sin hacer ruido y tras más de siete meses de negociaciones, la multinacional alemana Siemens ha cerrado y firmado los documentos para absorber los activos de Gamesa, dando paso al mayor fabricante del mundo de molinos eólicos. La fusión a dos, negociada a tres bandas porque Iberdrola, accionista de referencia de la empresa vasca (19,7%), ha desempeñado un papel clave, ha sido bien recibida a nivel político, porque, según Arantxa Tapia, “es una oportunidad para el posicionamiento de la industria vasca en el mundo”. También los mercados financieros ‘bendicen’ el acuerdo con una subida del 5,61% en la sesión bursátil del viernes, mientras se pone en valor aspectos como la existencia de una cartera de pedidos por valor de 20.000 millones de euros.

Todo, por tanto, parece ir sobre ruedas. No obstante, conviene señalar algunos aspectos de la fusión que, en principio, favorece los intereses financieros y objetivos de Siemens, al controlar el 59% de la nueva empresa y añadir un 5,4% del mercado eólico al 8,1% que ya tenía y lo hace justo donde la firma alemana era más débil, el negocio terrestre y los países emergentes (Sudamérica, China e India). Para ello, saca la cartera y abona 3,75 euros por título a los accionistas de Gamesa con lo que Iberdrola se asegura unos ingresos de 206 millones de euros y su participación en la nueva compañía rondará los 800 millones de euros (8,1%) garantizando considerables plusvalías latentes, habida cuenta que la cotización de Gamesa ha subido un 26% desde que se hizo público el proceso de negociación (28 de enero).

Por otra parte, Iberdrola ha firmado un pacto parasocial con Siemens, en el que además de regular distintos aspectos para salvaguardar los términos de la fusión, se regula el gobierno corporativo de la nueva empresa, cuya presidencia estará bajo el control de la firma alemana al ser mayoritaria en el consejo de administración. Ahora bien, ante un hipotético incumplimiento de los compromisos de estabilidad firmados por ambas empresas, la eléctrica vasca podrá exigir que la alemana compre sus acciones en la nueva Gamesa al mayor precio entre dos alternativas: por un lado abonando 22 euros por cada título, que reportará a Iberdrola una plusvalía superior al 20% respecto a la cotización del pasado viernes, y, por otro lado, con una prima del 30% sobre el precio de cotización al cierre del mercado en el día en que se produjo el incumplimiento.

No se trata de cuestionar gratuitamente un acuerdo que cuenta con todas las bendiciones, sino de establecer una duda razonable respecto al futuro de la empresa eólica vasca que, como señalaba en estas páginas el pasado 1 de febrero, “goza de una estructura financiera saneada, ha duplicado en 2015 sus beneficios respecto al año anterior, según los datos oficiales, y es todo un referente tecnológico en su sector”. Añadiendo que su principal accionista, Iberdrola, tenía que aclarar “si mantiene su compromiso de país o prefiere el negocio y la especulación”.

Vivimos una época convulsa e incierta. La crisis económica ha abierto muchas heridas, pero las multinacionales han mantenido su estrategia expansiva, incluso la han aumentado, hasta el punto de que, como adelantó J. K. Galbraith en El nuevo estado industrial (1967), “las grandes corporaciones se convertirían en la unidad económica estratégica de mayor significado y entidad en el mundo”. Se trata de un poder económico que llega a controlar la capacidad de decisión política en muchos países y, con ello, también controlan el desarrollo de la vida de las personas, como muy bien pueden atestiguar los trabajadores de ArcelorMittal en Sestao o Zumarraga.

Mis deseos, no obstante, se centran en que mis temores sean infundados.