VITORIA. El libro del Apocalipsis identifica al diablo con un número: el 666. Con esa cifra, abierta a distintas interpretaciones, reconoce la religión cristiana al maligno de forma simbólica. En el apocalipsis que es la crisis, la economía española también posee entre sus legajos una cifra que le situó frente a su particular demonio: 638.

El mercurio del termómetro de la confianza de los inversores en la arquitectura económica española, era un volcán en erupción. Imparable, disparado, escupió fuego hasta alcanzar los 650 puntos, una invitación al desguace y la liquidación del país, que en esas condiciones necesitaba un rescate financiero. Al cierre de la sesión bursátil, la prima de riesgo apaciguó su ascensión infernal y se serenó una docena de puntos, aunque colocó el neón en rojo chillón en los 638 puntos. Fue la tenebrosa cifra que alcanzó la prima de riesgo, medidora de la diferencia en centésimas de la rentabilidad del bono a diez años de un país frente a la rentabilidad del bono de Alemania, que es el metropatrón de la salud económica.

Una maldición para España, que entró en estado de shock, en pánico, el 24 de julio de 2012 por el infatigable galope de los jinetes del apocalipsis: los insaciables especuladores que hacían negocio en la ruleta de las deudas soberanas y el aristocrático e inerte Banco Central Europeo, que, acodado en la equidistancia, no estaba dispuesto a acudir al mercado para comprar deuda española según sentenció Mario Draghi, su presidente. "El mandato de este organismo no pasa por resolver los problemas financieros de los Estados".

Para entonces, el 19 de julio, el Congreso había aprobado los mayores recortes de la historia en los presupuestos presentados por el Gobierno del PP, -cuenta con mayoría absoluta en el Parlamento- y desde Europa se había validado un crédito de 100.000 millones de euros (se han utilizado 40.000) para el reflotamiento del sistema financiero español. Esas medidas, los primeros cortafuegos no consolaron, sin embargo, a los mercados, que continuaron sus propios biorritmos.

La imparable crecida de la prima de riesgo generó el consiguiente desplome bursátil, que se estrelló en el suelo, a niveles de 2003. El Ibex 35, donde cotizan las principales empresas, apenas pudo contener los 6.000 puntos (cerró en 5.956,30 puntos) después de dejarse un 3,58%, más el 5% la jornada anterior. De hecho, la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) tomó la decisión de prohibir operaciones a corto por un periodo de tres meses para amainar la tormenta perfecta.

El feroz y orquestado ataque sobre la deuda española, que situó el interés del bono a diez años por encima del 7%, un cifra que los analistas financieros fijan como el umbral para un rescate, dejó a España, en la cuerda floja.

Un rescate de la economía española a gran escala suponía, de facto, situarse al rebufo de Grecia, un país desmantelado hasta sus cimientos por la pantagruélica deuda y por los despiadados recortes impuestos por la troika al Gobierno heleno para prestarle dinero y no declarar su bancarrota.

En ese paisaje hostil, el ministro de Economía, Luis de Guindos, reclamó a sus socios europeos un bote salvavidas. La llamada de socorro pretendía que los poderes europeos actuaran con vehemencia contra "las situaciones de irracionalidad en los mercados", en cuyos remolinos España se iba a pique. El Gobierno de Rajoy suspiraba por un posicionamiento claro del Banco Central Europeo como garante de la deuda soberana.

Lo sabía Mario Draghi, árbitro de este combate en el cuadrilátero de los mercados. El presidente del BCE era consciente de que el hundimiento de España provocaría, casi con total seguridad, un efecto dominó de incalculables consecuencias, una avalancha sistémica para el esquema financiero europeo, que también ofrecía síntomas preocupantes en Francia, pero, sobre todo, en Italia.

Con el costurón de Grecia, las cicatrices de Irlanda y la herida de Portugal y las garras de la incertidumbre amenazando a España, Italia y Francia, Mario Draghi, apuntalado por Merkel, alteró su discurso el 26 de julio del pasado año. Solemne, el presidente del BCE prometió que haría todo lo que fuera necesario para salvar el euro. Ese posicionamiento, el hecho de garantizar el cobro por parte de los mercados de la deuda que ponía en circulación España a través del Tesoro, relajó la conflictividad de los compradores y espantó a los especuladores.

El anuncio de Draghi logró aliviar a la prima de riesgo española, que al cierre del viernes marcó 316 puntos. Además, en mayo, España obtuvo de la UE una prórroga hasta 2016 para reducir su déficit por debajo del 3%. El ejecutivo podrá cerrar 2013 con un desfase del 6,5% y 2014 con el 5,8%. Sin embargo, la tregua tiene como contrapartida una serie de medidas que deberá cumplir si no quiere volver a sentir el escalofrío del día de la Bestia.