- El Tour de Romandía recuperó su esencia, sus paisajes y quietud. El pulso suizo, esa serenidad entre pastoril y que posee algo de inquietante, tomó la carrera. Demasiada calma. Eso genera sospecha. En días así siempre sucede algo inopinado. La sorpresa descansa sobre el colchón mullido de la rutina y la costumbre. Luego, da un respingo y todo se altera. Hayter, que silbaba su liderato, se cayó. Ion Izagirre, que corría en paralelo al líder, también se dislocó. A la cuneta. La sensación de desamparo se trasladó después a Romont, el muro que construía el final. Inesperadamente, Rohan Dennis se disparó con ese estilo suyo de pedaladas de siete leguas. Aplastó la chepa con contundencia. A ritmo marcial. Observó la meta de cerca. No necesitaba gafas de cerca. Pero sí un espejo que le enseñara lo que sucedía a su espalda. El suceso era Dylan Teuns. El belga que derrotó a Valverde en la Flecha Valona hizo diana de nuevo. Sobrepasó a Dennis, el nuevo líder, a un palmo de la gloria. Hirschi llegó poco después. Lo mismo que Vlasov, Caruso, O’Connor o Ayuso.
Las granjas al sol y y los verdes prados amortiguaban las carreteras que se adentran en la naturaleza, quejosa esta por esa intromisión en la intimidad. El pelotón alteraba el silencio. Ni los cencerros osaron a asomarse al paso de los corredores, que parecían dorsales en la clandestinidad. Era ajeno el público a la competición. Había casas y se supone que allí vivían personas. Pero era difícil concretarlo. El Ineos mandada por la inercia del liderato de Hayter, que era otro misterio en sí mismo. El líder se posó en la cola, al lado de Froome, cada vez más evidente. El cuatro veces campeón del Tour se disocia entre su discurso, ese que dice sentirse recuperado físicamente y en el buen camino de regreso para ser quién fue, con su rendimiento. Nada tienen que ver las palabras y los hechos.
Hayter parecía más pendiente de los almendros y de los cerezos en flor que pintaban las praderas que de la carretera hasta que le sobrevino el susto en la parte trasera del pelotón. De repente se vio en una cuneta, descabalgado. Atendido por los médicos. Volvió a la carrera, pero lejos de todo. Ion Izagirre también acabó en la cuneta. En la orilla opuesta a la que fue a parar el líder. El de Ormaiztegi se examinó. Es un tipo duro. Tiró hacia delante. Lo mismo que Rigoberto Urán y Steven Kruijswijk. Todos ellos desgajados del foco. Cortados. Insertados en el retrovisor. A Geraint Thomas le dieron el visto bueno para que olvidara a Hayter. London calling. No obtuvo respuesta.
Lanzada la carrera, estrecha la lengua de asfalto, se erizó Rémi Cavagna cuando se respiraban las flores de meta, que aguardaban en un muro. Un promontorio. El TGV de Clermont-Ferrand, campeón de Francia, ondeó su ímpetu. Le gusta la rebeldía. Es su estilo. Descarriló antes de alcanzar la base de Romont, un repecho con malas pulgas que conquistó Teuns. El belga que sentó a Valverde en el Muro de Huy, le sisó la felicidad a Dennis, al que le quitó la caramelo de la boca. Lo saboreaba el australiano. Pero Teuns, la piernas poderosas de las Ardenas, le atragantaron la dicha en el esfuerzo final. El golpe de riñón de Teuns tumbó el brutalismo de Dennis, al que se le cayó la cabeza al manillar de la desesperación mientras Teuns abría los brazos de la victoria. El belga escuchó después los bravos de sus compañeros, que le felicitaron uno por uno. Aunque agarró el liderato, a Dennis le quedó el casi, que es el peor de los desconsuelos. Teuns aflige a Dennis.
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