Un escenario intolerable, que además podría extenderse y espolear a otros grupos yihadistas. Mientras, la población civil se refugia o huye aterrorizada, lo que está llevando a un éxodo masivo y a una mayor crisis humanitaria de refugiados. La esperanza en Afganistán se desvanece ante la impotencia e inoperancia internacional.
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