La reciente calma que predice la tormenta nos ha traído un inicio de año convulso y confuso al hilo de las próximas elecciones griegas. A la situación real que padece Grecia, se unen el nerviosismo de la Unión Europea y sus dirigentes pretendiendo interferir en el voto ciudadano (“Nos gustan las caras conocidas”, “Estudiamos la expulsión de Grecia si no nos gustan los ganadores”?), provocando los movimientos especulativos en los Mercados de Valores y sus consecuencias en primas de riesgo, coste de la deuda, y extrapolación de situación de crisis y pánico a otros Estados Miembro.
Situación agravada con la acelerada y profunda caída de los precios del petróleo, la comprobación técnica de una Europa en deflación y la crisis soviética? por no aludir a la inacción de las instituciones europeas ante el desafío pseudodemocrático de uno de sus Estados Miembro (Hungría), con más que aparente comportamiento contrario a los principios democráticos exigidos por la Unión Europea.
El interesado movimiento Grexit, dirigido a sondear la opinión de mercados y sociedades ante una imaginaria salida de Grecia del euro, se une al permanente desencanto sobre la Unión Europea, sus Instituciones, políticas y dirigentes.
Este inicio de año viene a coincidir con la publicación de un interesante trabajo (El renacer de Europa: sacarla de su irrelevancia, de Matthias Matthijs y Daniel Kelemen) en cuya introducción hacen referencia a una ilustrativa portada del The Economist publicada en 1982, con ocasión del 25 aniversario de la creación de la entonces Comunidad Económica Europea. La portada recogía una lápida con la siguiente inscripción: “Nacida el 25 de Marzo de 1957. Moribunda el 25 de Marzo de 1982”. Añadía un epitafio clarificador: “Parecía capaz de ser una potencia hasta que intentó serlo”.
Hoy, años después, en pleno 2015, constatamos, desgraciadamente, la pervivencia de los tres niveles señalados, si bien con algunos matices que pudieran llevar a la esperanza. Y esto viene a cuento en un momento en que se da una aparente paradoja. Si la Europa en construcción padece tan graves enfermedades crónicas, ¿cómo es que es referente esperanzador de futuro?
Aquí en Euskadi, hace unos días, los dirigentes de Sortu-Bildu y, en definitiva, la auto denominada izquierda abertzale, anunciaban la inmediata presentación de su propuesta de futuro para “Una Euskal Herria posible en Europa”, adelantando que “aportarán un lenguaje novedoso, conceptos posibilistas e innovadores para un proyecto europeo”. Bienvenidos a Europa, en línea con quienes llevamos construyéndola desde el ya lejano 1947 en que los “viejos nuevos equipos europeos” iniciaron la constitución formal de este nuevo espacio de bienestar, llevando a la práctica la apuesta del Aberri Eguna (Día de la Patria Vasca) de 1930 “Euskadi-Europa”. Pero esta referencia europea de futuro (reflejo de democracia, libertad, progreso social, bienestar?) de la IA no es única. Recordemos que a lo largo del pasado 2014, el pretender formar parte de la Unión Europea dominó el debate político en las principales cuestiones clave en la política y la economía: Escocia y su referéndum por la independencia estuvo centrado en un mejor y mayor nivel de bienestar siempre en Europa, provocando que incluso sus detractores desde el gobierno de Cameron admitieran que el sí les llevaría a salir de Europa cuando ellos mismos han propuesto un Referéndum de “Salida de la UE” para el 2017 y persisten en las bondades de mantenerse fuera de la eurozona. Catalunya y su proceso, al tiempo,. para dotarse de estructuras de Estado en un Estado Independiente, proclama su intención de hacerlo “solamente en el seno de la Unión Europea”; Ucrania se ha desmembrado tras un penoso y complejo proceso negociador para su integración en la Unión Europea; a Grecia, por otra parte, se le amenaza con “expulsarle” de la Unión Europea si no cumple con las políticas decididas e impuestas desde Bruselas-Washington. En el Estado español, quienes defienden el actual modelo de Estado y se oponen a procesos diferenciados, derecho a decidir, autodeterminación o Independencia bien de Catalunya o de Euskadi, argumentan que cualquier decisión en este sentido conllevaría la salida automática de Europa, utilizándolo como bandera del miedo. Otros (Alemania), empiezan a mirar cada vez más hacia el Este en un difícil equilibrio pro Unión además de pro-nuevos espacios (históricos, económicos y políticos) o como Turquía (“un abandono antes de entrar”), si bien inmersa en un larguísimo, incierto y agotador proceso negociador para ser un nuevo miembro de la Unión, contemplando las bondades de una alianza de menor intensidad liderando un rol bisagra en el espacio euro asiático para lo que se ve especialmente dotada.
Así, enredados en esta cierta paradoja, convendría recordar la importancia de Europa en su contribución histórica de valores y modelos (libertad, derechos humanos, bienestar, democracia?), desde un avanzado modelo de economía social de mercado que lideró la transformación de una Europa de postguerra hacia un espacio de progreso y bienestar. El renacer de Europa, necesita como hace ya muchos años de un liderazgo y referencia perdidos que ha de conectar con sus ciudadanos al servicio de un proyecto de futuro y no del mantenimiento del estatus quo de una política envejecida y temerosa de asumir los nuevos caminos que la sociedad del siglo XXI exige; necesita de nuevos modelos institucionales y de gobernanza integradores de todas las voces de ciudadanos y naciones (con o sin estructuras de Estado) que conforman el espacio europeo; exige un mensaje realista y de futuro, de largo plazo, incluyente y no generador de marginación y desigualdad y que no favorezca abandonos de quienes quieren continuar siendo europeos, con estructuras propias, diferentes a las uniformadoras que hoy existen, incapaces de dar respuesta a sus demandas o aspiraciones de futuro.
Desgraciadamente, en las próximas semanas, el escenario preelectoral griego concentrará el debate mediático en el miedo y se convertirá en un argumento arrojadizo. Se advertirá a los votantes que reclamar sus derechos y defender su propia soberanía (desde la que ejercer su libre derecho a decidir y compartirla con la Unión), proponer modelos económicos alternativos a las políticas del FMI y el BCE, o priorizar los tiempos adecuados para facilitar una gradual aplicación de políticas acordes con las necesidades y posibilidades de su población, les situarán fuera de Europa. A este miedo se unirán los mensajes de culpa desde los inciertos comportamientos de los mercados, pero no será sino un tiempo perdido. La verdadera relevancia europea vendrá cuando, de verdad, entendamos que el futuro de Europa exige nuevas estrategias y nuevas políticas. Europa jamás será el escenario deseable si hacemos del paro un “elemento estructural y perpetuo”, si no somos capaces de compartir un nuevo proyecto ilusionante, si no hacemos de nuestros propósitos de bienestar una realidad incluyente y si no somos capaces de salir del espacio burocrático para transitar hacia una sociedad creativa y emprendedora con voluntad real de innovación, acorde con el milagro tecnológico esperable que posibilite responder a las necesidades sociales.
Esta misma semana, siguiendo el rol preestablecido, la pequeña e independiente Letonia (hasta hace escasas dos décadas integrada en la ex Unión Soviética), desde sus 2 millones de habitantes, preside la Unión Europea. Asume una agenda centrada en “el renacimiento de la política industrial y competitividad europeas”, en el desarrollo e implantación del Plan Juncker de inversiones centrando su interés particular en la Europa Digital, las relaciones con Moscú y su área de influencia. Letonia, además de la impronta de un pequeño Estado Miembro superador, desde estructuras propias emergentes y novedosas, de la crisis generalizada en la que continuamos inmersos, y con el apoyo en la Comisión de su ex primer ministro y hoy vicepresidente para el euro y el diálogo social, podría ser un pequeño aire de cambio. Seis meses para señalar un nuevo camino en el período Juncker. Europa lo necesita. Necesitamos Europa, sí, pero no cualquier Europa.
¡Saquemos Europa de su irrelevancia! Provoquemos su renacimiento.