no hace ni dos años que la industria petrolera norteamericana era un gran éxito que permitía desarrollar zonas enteras del país casi despobladas hace una década y devolvía su empuje económico a Texas, el estado que descubrió el oro negro a principios del siglo XX.

Lejos quedaban los temores de escasez y los recuerdos del boicot petrolero de la OPEP, que repetidamente había amenazado durante decenios al mundo occidental con cortes de suministro: las nuevas tecnologías del fracking, que permiten obtener petróleo de los esquistos, cambiaron el panorama completamente.

La técnica había empezado ya antes con extracción de gas, pero luego se extendió al petróleo y permitió recuperar campos abandonados en zonas tradicionales como Texas, además de abrir nuevas perspectivas en muchos otros lugares, especialmente Dakota, donde la situación era semejante a la de la fiebre del oro en California en el siglo XIX.

Por todas partes surgían ciudades nuevas y la construcción era febril para alojar a los miles de trabajadores que ganaban buenos sueldos para extraer el petróleo.

No eran sólo las grandes compañías petrolíferas, sino que fue una auténtica muestra de democracia económica: miles de pequeños empresarios participaban en la bonanza. Gracias a las ayudas financieras del gobierno, conseguían interesar a inversores particulares que participaban directamente, a veces con poco más de 10.000 dólares, en la perforación y explotación de pozos.

En algunos casos, la rentabilidad era espectacular y los inversores recuperaban el dinero invertido en poco más de un año. Pero esta democracia económica funcionó en las dos direcciones: cuando el precio del crudo empezó a bajar a mediados de 2014, los beneficios se redujeron y la fiebre del oro negro dejó ciudades abandonadas en Dakota y empresas quebradas en todo el país.

Las pérdidas económicas no son el único problema, porque muchos de estos petroleros no se dan por vencidos y siguen extrayendo, con lo que se acumulan los excedentes de crudo. La primera solución la buscó el Congreso al anular una ley promulgada en la época de escasez, que prohibía exportar petróleo, pero el alivio fue mínimo porque los excedentes son mundiales.

En espera de tiempos mejores, los productores norteamericanos guardaron primero estos excedentes en depósitos subterráneos, pero estos almacenes, cavernas de sal, están ya a rebosar, de forma que han echado mano de otro recurso: vagones cisterna de los trenes que antes transportaban este petróleo por todo el país.

Es una buena combinación, porque sobra de todo: Los propietarios de los trenes tienen aparcados nada menos que 20.000 vagones que antes dedicaban al transporte de petróleo. Es una fórmula más cara que los depósitos subterráneos, pues en vez de 0.25 dólares cuesta 0.50 mensuales por barril, pero todavía costaría más almacenar el crudo en buques cisterna, donde por lo menos les costaría 0.75 dólares.

500 millones Para hacerse una idea de las magnitudes, los inventarios de crudo norteamericano superaron los 500 millones de barriles a finales de enero algo que no ocurría desde 1930 y para guardar este petróleo, se necesitan muchos trenes pues cada vagón puede almacenar de 500 a 700 barriles.

Es una crisis de excedentes que lleva ya casi dos años, nadie sabe cuánto puede durar ni la gravedad de sus consecuencias. Estados Unidos es desde 2012, cuando sobrepasó a Arabia Saudí, el primer productor del mundo. Muchos temían ya entonces que los saudíes trataran de eliminar la competencia con una guerra de precios, aprovechando la ventaja de que el petróleo saudí está en la superficie de sus grandes desiertos y en campos muy grandes y su extracción en el desierto cuesta probablemente la décima parte que la obtenida mediante el fracking.

Es algo que ya había ocurrido otras veces, pero esta ventaja natural de los saudíes ya no es tan grande: es cierto que sus costos de producción son muy bajos, pero también es cierto que el petróleo es la única industria del país y ha de financiar los grandes costos sociales de una población que ha pasado de 4 a 28 millones de habitantes desde 1960. Tradicionalmente, Arabia Saudí aumentaba o reducía su producción para mantener un nivel de precios aceptable, pero esta opción ha desaparecido con la competencia de Estados Unidos, a los que se suman Rusia e Irán para inundar el mercado.

Los economistas norteamericanos advierten que, esta vez, el exceso de crudo es más grave que el de 1986 (cuando el crudo pasó de 28 a 10 dólares por barril) y se parece más bien al de 1930, en la época de la Depresión: no es consecuencia sólo de un exceso de producción, sino del frenazo económico de China y del Tercer Mundo y llega en un momento inoportuno, cuando el mundo aún no ha salido de la grave crisis de 2008.

En lugar del impulso económico que generalmente provoca la energía barata, temen que ahora produzca deflación e inestabilidad política en países como Arabia Saudí y otros productores. Pero en Estados Unidos, los empresarios petroleros advierten que ellos son norteamericanos y, por definición, optimistas que seguirán llenando sus cisternas.