En apenas cuatro semanas Antonio Garamendi ha demostrado querer ser patrono de patronos en la sociedad del espectáculo. Subió al escenario, como nuevo presidente de la CEOE, a los acordes de la simbólica canción The times they are a-changin (Los tiempos estás cambiando) compuesta por Bob Dylan en 1964 que era toda una declaración de intenciones del espíritu que movía a una generación de jóvenes que querían cambiar el mundo, que querían cambiar las reglas y derribar las barreras que sus mayores habían puesto en su camino: Vuestro viejo camino es ya una ruina; Dejad libre el nuevo si no tendéis la mano; Porque los tiempos están cambiando, rezaba una de sus estrofas.

Hacer uso de las notas musicales y palabras del aquel joven compositor y poeta, que tenía tan solo 22 años, puede invitar a creer que reflejan el estado de ánimo del patrono de patronos. Pero semejante imagen es todo un espejismo. En realidad, Garamendi está en las antípodas de aquella generación que cuatro años más tarde protagonizó la revolución parisina en mayo del 68. Claro que, bien mirado y para ser correctos con el desenlace de aquella gesta estudiantil, sus protagonistas han sido quienes abrieron las puertas al neoliberalismo que se presenta como rebelde y defensor de la libertad frente al orden burocrático establecido que defiende y financia un estado de bienestar universal y solidario. Toda una paradoja que les convierte en los herederos de la protesta de los años 60.

Como pedía la mencionada canción de Bob Dylan, Acérquense y júntense, gente, dondequiera que estén, algo similar quiso decir Garamendi bajo el disfraz musical y ante un auditorio que, previamente, le había aclamado como nuevo presidente de la CEOE. Acérquense porque “es el momento de hablar de principios. Cinco principios que quiero que giren en torno a la letra E: España; Empresa; Encuentro; Evolución y Espíritu”. Y habló de “lealtad a la corona” o “crear riqueza, puestos de trabajo, bienes y servicios”, pero no dijo para qué. He aquí el primer obstáculo para creer en sus palabras.

En este punto, un día más recurro a las reflexiones e ideas de uno de esos personajes excepcionales que han hecho posible el crecimiento económico vasco desde los lejanos y revolucionarios años 60. Se trata de José Antonio Garrido, cuya visión empresarial se puede resumir cuando dice: “Decir que la misión de la empresa es crear riqueza exige decir para qué. Lo decíamos: para financiar el futuro y remunerar adecuadamente al accionista, para que los empleados mejoren su calidad de vida, para que los clientes reciban el producto mejor en calidad-precio, para que los suministradores compitan en igualdad de condiciones y para que la sociedad se beneficie de la actividad de la empresa en múltiples aspectos”.

Creo que semejante exposición no necesita de argumento alguno para ser compartida por todos, sean empresarios o trabajadores. Empleadores o empleados. Por ello, sorprende (es un decir) cuando Garamendi, después de defender el diálogo social y asegurar que “el empleo es el bien más preciado y el que más dignifica a una persona”, cuatro semanas más tarde se muestre sorprendido, indignado y preocupado ante por la ruptura unilateral del diálogo social que representa el preacuerdo suscrito entre el Gobierno y los sindicatos UGT y CCOO, para derogar en las próximas semanas distintos aspectos de la reforma laboral aprobada hace casi siete años (10.02.2012).

Asegura que “la paz social es la mayor infraestructura de un país”, pero no parece dispuesto a revertir una situación, creada por el influjo empresarial con la coartada de la crisis, que ha empobrecido a buena parte de la sociedad española a la que dice servir. “Nuestra vocación es el diálogo, pero no puede ser con ruedas de molino”, señalaba la pasada semana en la Cámara de Comercio de Bilbao. Aquí reside uno de los problemas que explican la falta de entendimiento entre empresarios y sindicatos cuando se trata de temas nucleares: buscan el consenso de una estrategia, sin antes compartir el diagnóstico real de una situación.

El nuevo patrono de patronos se mueve bien en la sociedad del espectáculo, pero carece de ese mínimo de sensibilidad y humanismo que harían más fáciles las cosas. Mal comenzamos; si quiere, señor Garamendi, le mando la letra de la canción de Bob Dylan.