No era una bicicleta idéntica a las que proliferarían en el siglo XX, pero se le parecía mucho. Su inventor tenía un nombre inequívocamente germánico: Karl Christian Ludwing Drais von Sauerbronn. El vehículo que este señor alemán había dado a conocer al mundo en 1817 tenía dos ruedas y un manillar; era una 'máquina de correr' o un 'caballo de diversión' que servía para desplazarse de un lado a otro y, al mismo tiempo, se utilizaba en carreras deportivas. Así que la bicicleta cumplió desde el principio un doble cometido: una función práctica y otra competitiva. 

Al primer prototipo de bicicleta se le denominó velocípedo; oficialmente, se trata de un vehículo de una o varias ruedas que una persona mueve mediante pedales. Esta vez, su creador fue un herrero escocés llamado Kirkpatrick Macmillan. Era 1836. En la segunda mitad del siglo XIX el acelerón de los distintos modelos fue evidente y su evolución muy notable, desde el vistoso tándem a la mountain bike, una bicicleta todoterreno que se adaptaba a superficies escarpadas más allá de la carretera. 

Antes de la celebración de las grandes carreras en ruta por etapas, en los albores del siglo XX, fue la época del veterinario James Moore. Entre 1860 y 1870 participó en las primeras pruebas ciclistas registradas de la historia. Residente en París desde niño, Moore se proclamó vencedor en la carrera inaugural disputada en el parque Saint-Claud de la capital francesa el 31 de mayo de 1868. El héroe de origen inglés recorrió una cortísima distancia de tan solo 1.200 metros sobre un suelo pedregoso destinado a las carreras de caballos, en un tiempo de 3 minutos y 50 segundos. Fue el inicio de su reinado mucho antes que Eddy Merckx, Jacques Anquetil, Fausto Coppi, Miguel Induráin o Bernard Hinault.

Una prueba de más de diez horas

La primera prueba ciclista clásica tuvo lugar entre París y Rouen en 1869 sobre una distancia superior a los 100 kilómetros. Moore invirtió más de 10 horas en alcanzar la meta en primera posición. A partir de entonces, el ciclismo se popularizó en el resto de Europa, principalmente en Bélgica, la República Checa e Inglaterra. Surgieron carreras que a día de hoy se siguen disputando, como la Lieja-Bastogne-Lieja, que celebró su primera edición en 1892. Otras pruebas con aroma clásico se encuadran entre finales del siglo XIX y principios del XX: París-Roubaix (1896), Giro de Lombardía (1905), Milán-San Remo (1907) y Tour de Flandes (1913), entre otras. 

Las tres grandes citas pertenecen a los primeros compases del siglo XX: el Tour de Francia (1903, obra de Henri Desgranges), el Giro de Italia (creado por Costamagna, Cougnet y Morgagni en 1909) y, unas décadas más adelante, la Vuelta Ciclista a España (cuya primera edición se celebró en 1935, ideada por Juan Pujol). En Sudamérica, una tierra que ha aportado excelentes ciclistas y que cuenta con una extensa afición, no se disputó la principal prueba en ruta, la Vuelta Ciclista a Colombia, hasta 1951

Entre nosotros, la Vuelta al País Vasco, ahora Itzulia, tiene una historia casi centenaria. La ronda vasca empezó su andadura en 1924 bajo el abrigo del periódico bilbaíno Excesior. El Gran Premio Excelsior, como fue concebida la I edición, tuvo un total de tres etapas y contó con 38 participantes.

Mercedes Ateca, una mujer pionera en el ciclismo

La mujer que cambió el ciclismo para siempre fue una cántabra llamada Mercedes Ateca, fallecida en 2021, en Laredo, a los 73 años. No se lo pusieron nada fácil. Durante el franquismo, a las mujeres les prohibieron ejercer profesionalmente este deporte que pasa por dar pedales. En 1979, se organizó al fin el primer Campeonato de España de Ciclismo en Zaragoza y Ateca venció en la categoría femenina. Era la gran favorita después de haber participado un año antes en el Campeonato del Mundo de Ciclismo en ruta en Colonia. La ciclista cántabra repitió la hazaña los dos años siguientes, en 1980 y 1981, y se convirtió en la mujer a batir. En 1982, sufrió una aparatosa lesión como consecuencia de una caída, lo que condicionaría su carrera. No pudo revalidar más títulos al máximo nivel.

Mercedes Ateca, con el maillot del equipo Peugeot.

Su hermano, Fernando Ateca, también destacó en el mundo del ciclismo. Además de haber sido profesional, se dedicó a organizar carreras y fue directivo de las organizaciones cántabra y española. La familia Ateca vivía el ciclismo con pasión. Mercedes se vio obligada a buscarse la vida en París, donde trabajó en hostelería. Allí, al contrario que en el territorio español, no se le ponían trabas a las mujeres y pudo ejercitarse en un circuito cerrado. 

Tras su estancia en Francia regresó a su pueblo natal, Udalla, y abrió un restaurante influido por la cocina francesa. Tras su fallecimiento el año pasado, el vicepresidente de Cantabria, Pablo Zuloaga Martínez, lamentó su pérdida y defendió el legado de la ciclista: "Fue abanderada y abrió camino a muchas deportistas del país".