Una compañía puede mover libremente su actividad o externalizar parte de la misma a cualquier lugar que elija por lo que las empresas pueden premiar a sus accionistas independientemente de lo que ocurra con la economía nacional. Como resultado el interés de las empresas como entes individuales y los del país, como representante del interés colectivo, se ha ido distanciando. O al menos eso parece a primera vista.
En el corto plazo puede resultar conveniente externalizar la producción a un proveedor en el extranjero o, mejor dicho, más allá del "hábitat natural" de la compañía, adquiriendo servicios de fabricación a un precio menor y reduciendo así costes. Se podría incluso argumentar que esta práctica no solo beneficia a las empresas en su cuenta de resultados y en su competitividad, sino que además redunda a posteriori en una sociedad que acaba contando con un tejido industrial más competitivo y que mantiene en "casa" sus actividades de mayor valor añadido.
Y esta afirmación probablemente sea correcta. Ciertamente lo parece ser para los actores privados en la ecuación y, en ocasiones, parece serlo también para los actores colectivos (país, cluster...). La variable que falta a este axioma, sin embargo, es el tiempo. El dichoso largo plazo.
Esta práctica, si se generaliza, puede derivar en un desgaste en el nivel de competitividad tanto de la economía local como, irónicamente, de los propios sujetos que parecían haberse beneficiado inicialmente con el traslado de su capacidad manufacturera: las propias empresas. Y es aquí donde nos encontramos con que, tras introducir la variable temporal, los intereses de las empresas y de las sociedades de las que forman parte, no están tan disociados después de todo.
Gary Pisano y Harry E. Figgie, profesores de la Harvard Business School y autores del estudio Restableciendo la Competitividad de América, analizan los devenires en la industria de semiconductores como ejemplo de la erosión provocada en la competitividad del sector industrial estadounidense en general, debido a la reubicación de la producción fuera de EEUU. A excepción de Intel, la mayor parte de la producción de semiconductores de EEUU se ha trasladado durante la pasada década a lugares como Taiwán, Singapur, Corea o China.
Gracias a esta política, los países de acogida se beneficiaron del conocimiento de procesos de los fabricantes de semiconductores americanos: las empresas locales subcontratadas en Asia utilizaron este mismo conocimiento más tarde para construir a su vez centros de producción destinados al sector de las pantallas planas por un lado e iluminación LED por otro. La industria de la iluminación está adaptando la tecnología LED en sustitución de la bombilla incandescente y la mayor parte de las compañías que producen iluminación de alta eficiencia están aprovechando, como en las pantallas planas, el conocimiento de fabricación adquirido en la industria de semiconductores. Con lo que no resulta sorprendente comprobar que los países que lideran ambos segmentos son esos mismos en los que las compañías norteamericanas reubicaron la producción de semiconductores.
Tal vez los fabricantes americanos no podían prever que la externalización dañaría más adelante la habilidad de EEUU de producir pantallas planas e iluminación LED. Después de todo, no eran sus nichos originales. Pero esto es precisamente parte del desafío y la complejidad derivada, a largo, plazo de acciones tomadas considerando factores a corto plazo.
Es más la desvinculación, o alejamiento, de la producción tanto desde un punto de vista geográfico como del propio núcleo competencial de las empresas, no solo puede suponer perder la entrada en nuevos sectores, sino que también puede producir (y este es un efecto aún mas grave) un deterioro gradual en la habilidad de optimizar aquellos procesos de producción que aún permanecen, debido a la desaparición de una red proveedores locales que ha ido cesando su actividad por falta de masa crítica.
El traslado de la capacidad de manufactura está dejando en EEUU sectores industriales como el de la automoción, los bienes de equipo o el energético, poblados de gigantes industriales que perduran pero que quedan aislados en medio de una menguante red de proveedores locales que les asista. Retomando la analogía inicial, las decisiones individuales de las empresas tractoras afectan al "ecosistema industrial" en el que se encuentran y (paradójicamente) en última instancia, a la propia posibilidad real de competir de estas mismas empresas.
Esto ha conllevado en muchos casos la perdida de la capacidad de innovación. Existe una corriente de pensamiento bastante extendida que tiende a asociar innovación tan solo a I+D como un elemento separado de la capacidad de fabricación, como si los procesos de producción no formaran parte de innovar. Cuando la habilidad para desarrollar complejos procesos de fabricación se refiere tanto a la innovación como el generar ideas.
La suma de una serie de decisiones a nivel de empresa puede por lo tanto generar un impacto negativo en el patrimonio común industrial de un país y, más adelante, una merma en la capacidad colectiva de mantener la innovación. Lejos de la situación de EEUU, donde la cuestión es si se ha llegado al punto de no retorno en el sector manufacturero, el "ecosistema industrial vasco" presenta una red flexible de proveedores, de pequeñas y medianas empresas en diversos sectores, como ventaja competitiva. Lo que no supone que no podamos aprender de la lección americana.
Esta sugiere un papel para las políticas públicas en términos de asegurar que el país mantenga un conjunto amplio de capacidades de fabricación. Pero también plantea a nivel de directivos la necesidad de introducir un enfoque más reflexivo a la hora de controlar y mantener cercanos los procesos de fabricación y tener en cuenta las consecuencias a largo plazo de sus acciones en sus empresas así como en el entorno en el que operan. Al fin y al cabo conservar y cultivar ese tipo de capacidades puede resultar de interés tanto para la empresa como para su medio, ya que a largo plazo sociedad y empresa comparten más objetivos convergentes de los que pudieran parecer a primera vista.