la firma de pacto de estabilidad y avance de gobierno presentado esta semana por el lehendakari Urkullu y los partidos políticos EAJ-PNV y PSOE propone a la sociedad vasca un compromiso por la "modernización, competitividad, sostenibilidad e innovación" como vector clave para su bienestar y prosperidad.
El mencionado pacto coincide en el tiempo con la presentación, a nivel mundial, del ya conocido y referente (desde hace 40 años) Índice Global de Competitividad del WEF (Foro Económico Mundial), en este caso para el período 2013-2014. El citado índice establece un análisis, estado a estado, de 148 economías del mundo, incorpora el estudio comparado y de avance de 100 indicadores en torno a 12 pilares determinantes de la competitividad (desde la calidad de las instituciones, el entorno macro-económico, infraestructura, salud y educación básicas, formación, mercados -de bienes, capitales y trabajo-, acceso y uso de la tecnología, sofisticación empresarial hasta el potencial innovador), complementando su plataforma de datos y rankings con decenas de miles de encuestas a líderes académicos, empresariales y de gobierno, con la participación de 136 instituciones -socios- a lo largo del mundo y, finalmente, el contraste de un consejo asesor.
Como todos los rankings, por prestigiosos y consolidados que sean, constituyen una información parcial nunca definitiva y siempre evaluable atendiendo a múltiples factores. Son, como en este caso, un referente de uso generalizado en el mundo y que más allá de la posición que cada país ocupe en cada uno de los pilares clave en relación a ejercicios anteriores y a terceros, permite identificar lagunas, deterioros y grados de avance. Dicho esto, tratándose de la propia complejidad de la medición de la competitividad y del ámbito espacial en que se produce (desgraciadamente sigue incluyendo en exclusiva espacios "nacionales" pese a la evidente dispersión interna en todos los estados objeto del análisis obviando las enormes diferencias existentes entre regiones o entes infra estatales con tan diverso comportamiento), en esta ocasión incorpora un significativo avance en el intento por "ajustar" los datos a su comportamiento en términos de sostenibilidad (tanto social como medio ambiental) tratando de incorporar la capacidad de respuesta de cada economía a su potencial vulnerabilidad o pérdida de la cohesión social, a la marginación de la población, al consumo excesivo de recursos naturales.
Desgraciadamente, se concluye la dificultad de encontrar un sistema cierto de medición, limitándose a una aproximación más cualitativa que cuantificada conforme a leyes y modelos automáticos determinantes. Los nuevos indicadores empleados coinciden, en el tiempo, con otros procesos en curso con orientaciones en torno al progreso social, a la felicidad, a la confortabilidad de vida y encuentro economía-sociedad. Todo un movimiento del que cabe esperar una nueva manera de entender el camino hacia las aspiraciones de los pueblos y sus ciudadanos, claves orientadoras de las estrategias y modelos empresariales de futuro.
Aun así, pese a las limitaciones observadas, el trabajo realizado nos permite comprobar como el período de intensa crisis económica que, al parecer, podríamos estar a punto de superar, ha dejado como huella, junto con una larga agenda de tareas y cambios estructurales pendientes y por hacer, la experiencia de un crecimiento destacado en los principales países en desarrollo y/o emergentes que si bien ha permitido reducir la brecha de la pobreza no ha podido aprovechar su despegue para mejorar sustancialmente el nivel de competitividad y bienestar relativos, situándose en los mismos puestos de ejercicios pre-crisis. Adicionalmente, muestran un inquietante parón de crecimiento en su horizonte próximo, lo que no solamente incidirá en su propio desarrollo sino que generará desviaciones negativas en aquellas economías que mantienen un elevado grado de interdependencia.
Este panorama, unido con el análisis del comportamiento de los diez países líderes en competitividad mundial (Suiza, Singapur, Finlandia, Alemania, Estados Unidos, Suecia, Hong Kong, Holanda, Japón y Reino Unido) además de reforzar el predominio europeo, nos explica como la fortaleza, riqueza y calidad institucional (por supuesto pública pero también del sector privado y la sociedad civil), más allá del marco jurídico, resulta esencial para el desarrollo económico y social; y que la competitividad solamente tiene sentido cuando se comprende como inclusiva al servicio de la prosperidad de los ciudadanos y que toda reforma imprescindible e inevitable pasa por favorecer la capacidad innovadora de productos, procesos y modelos de negocio, desde una plataforma o red básica universal de bienestar en la que la salud eficiente y de calidad para todos y la educación asociable al modelo de país que se pretenda construir y la empleabilidad de sus ciudadanos en la generación creciente de valor añadido constituyen el pilar esencial de su desarrollo.
Es decir, una vez más, concluimos que no se trata de hacerlo bien, por separado, en diferentes áreas o factores competitivos sino en su conjunto que vendrá determinado por estrategias diferenciadas en cada caso. Cada país, ciudad, nación, se sitúa en un estadio de desarrollo diferente, exige diferentes políticas y apuestas y es en función de esa base de partida y, sobre todo, de sus propias aspiraciones de futuro, la estrategia y camino que ha de recorrer. Los indicadores señalados, facilitan la hoja de ruta imprescindible y exigen la actuación convergente y alineada de todos ellos.
Hoy, Euskadi, necesitado de saltos cualitativos y radicales hacia su futuro, ha de aprovechar el pequeño escalón del pacto anunciado para renovar su esfuerzo y compromiso hacia esas claves de productividad, competitividad, prosperidad y bienestar que propone. Un camino que hemos recorrido hace tiempo (la competitividad y prosperidad no se construyen en diez minutos, ni por decreto ley ni por declaraciones voluntaristas) pero que, como toda estrategia dinámica, exige, para cada momento, planes, programas, intensidades distintas.
Sean bienvenidas las enseñanzas y referencias que puedan aportarnos los países de éxito para incorporar a nuestra propia línea prevista, aprovechemos la información relevante que el mencionado índice global nos aporta y prescindamos de mensajes chuscos y ridículos de quienes pregonan que la vida empieza con ellos. El futuro (también el de la competitividad) es un largo viaje lleno de aprendizaje y se recorre con diferentes compañeros, en variadas etapas. Pero, también, ha de construirse desde la memoria y la experiencia. Por mucha "alma" mediática que autoproclamen algunos.