Como parecía previsible, y por otra parte irremediable, Donald Trump afronta reforzado y exultante el último tramo de su primer mandato y, lo que es aún más importante y preocupante, parece contar con todo a su favor para lograr la reelección como presidente de los Estados Unidos en los comicios que se celebran este año. Como resulta obvio, esta situación de ventaja por parte de Trump no es en todo caso debida a méritos propios, sino que hay que tener muy en cuenta también las cuestionables decisiones y actuaciones de sus rivales demócratas, que se hallan en un momento de alta debilidad que objetivamente beneficia al líder republicano. La esperada absolución dictada por el veredicto del Senado en el impeachment o juicio político seguido contra Trump bajo las acusaciones de abuso de poder y de obstrucción al Congreso por sus presiones a Ucrania para que anunciara una investigación contra su rival y el escandaloso ridículo protagonizado por los demócratas en los caucus de Iowa han servido a Trump para relanzar su imagen triunfadora, redoblar las críticas contra sus adversarios hasta ridiculizarlos y volver a presentarse como la única opción viable para salvar a América. Es cierto que se daba por descontado que el resultado del impeachment iba a exonerar a Trump, por cuanto la mayoría republicana en el Senado era abrumadora, pero el Partido Demócrata ha fracasado -sin olvidar los obstáculos, presiones y amenazas del presidente para mantener prietas sus filas- en su intento de, al menos, convencer a un número significativo de republicanos o a la opinión pública. El partido opositor deberá analizar si, más allá de su legítima y hasta loable denuncia de las trapacerías del presidente, su estrategia ha sido acertada. Los demócratas necesitan mucho más que gestos más o menos inocuos -como el fallido proceso de destitución o la imagen protagonizada por la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, rompiendo el acertadamente calificado como “sucio” discurso de Trump sobre el estado de la Unión- para acabar con la era política del magnate, que incluso se ha permitido despedir con total impunidad a dos altos cargos que declararon contra él en el Senado. Sin un líder claro, dividido y debilitado, el Partido Demócrata debe fijar sus prioridades, concretar sus políticas y reorientar su estrategia si quiere alcanzar la presidencia de EEUU.
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