Mecagüen diez, míralo, ¿has visto?”, inquiero a Julen del Rio mirando los dos hacia la cancha del Olave, “pero si tiene estilo, si es hasta bonito; pero, mira que derecha ha metido el tío…”. Quiero empezar así, reconociendo mi admiración por lo inesperado. Un señor bajito, un poco rechoncho, rodeado de chavales por todos los lados, con una cesta en la mano, disfrutando como un recién llegado, nervioso como si empezara ayer y hacia quien iban dirigidas las miradas de un buen número de espectadores en el Olave, en el Día del Club, el pasado viernes 13; estaban los de la cuadrilla, Txema y Asier, el padre y Gustavo, el hermano, y, por supuesto, la mujer y la hija. “Lo mal que jugué, tú”, me dice, “eso sí, nunca sentí tanto el calor del público, porque me sentí bien acompañado”. Yo me esperaba otra cosa, pero ahí había un puntista con una bonita historia por la que preguntar. Y tampoco es tan mayor, según me enteraría después. Sólo tiene 55 años. Nació en el 67 en Vitoria. Es, Carlos Puras Otxoa, Txarly, el del Gasteiz Jai Alai.

Juanma le metió dentro el veneno de la pelota en cuanto el crío anduvo a dos patas. “Iba a ver a mi padre cada vez que cogía la pala –el padre era palista– para ir al Estadio o al Vitoriano con los amigos”, cuenta Txarly, que recuerda como si fuera ayer cuando “echábamos partidillos en el pórtico de la iglesia de San Asensio”, donde la familia tenía su casa. Por aquellos años, desde los 10 a los 14, remarca la posterior querencia hacia el Olave por “las veces que me traía para ver a Goldaracena, a Beitia y al más grande de todos, al gran Manolo Iturri, con el frontón lleno y un ambiente de humo y vasos… eran otros tiempos”. Sin embargo, un domingo cualquiera –“después de un partido de baloncesto, creo”– aparecieron por el largo de Mendizorrotza donde no había palas sino cestas. Y se quedó. Era una de las primeras hornadas de la incipiente Escuela del Gasteiz Jai Alai, donde fue compañero de Txetxu Lasa, Konpa, Tomás Solozabal y Agustín Ibarra, “el sobrino del maestro Juanjo Ibarra, un padre para todos nosotros”. Insiste aquí, cuando se refiere a uno de los tres hermanos Ibarrra, para mostrar su admiración personal hacia él; “otro padre, pues, además de a jugar, nos enseñó muchas otras cosas, más importantes aún: el respeto, la educación y la manera en que debe comportarse un deportista en la cancha”.

“Dale despacito, Puras”, me dice que le decían a él cuando la tiraba con la derecha. “Tenía buena derecha y, con el revés, pues tiraba más a o menos”. Medio sonriendo añade inmediatamente, “por eso admiro tantísimo a Julen, Julen y Erkiaga son mis pelotaris preferidos”. Además de del Rio, “un amigo, quiero que destaques también a Aaron, un chaval que está cogiendo su punto y tiene que disfrutar todavía más cuando juega”.

Jugó hasta los 18, cuando le tocó dar el paso a la universidad. “Mi padre lo tenía claro y se ocupó de hablar con los Ibarra –Isaías era quien se hacía cargo de los más evolucionados, los que pidieran el siguiente nivel– para dejar sentado que el chaval, sí o sí, con el título de bachiller en el bolsillo, pasaría los siguientes años en la facultad de ingenieros de San Sebastián”. Ahí se acabó el primer acto. El segundo le devolvería al frontón, que no a la cesta, al acabar la carrera. Se decidió por la pala, como el padre, y se juntó con quienes llevaban décadas en la cancha: Alegría, Crespo, Talo, Ibañez… Aguantó lo que su cuerpo. Los abductores y el doctor Zunzunegui le recomendaron hacer un paréntesis; “aquella década con los palistas fue maravillosa”, recuerda con añoranza. Un lustro más tarde, “con 45 quizá”, volvió a encontrase bien y decidió retomar el camino, aunque, “si lo que de verdad me tiraba era la cesta, ¿por qué no cogerla otra vez?”. Dicho y hecho: “si te quieres divertir, al frontón has de venir”, solía repetir como si de un mantra se tratara, el más travieso de los Ibarra y Puras, tan marchoso y con tanta ilusión como la que tuvieron en los buenos tiempos los hermanos, volvió. “Soy Puras”, dijo. Isaías, que no le reconoció al principio, alucinó, se emocionó y “me reenganché”. Dos años después, en el 21, durante la celebración del Día del Club de ese año en junio, “se me rompió el hombro”; el músculo supraespinoso le truncó la vuelta. Debió pasar por el quirófano en octubre y esperar “unos meses muy duros para reincorporarme”, hasta verano de 2022.

“Cuando vuelva, si estoy el próximo Zesta Punta Eguna hablamos”. Así quedamos. Y ahí que estaba, en la quiniela senior, de verde. Una sonrisa saltarina y nerviosa de 55 primaveras y conjuntado –“pura casualidad”– entrando y saliendo de la cancha “más rápido de lo que me hubiera gustado”. Jugando de delantero mostró habilidad y estética para coger la pelota al aire y se marcó un precioso dos paredes “al que no sé cómo llegó Beñat; es lo que tiene ser tan joven”. El señor ingeniero, responsable entre otros de que los vehículos Mercedes salgan en perfecto estado de revista –es lo que tiene trabajar en el departamento de calidad que dirige el señor Marquínez, otro “purista”– se sintió más que apoyado por Lola, la hija de 13 años, jugadora de voleibol “a la que no descarto envenenarla un poco con la cesta”, y Mónica, “mi mujer, que está encantada de que juegue aunque le estropee todos los planes”.

El compromiso quedó cumplido. Ahí estaba, “el viejo” de la clase. Un repetidor. “Disfrutón”, nervioso, subiendo y bajando escaleras mientras le llegaba el turno. Sonriente, retador. Hablando con unos y otros, oteando el panorama, buscándome con la mirada un par de veces o cinco… “a ver, a ver cómo sale todo, luego hablamos”. Todo bien, demasiado rápido quizá. El hombro estaba bien, él estaba aún mejor. Otra vez se sintió pelotari. Un puntista.

El Jai Alai le mantiene vivo. Es habitual –“me llevo al padre”– en los frontones de Gernika, Donosti y Berriatua. Sigue a Julen del Rio, “que está ahí, con los mejores” y ensaya cada lunes y jueves en el grupo de los nuevos, “con Paul, Iñaki, David… los reenganchados, los de la reserva, los de la segunda b” me suena que dijo, aunque lo de la división es más cosa mía, seguro. Txarly es pura ilusión. Su hombro tiene que mejorar todavía “un poco más”.

Juanjo estaría orgulloso “si pudiera verme”. Marcado por los Ibarra. Forjado para ser un deportista en el frontón y en la vida, “para ser y para comportarme como tal”. Un pura sangre.