pamplona - “Cuando tenía 12 años, allá por 1935, cada mes mi padre me daba el taco de afiliados de ELA para hacer los recibos, ya que ostentaba el cargo de tesorero de la unión local de Aretxabaleta. Recuerdo que partidos y sindicatos colocaban avisos en una pared de un garaje; y mi padre me decía que le informara de los comunicados de ELA, escritos en papel verde claro con tinta azul oscura. Ya desde niño me fui interesando por ELA”. Así recordaba Valentin Bengoa sus primeros contactos con el sindicato durante el homenaje que se le realizó en el 13º Congreso el 23 de enero de 2013, cuando también se le entregó una vara y el título que compartió: Bidelagun, compañero de camino.
Este jesuita e histórico de ELA falleció ayer por causas naturales a los 94 años, y hoy serán los funerales a las 18.00 horas en el santuario de Loiola. Nacido en Aretxabaleta en 1923, se incorporó de muy joven a la Compañía de Jesús y, tras estudiar en Durango, Javier, Loiola y Oña, pasó varios años en Nicaragua, Venezuela y en el norte de África hasta que fue destinado a Loiola en los 50. Allí se le encomendaron responsabilidades de apostolado, principalmente entre los jóvenes.
“Los viejos solo podemos decir a las nuevas generaciones que hagan lo que hicimos nosotros: haced lo que os dé la gana”, dijo en aquel Congreso de 2013. El presidente de la Fundación Manu Robles-Arangiz, Xabi Anza, recordaba ayer que “quizá su principal aportación como sindicalista fue constituir un grupo de jóvenes en los 60 que con el tiempo se hizo de izquierda, sindicalista y abertzale”. Su núcleo principal se situó en el Urola, que protagonizó desde 1974 y con el liderazgo de Alfonso Etxeberria la conexión con la dirección de ELA en el exilio, teniendo lugar “su expresión orgánica y organizativa en el 3º Congreso de 1976”, contó Anza.
Al legalizar el sindicato tras la muerte de Franco, Bengoa mostró su decisión de no participar en los órganos del sindicato, pero estuvo vinculado al departamento de publicaciones y de formación. Ayudó, desde su talla intelectual, a dar forma y a convertir en línea editorial la reflexión colectiva del sindicato. En el inicio de los 80 intensificó su relación con sus compañeros jesuitas latinoamericanos. “El contacto con la teología de la liberación le transformó como creyente, como sacerdote, y como militante sindical”, contó Anza. Bengoa admiró y reconoció al maestro jesuita Miguel Elizondo y la teología que nació con Gustavo Gutiérrez en los 60. “Con el cambio de siglo su presencia en la sede en Bilbao menguó, pero cada lunes, hasta esta misma semana, telefoneaba y hablaba con Joxangel Ulazia, del departamento de formación, para que le trasladase los principales hitos de la coyuntura social y política”, señaló Anza.
En su homenaje de 2013, Bengoa agradeció “el trabajo de los sindicalistas anónimos sin ambición personal y con disponibilidad; y a las mujeres por saber reivindicar con dignidad el derecho” y ensalzó “la función de los piquetes”. “A un sindicalista le ponen las dificultades porque no abandona nunca y porque es un optimista estratégico. Las batallas, a veces, se pierden pero la guerra es nuestra: la ganaremos”, se despidió Bengoa de una militancia entregada.