Agotados todos los adjetivos calificativos, Tadej Pogacar solo se entiende a través de la emoción, la pasión y las onomatopeyas. Los sonidos guturales conducen a la esencia de un ciclista que transciende más allá del sentido común, que no es de este mundo.

Un extraterrestre. En el Mundial, la gran carrera, 273,9 kilómetros de odisea sin intercomunicadores, alzó la voz Pogacar, el tenor del ciclismo, con una Do de pecho prodigioso.

Bramó con su estilo de siempre. Inconfundible. Inaccesible. Celebró la conquista como ninguna otra. Estalló de alegría en Zúrich. Suiza dejó de ser neutral para venerar a Pogacar, que reúne a fans al estilo de una estrella del rock. Lucirá el arcoíris todo el año. Inolvidable para un ciclista irrepetible.

Pogacar es un ciclista de todos las épocas. Campeón en todas la estaciones. Alimentó la tormenta de todos los tiempos. Una narrativa para la leyenda que igualó el año mágico de Eddy Merckx en 1974 y el de Stephen Roche en 1987.

Campeón del Giro, del Tour y del Mundial. Pogacar luce de todos los colores. El arcoíris del ciclismo. Un regalo para los sentidos. Honor y gloria para el emperador. Triple corona la suya.

Deseaba el Mundial con tanta ansía que no esperó. Tenía prisa. Lo urgente y lo importante en la misma frase. "Hice un ataque estúpido pero resistí. No sé en lo que estaba pensando pero deseaba este título. No tenía el Mundial y era un objetivo. Tenía mucha presión. Estoy muy contento y orgulloso de mi selección. Sin ellos, hubiera sido imposible", expuso el esloveno, que manejó una renta entre 35 y 50 segundos durante 80 kilómetros de inconsciencia.

Ataque a 100 kilómetros

Instintivo, inspirado, Pogacar alcanzó la gloria con una ataque lisérgico a 100 kilómetros del todo. Ver para creer. Una crono para los anales del ciclismo. Lo imposible y lo milagroso concluyen en el esloveno. Es Pogacar la gesta como modus vivendi, la épica en el manillar, la rebeldía en cada poro de piel. Es un pirómano alegre y juguetón el esloveno.

Pogacar, en su escapada a la gloria. Efe

Pura diversión, incendió el Mundial. Tras de sí, solo dejó cenizas e impotencia. Entre el grupo perseguidor se destacó Ben O' Connor, plata, a 34 segundos, y Van der Poel, bronce, a 58 segundos, tras un esprint agónico con Skujins. En esa reunión estaban Evenepeol, Hirschi, Healy y Mas.

Atado al riesgo, ambicioso al extremo, Pogacar soltó la bomba que hizo temblar la tierra y que abrió el cielo. Nadie esperaba esa onda expansiva. Todo estalló por los aires. Quedaron los escombros. Intrépido, valiente, temerario, imprevisible, Pogacar corre al asalto. Otro truco del mejor mago.

Pogacar, campeón, con O'Connor, plata, y Van der Poel, bronce. UCI

Tratnik se dejó caer del grupo delantero para comerse el aire que molestaba a Pogacar, un hombre contra sí mismo. Hambriento, mordía en cada pulgada el esloveno, una oda al espectáculo, el asombro sobre una bicicleta. Un loco maravilloso.

A 100 kilómetros del arcoíris nadie podía plantearse un ataque de esa magnitud. Derribó todos los cálculos y estrategias. Se anticipó a sí mismo. Pogacar es distinto. Único. Un visionario. Un genio.

Pogacar se anticipa a todos

Bendita locura la suya. Lo nunca visto en décadas. A Evenepoel y Van der Poel el edificio se les cayó encima. Pogacar buscaba una victoria por aplastamiento y lanzar un mensaje de imbatibilidad. Es el patrón.

Remco Evenepoel y Mathieu van der Poel, en persecución. Efe

El belga encajó muy mal la superioridad del esloveno. Se peleó con el resto y con sus demonios. Mientras tanto, Pogacar certificaba un pasaporte para la eternidad. Nada humano le derrota.

Sivakov, el último superviviente de la fuga, fue testigo de ello en primera persona. Alguien para poder contar una fábula de la que se hablará durante décadas.

El ruso nacionalizado francés, compañero de equipo de Pogacar, contribuyó a la exhibición hasta que tuvo que claudicar de puro cansancio. Pogacar quiere instalarse en la memoria colectiva para siempre. Hacia la inmortalidad. La leyenda. Ya lo es.

En Winterthur se abrieron las puertas del averno, hasta entonces candadas por las expectativas, las esperanzas y los presagios. Soltad a los perros. La jauría, desbocada, salvaje, huyó al galope camino del destino.

Ben O'Connor, plata. Efe

En el Mundial de las bestias no hubo ayuda divina ni para el representante del Vaticano, Rien Schuurhuis, un lobo solitario que no era más que un cordero en un reino de dioses paganos.

Mejor tener la fortuna de acompañante, siempre arbitraria y caprichosa. La malaventura zarandeó y dislocó el hombro de Alaphilippe en una caída. Se le apagó el arcoíris al francés, fundido a negro cuando la carrera no había acariciado aún el circuito. Tuvo que abandonar. La bandera de Francia a media asta. Obligados a recalcular.

Abandonos de Pello y Landa

A Pello Bilbao también le agarró el quebranto y el desánimo. Se cayó. Dolorido, le costó levantarse. Un mal augurio. El gernikarra, apoyado en Ayuso y Adrià, retornó a la corriente interna de la carrera con un escalofrío deletreándole la vulnerabilidad de la vida.

Nadie queda a salvo de los hilos del caos, que se enredan a modo de una enredadera en cualquier momento, como si fuera una acertijo matemático, una ecuación irresoluble.

Pello Bilbao, doliente, se ató a la cola del dragón antes de que comenzara el tiovivo del Mundial, los siete bucles al circuito de Zúrich, de 27 kilómetros. 

La entrada al escenario central donde se iba a representar la gran obra invocó de inmediato a Pogacar, la principal luminaria del reparto, que fijó a sus costaleros en el frente. Rastreaban la fuga de siempre, de alto relieve.

Dillier, Foss, Geschke, Oliveira, Pekala y Wirtgen caminaron con entusiasmo en un día soleado, sereno el cielo, azul, la temperatura ideal. El asfalto era feliz con la piel al sol después de jornadas melancólicas, ametrallado por la lluvia, intensa. 

Control antes del estallido

Brotaba la acaudalada Zúrich con sus relojes de lujo, la algarabía del público, numeroso, un muro de personas colorido y animoso que refugiaba el esfuerzo. Suiza no era neutral. Era una Babel de voces y banderas. En la carretera se tejía el pulso entre Bélgica, acorazando a Evenepoel, Países Bajos, custodios de Van der Poel, y Eslovenia que cuidaba de Pogacar, el gran favorito.

Vna der Poel, el mejor del esprint del grupo. Efe

Pello Bilbao trataba de recobrar el pálpito. No emitía buenas señales. Las caídas, incluso las livianas, siempre dejan cicatrices físicas, el impacto que duele y rasguñan el ánimo. A Mikel Landa le mordió el asfalto.

La caída, en uno de los repechos, le obligó a abandonar cuando al Mundial le restaba un mundo. La clásica entre las clásicas, es pura supervivencia. Una prueba de eliminación que no hace distinciones. Tachó a Landa y a Pello Bilbao. Alex Aranburu, el único de los vascos que finalizó, logró la 58ª plaza.

Las repechos de Kyburg (1,2 km con promedio del 12% y máximas del 16%), el Zürichbergstrasse (1,1 km, media del 8% y máxima del 15%) y el Witikon (2,3 km al 5,7% y máximas del 9%) servían de lijadoras para el cuerpo, colonizado por la zozobra. La acumulación de esfuerzos en un carrera que se va hasta los 274 kilómetros es una cita asegurada con la fatiga.

Sin Landa y con Pello Bilbao, con la mueca del dolor buscando su reflejo en el espejo antes de que se quebrara, se fijó la escapada con un buena renta y el telescopio de Eslovenia y Bélgica observando por detrás para pastorear al grupo a la espera de los desgarros de los mejores.

Agitación y estrategia

Castrillo buscó un movimiento de arrastre, pero nadie le dio cobertura. A ninguna parte. Atravesado el meridiano, se activaron Cattaneo, Tratnik, Magnus Cort, Sivakov, Stephen Williams, Lipowitz, Jay Vine…

El tablero de ajedrez cobraba vida. Restaban tres giros al circuito y se fusionaron con la fuga primigenia. El Mundial entraba en otra dimensión. En ese entramado, al que se habían encaramado representantes de los bloque más poderosos, no estaba la selección española.

Una sombra táctica enorme en una carrera sin intercomunicadores. En ese contexto se impulsó el mejor Pogacar. Su voz. En Zúrich se pintó de todos los colores. Subido al arcoíris puso el mundo a sus pies. Pogacar conquista el mundo.