l encarcelamiento del rapero Pablo Hasél, condenado en sentencia firme a nueve meses de cárcel por enaltecimiento del terrorismo e injurias y calumnias contra la monarquía y otras instituciones del Estado español, ha generado un legítimo -y necesario- debate sobre la libertad de expresión y sus límites, así como sobre la inclusión en el Código Penal de los delitos de esta naturaleza y la sobreprotección legal de determinados representantes institucionales, en especial la Corona. Todo ello ha llevado también a diversas manifestaciones de protesta, también legítimas siempre que se realicen bajo las condiciones establecidas, incluidas las medidas anticovid -no siempre respetadas-, y se desarrollen de manera pacífica. No ha sido así en todos los casos. Los incidentes, muchos de ellos graves, agresiones y enfrentamientos con la Policía se han sucedido en las calles de varias ciudades, especialmente en Barcelona, Madrid y Valencia, durante varios días. La violencia callejera, en ocasiones alentada o cuando menos justificada y tolerada de manera irresponsable por diversos representantes políticos, y la agresión a los agentes de seguridad -a los que incluso se llega a criminalizar por el uso de la fuerza para impedir los altercados y ataques-, es condenable, rechazable y deslegitima las motivaciones de reivindicación de presuntas libertades bajo las que se esconde. Pudo comprobarse ayer mismo en Bilbao, donde algunos sectores quisieron importar y reproducir los métodos utilizados en otros lugares del Estado, con quema de contenedores y lanzamiento de objetos. La imagen que mejor ilustra la falsedad que se esconde bajo el eslógan de la presunta exigencia de libertad de expresión como la entienden algunos es la de un encapuchado agrediendo impune y cobardemente por la espalda a un fotógrafo de Deia que estaba haciendo su trabajo en el ejercicio real de esa libertad de expresión en las calles de la capital vizcaína. Eso es puro fascismo. Como lo es tomar las calles por la fuerza y perpetrar actos vandálicos contra el mobiliario urbano y atacar a la Ertzaintza. Estos actos -como las pintadas insultantes y amenazantes- precisan de una condena pública rotunda y clara por parte de todas las formaciones. Sin las consabidas excusas conceptuales o terminológicas. Nunca la verdadera libertad se puede defender desde el liberticidio.
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