La culminación del proceso interno de elaboración de candidaturas en el primer partido de Euskadi, EAJ-PNV, incluyendo la designación de las cabezas de lista -Iñigo Urkullu (Araba), Lexuri Arrizabalaga (Bizkaia) y Bakartxo Tejeria (Gipuzkoa)- y su contraste con la agria polémica interna por la destitución desde Madrid de quien era el candidato del PP, Alfonso Alonso, y su relevo por Carlos Iturgaiz, resultado de la imposición desde la ejecutiva “nacional” que preside Pablo Casado de las listas a presentar en las elecciones vascas, confirma la relevancia de los modelos -y modos- de designación utilizados por los partidos en la calidad del sistema democrático de representación política. Aun si la estructura orgánica que controla los partidos tiene en todos ellos un papel esencial, incluso determinante, en las propuestas que se presentan a la militancia y se dan incluso -como en el caso de Ekarrekin-Podemos- situaciones en las que el proceso de designación de candidaturas revela la existencia de dos corrientes o contrapesos (a veces de origen ideológico pero no necesariamente), la participación de los militantes, sea de modo directo o a través de un procedimiento asambleario, en la elección de quienes deben representar a las formaciones políticas en las instituciones públicas añade un mayor control previo a todo el sistema democrático. En primer lugar, matiza la siempre evitable verticalidad en las decisiones que se ha hecho patente en el PP, donde ni su delegación vasca ni mucho menos los militantes de esta han podido participar o influir en la plasmación en las listas de un acuerdo cerrado con intereses ajenos no ya a la sociedad vasca sino incluso a los propios intereses políticos del PP en Euskadi, supeditados a la conveniencia de Génova o, más concretamente, al diseño político que, desde el entorno de José María Aznar, pretende concentrar en el PP a todo el espectro de la derecha, de Ciudadanos a Vox. En segundo lugar, el refrendo de los candidatos por las bases de los partidos permite al mismo tiempo que estas se renueven para seguir siendo reflejo fiel de la realidad de la sociedad y por tanto de sus inquietudes. Un ejemplo nítido es la cada vez más profusa presencia femenina no ya en las listas definitivas, que deben guardar la proporción señalada por la Ley de Igualdad, sino encabezando las mismas.
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