La mayoría de los medios de comunicación, los habituales analistas políticos (hoy en boga como politólogos y tertulianos), las empresas demoscópicas y, sobre todo, los ciudadanos que no optaron por las opciones ganadoras (el Brexit y salida negociada del Reino Unido de la Unión Europea, la Presidencia de Trump en los Estados Unidos de América, el no al refrendo de las reformas políticas italianas de Renzi, la no ratificación del Acuerdo de Paz en Colombia?) y el temor a una generalizada sensación o mensaje de negativas consecuencias de contagio hacia lo que se identifica como una vuelta a “determinados populismos”, a la involución hacia dentro de casa en detrimento de una globalización que parecía haber llegado para instalarse en nuestras vidas sin matiz alguno, llevarían a preguntarnos ¿en qué hemos fallado quienes proponemos otras soluciones a las demandas y necesidades sociales? O ¿en qué medida está la responsabilidad en nosotros y no en quienes ofrecen “lo nuevo”, explicitado o no, creíble o no, fundamentado o no, para afrontar los problemas reales y a trabajar en la dirección correcta?

Esta semana he tenido la oportunidad de compartir con colegas de múltiples nacionalidades y actividades profesionales, diversos foros de trabajo, tanto académicos como empresariales y de elevada interacción público-privada. Más allá de ideologías y simpatías sobre los temas mencionados, existe una importante preocupación por la incierta y escasa predictibilidad de un futuro que se antoja cada vez más complejo, por la necesidad de liderazgos reales y fiables y de pautas de comportamiento social y colectivo que ayuden a transitar el nuevo espacio de normalidad en el que al parecer nos encontramos. Y en esta variable mezcla de situaciones, he querido trazar un hilo conductor entre diferentes valores y conceptos que suponían una base compartible y que hoy son, precisamente, los factores clave de la discordia.

Horas más tarde, en mi cita anual en Harvard con amigos y colegas estudiosos y responsables del diseño y ejecución de estrategias y políticas de competitividad, co-creación de valor empresa-sociedad y desarrollo económico y regional, participábamos de la enriquecedora experiencia de investigaciones, planes y políticas que en el marco de nuestra red (Orkestra, desde Euskadi, es miembro activo y referente en la misma) se vienen desarrollando a lo largo del mundo (más de 100 países y regiones presentes). Y así, al hilo de conceptos clave que acompañan estas materias, la productividad afloraba como un indicador significativo cuya correcta comprensión y mejor aplicación ha de ponerse al servicio del bienestar de los ciudadanos. Productividad empresarial y productividad socioeconómica, institucional y de capital social y humano al servicio de los países implicados. No podía menos que hilar las reflexiones de la obra de arte antes mencionada con la relevante aportación de la Competitividad al Desarrollo Humano. Y me preguntaba: ¿Qué tan productiva es nuestra democracia en curso?, ¿cuál es el rol que la competitividad ha de jugar en la pedagogía y liderazgo en el escenario actual?

Por tanto, no resultaría extraño, aquí, saber que si pretendemos que los resultados electorales esperables se parezcan a “nuestra racionalidad”, hemos de actuar en consecuencia. Si quienes queremos sociedades justas, participativas, igualitarias, no somos capaces de demostrar que son objetivos y compromisos reales y no simples declaraciones temporales, difícilmente lograremos convencer que nos encontramos en “el menos malo de los sistemas”, y dejaremos no solo en manos de la demagogia sino de la voluntad de experimentar nuevos caminos a quienes no encuentran respuestas en el modelo propuesto.

Hemos hablado en estas páginas en repetidas ocasiones de Europa. No reacciona. Las mismas recetas, los mismos dirigentes alejados de la elección y control democráticos reales en una larga y sucesiva cadena de repartos bipartidistas bajo la ya manida alternancia que, lejos de favorecer opciones diferenciadas y asumir riesgos de largo plazo con proyectos innovadores, se auto protege para proponer programas únicos con cambio de nombres.

No es de extrañar ni el Brexit, ni el no de Italia, ni la nueva ola francesa, ni la vergüenza migratoria. No es de extrañar, tampoco, que demasiadas voces estadounidenses apoyen la opción que han elegido. Por no hablar, hoy, de la renovada presidencia española por quien fuera rechazado por toda la oposición y cuyas políticas prometían desbaratar en los primeros cien días (que no sorprenda a nadie que mañana surjan nuevas corrientes de castigo). Acomodarse al statu quo para garantizar la confortabilidad no elimina los verdaderos problemas. Los problemas y demandas sociales exigen afrontarse y ofrecer soluciones. Ni hay atajos, ni es cuestión de acomodarse al discurso mediático esperable.

Pero dicha “democracia productiva” exige credibilidad y legitimidad, combustible que se gana con discursos firmes, compromisos reales, ejemplos constatables y, sobre todo, entendiendo los conceptos y lo que, en verdad hay detrás de cada palabra y propuesta que se formula. Vivimos una nueva realidad, nuevas demandas, nueva complejidad. También nuevas exigencias.