vitoria - Son famosos, aclamados, ídolos de masas y campeones en sus respectivas disciplinas, sin embargo, una vez que se apagan los luces y ven cómo desaparecen del foco mediático, se diluyen como un azucarillo. Es más, algunos se autodestruyen hasta límites insospechados. Fuera del calor de la luz pública, del abrigo de sus fans y de las mieles del éxito se sienten vacíos. Sin nada. Están fuera de órbita, una situación que a muchos de ellos les ha llevado a una espiral muy peligrosa, demasiada en algunos casos. Malas compañías, orgías, alcohol y drogas se convierten en muchas ocasiones en un cóctel explosivo con el que tratan de llenar el vacío que sienten una vez acabadas sus exitosas carreras deportivas y que les acaba finalmente condenando a la ruina o, en el peor de los casos, a la muerte.

Ejemplos de estos ídolos caídos hay por todos los rincones del mundo. El último en salir a la palestra ha tocado de lleno a los aficionados gasteiztarras tras conocer el caso de Lamar Odom. El exbaskonista a punto estuvo de perder la vida en un burdel de Nevada víctima de las drogas, el alcohol y potenciadores sexuales el pasado 14 de octubre. Mañana viernes se cumplirán 100 días. Otros, en cambio, no tuvieron tanta suerte.

Marco Pantani, ganador del Tour de 1998, falleció solo en una habitación de hotel por una sobredosis de cocaína. “Estaba muy solo y era muy frágil ante las tentaciones”, dijo en su momento el director de la ronda francesa, Jean Marie Leblanc. Solo. Como el Chava Jiménez. La suya fue “una muerte” inevitable, como aseguraría el que fuera su mánager Eusebio Unzue al ver cómo el corredor de Banesto entraba en una espiral autodestructiva que le llevó a acabar con su vida a los 32 años. También víctima del éxito lo fue el saltador asturiano Yago Lamela, encontrado muerto en su domicilio a los 36 años, tras sufrir una depresión los últimos años de su vida.

Devorados por la gloria y por no saber asimilar el paso a una nueva etapa. Así lo explica Begoña Dorado, psicóloga de Ediren cooperativa de salud. “En muchas de estas personas aparece el vacío; pero se trata de un vacío que ya existía con anterioridad. Si su entorno ha priorizado sus rendimientos deportivos frente a otras necesidades de su desarrollo personal, los deportistas pueden sentir que han sido utilizados, incluso expoliados económicamente”, explica. De hecho, es muy habitual ver a muchos grandes deportistas arruinados. Uno de los casos más sonados fue el de Mike Tyson. El campeón mundial de boxeo recaudó a lo largo de su carrera cerca de 400 millones de dólares. Pues bien, un divorcio, una condena en la cárcel, drogas y despilfarros en propiedades, joyas, ropa y hasta en un tigre de bengala lo llevaron a la ruina absoluta.

derroche irracional El caso del púgil es una constante en el baloncesto -Scottie Pippen acabó en la ruina pese a ganar más de 120 millones en la NBA y Iverson dilapidó más de 200 millones. El derroche en el caso de este último era irracional; viajaba con su barbero y su estilista, además de un séquito de 50 amigos a los que pagaba comida, bebida, ropa, hoteles y billetes de avión-.

Una locura. Víctimas de su entorno como explica la psicóloga de Ediren. “Tienen acceso a la popularidad a través de los medios de comunicación muy temprano lo que distorsiona su socialización. Conocen mucha gente, pero construyen relaciones superficiales basadas en el éxito”. Y es que aunque parezca difícil de creer todas estas glorias deportivas en muchas ocasiones pueden llegar a ser contraproducentes, ya que el deportista se emborracha de éxito y distorsiona la realidad como apunta al respecto la experta. “Cada éxito es un paso que nos acerca un poco más hacia el fracaso. Estas personas saben manejar muy bien el éxito, pero nadie les ha preparado para gestionar la derrota y el fracaso. En muchos casos, sus redes de apoyo emocional están supeditadas al éxito deportivo. Amigo es quien tienes cerca en tus momentos de fracaso. Ellos nunca saben si la gente les quiere por sus éxitos o por lo que realmente son como personas”.

Están fuera de la realidad. No tienen los pies en el suelo y por eso llevan una vida de excesos que al final les acaba pasando factura. Ahí están los ejemplos de futbolistas como George Best o Paul Gascoine, quien malgastó alrededor de 22 millones financiando sus peores vicios: el alcoholismo y las drogas hasta el punto de que en 2010 cayó en la pobreza, perdió su casa y se declaró indigente.

El caso de Best fue similar. El mítico jugador del Manchester United ganó millones de libras que se diluyeron en el alcoholismo, fiestas, mujeres y vehículos. El extrovertido futbolista pronunció la mítica frase: “He gastado mucho dinero en mujeres, alcohol y automóviles, el resto lo he desperdiciado”. El inglés tenía muchas más: “He dejado de beber, pero sólo cuando duermo” o “en 1969 dejé las mujeres y la bebida, pero fueron los peores veinte minutos de mi vida”, son otros ejemplos de lo azarosa que fue su vida.

Un mal que a lo largo de la historia ha afectado a futbolistas que lo han tenido todo como Maradona, Julio Alberto, Vieri (arruinado y buscándose la vida como entrenador) y el chileno y ex del Madrid, Iván Zamorano.

eterna promesa La clave para no llevar una vida acorde al resto reside, tal y como explica la psicóloga de Ediren, en que “los deportistas de élite lo son desde muy jóvenes, por lo que su proceso de desarrollo psicológico está atravesado por el síndrome de la gran promesa”. Además, a juicio de esta profesional, otro factor que afecta a su formación es que “son personas que acceden a la popularidad y al éxito muy pronto. Todo su proceso de formación está supeditado al entrenamiento, por lo que todo su proyecto vital gira en torno a un único pilar, el deporte; además, durante un periodo de tiempo muy concreto, hasta los 30 o 35 años, generalmente”.

Solo deporte. Nada más. Sin formación y sin un proyecto de vida al que agarrarse una vez que concluyen sus carreras deportivas. Esa es una gran losa difícil de levantar y que luego les condena una vez que cuelgan las botas. No están preparados para la retirada. Absorbidos por el deporte. Por sus éxitos. Una gloria que ya no pueden mantener y que les lleva a un ostracismo para el que no están preparados la gran mayoría de ellos. Dorado tiene claro que éste es un aspecto clave en la segunda etapa del deportista. La vida que empieza tras su época como profesional. “La decisión de elegir y programar el momento de la retirada es clave en el proceso posterior. Es muy diferente salir por la puerta grande o que te echen por la puerta pequeña. Cuando llega el duro momento de retirarse, hay que gestionar situaciones muy difíciles y las personas lo afrontan de muy diferente manera. Todo depende de las personas que se hayan ocupado de su formación y su preparación física. Si su entorno ha cuidado de los diferentes ámbitos de su vida además del deporte, y le han preparado para este momento el deportista podrá rehacer su vida”.

Sin embargo, muchos no han sabido hacerlo. Casos de grandes campeones además. Uno de ellos Jesús Rollán. El que fuera considerado el mejor portero de waterpolo del mundo hasta que se retiró en 2004, falleció a los 37 años tras caer desde una terraza en el centro especializado en el tratamiento de adicciones donde se encontraba internado en Barcelona.

Una muerte similar la sufrió Urtain. “Nadie me ha pegado más fuerte que el alemán, Jurgen Blin; ése sí que hacía daño, joder”, decía el boxeador guipuzcoano a todo el que quería escuchar su historia. Pero lo cierto es que los golpes más duros estaban por venir. Porque nadie golpea más duro que la vida y de hecho se la quitó tirándose al vacío desde un décimo piso en Madrid con tan solo 49 años.

vacíos sin glorias deportivas Solo sin su mujer y ya sin saborear las mieles del éxito. Ese es el gran problema de muchos de ellos. Huérfanos del calor que les daban sus glorias deportivas. Begoña Dorado, psicóloga de Ediren cooperativa salud, entiende bien el proceso por el que pasan todos ellos. “El problema de tener éxito es que hay que mantenerlo, y quien lo alcanza sabe que no va a durar siempre, por lo tanto el nivel de exigencia es muy alto. Tienen la obligación de satisfacer a su afición. El éxito mediático es una trampa de la que es muy difícil salir, porque si el deportista triunfa la afición siempre le va a pedir más y, si no, defrauda y se convierte en el blanco de todas las críticas”. Un círculo vicioso. Un camino sin salida. Atrapados. Del cielo al infierno en tan solo un paso, tal y como añade la experta. “La afición puede ser muy cruel porque en un instante pasa de considerarle ídolo a perdedor. Son críticas muy duras porque se hace receptor de las frustraciones de toda una sociedad, por lo que las campañas de desprestigio mediático son muy dañinas”, concluye. Algunos no las saben llevar. Son los héroes con pies de barro. Los ídolos caídos o muñecos rotos del deporte.