El muro de Kigali, la capital de Ruanda, no es solo un repecho. El muro también es humano, sobre todo, es humano. Forman las personas, millares, una amalgama de entusiasmo, fervor, alegría, pasión y felicidad. “El ciclismo es una fiesta en Ruanda”, concede Mikel Bizkarra a su regreso del Tour de Ruanda, una carrera que le ha impresionado, que le ha dejado huella.
“Creo que lo que hemos vivido ha sido único por diferentes motivos. No te deja indiferente. Nunca he corrido delante de tanta gente”, subraya el vizcaíno, que comandó al Euskaltel-Euskadi durante los ocho días de competición en suelo africano. Un acontecimiento para el país, que en 2025 acogerá los Mundiales de ciclismo.
“Las carreteras están muy bien y los hoteles en los que hemos estado, también. Me llevé una gran sorpresa. La afición es una pasada. Es lo que más me ha impresionado”, desgrana Bizkarra, que trata de adaptarse al frío después de competir con altas temperaturas, de entre 25 y 30 grados, y en altitud. “La capital está a 1.500 metros de altitud. En un par de etapas estuvimos sobre los 2.500 metros. Cuesta más correr así”, explica el vizcaino.
“Las cosas en lo deportivo no nos salieron como hubiésemos querido. Yo enfermé y no pude luchar por la victoria final, que era la idea del equipo, pero cuando uno no está físicamente bien se hace lo que se puede”, desgrana Bizkarra, que estuvo muy cerca, a 11 segundos del líder, pero su salud se resquebrajó y no pudo competir como deseaba en las últimas jornadas.
El Euskaltel-Euskadi, el mejor equipo
También enfermó Mikel Iturria y un auxiliar del equipo. Aún así, Bizkarra fue décimo en la general y el Euskaltel-Euskadi sonrió desde lo más alto del podio como el mejor equipo de la carrera. “No era algo que buscáramos, pero es un bonito premio para el equipo, que trabajó mucho”.
Además, en la séptima etapa, en la que los componentes del Euskaltel-Euskadi no miraron a la general, Unai Iribar obtuvo una estupenda tercera plaza.
Más allá de la competición, la experiencia en Ruanda la recuerda Bizkarra como algo especial. “Era la primera vez que corría en África y la verdad es que me llevé una grata impresión. Ha sido muy bonito”, narra el vizcaino, impactado por el eco del ciclismo en un país, Ruanda, que en 1994 se desangraba por el intento de exterminio de la población tutsi por parte del gobierno hegemónico hutu. Entre el 7 de abril y el 15 de julio fueron asesinadas entre 500.000 y 1.000.000 de personas.
Una afición entregada
Casi veinte años después, el país trata de rehacerse de aquel trauma. El Tour de Ruanda sirve como alivio. “A diferencia de aquí o de Bélgica, donde los aficionados se sitúan estratégicamente en puntos concretos para animar, allí, estabas rodeado de aficionados. Era una pasada. Lo comentábamos mucho entre nosotros”. Miles de personas se estrujaban en los márgenes de la carretera para presenciar a los ciclistas que compiten en el Tour de Ruanda. También el presidente del país, Paul Kagame.
"Veías a niños, mayores, mujeres, hombres…. todos animando. Todo lleno de gente en las cunetas. Exagerado”
locos por el ciclismo En el país africano la gente hace la vida en la calle y la carrera era un imán imbatible para asomarse al festejo. “Veías a niños, mayores, mujeres, hombres…. todos animando. Todo lleno de gente en las cunetas. Exagerado”, describe el Bizkarra, que tiene una imagen impresa en la memoria. “En Kigali la gente estaba viendo la carrera también desde los tejados. Todo estaba a reventar”.
La marea naranja
Las presentaciones de los equipos convocaban a un río de gente, entusiasmada con el acontecimiento. “Un día nos tocó que nos presentaran después de la selección de Ruanda. Les recibieron con una ovación increíble. A todos nos daban mucho cariño, pero a los suyos fue apoteósico”. En las salidas, muchas personas se arremolinaban alrededor del equipo en busca de algún recuerdo del equipos vasco. El Euskaltel-Euskadi repartió camisetas entre los aficionados ruandeses. Embajadores de la marea naranja
Esa algarabía, la locura del ciclismo, estaba presente en cada palmo de la carrera, paralizado el país, que se desplaza andando. “Un día nos tocó un traslado largo. Íbamos en el coche y veíamos a todos caminando por los costados de la carretera. Los niños recorren muchos kilómetros andando para ir a la escuela", apunta el ciclista.
Aprendizaje de vuelta
"La mayoría se traslada andando de un lado a otro. Hay gente que va en bici. Bicis viejas, de un solo piñón, de las que te tienes que bajar para subir las cuestas porque es imposible subirlas en bici. Pero te das cuenta de que nadie se queja. No se complican la vida como lo hacemos nosotros”, expone Bizkarra, que comprendió que los ruandeses “no se complican la vida y en lugar de quejarse, buscan soluciones”.
Una lección de vida que se llevó en la maleta de vuelta a casa tras una vivencia única que se sitúa en parámetros vitales, en el modo de enfocar la realidad, de masticarla y digerirla. “Veías lo felices que eran. Nosotros tenemos mucho que aprender en ese sentido. Tenemos más cosas, pero no por ello somos más felices. Ha sido una gran experiencia para nosotros”, cierra. Memorias de África.