Abandonar el lugar al que uno llama hogar siempre es complicado. Sobre todo, cuando esta decisión se toma de manera obligada -como consecuencia de una disputa ajena a uno mismo- y todavía más si no se es consciente de los porqués de este repentino cambio de vida. Algo por lo que han pasado muchísimas personas a lo largo de la historia, pero que, particularmente, siempre ha afectado a los más jóvenes, quienes, entre llantos, han tenido que dejar atrás no solo su casa, sino también a muchos de sus seres queridos con el único propósito de sobrevivir.

Solucionar esta situación, la cual, por desgracia, le ha tocado vivir ahora a los niños y las niñas de Ucrania, no depende de los ciudadanos de a pie, pues el transcurso de las guerras lo determinan los políticos en sus despachos, pero eso no significa que la sociedad -gasteiztarra en este caso- no pueda hacer nada. Porque cualquier gesto de solidaridad, aunque aparente no ser suficiente, es capaz de devolver la sonrisa y la inocencia a quien la había perdido a raíz del miedo.

Un gran ejemplo de ello es la historia de Oleg Maievskyi. Con solo siete años, este joven nacido en Leópolis, la sexta ciudad más poblada del país invadido por Rusia, ha escapado a la capital alavesa de la mano de su hermano mayor y su ama, y todos ellos han sido acogidos por su tía Nadia, que reside en España desde hace más de dos décadas y, al igual que la mayoría de los que un día emigraron, no ha dudado en echar una mano.

El proceso, eso sí, no ha sido nada sencillo; para huir de las constantes alarmas de bombardeo, esta familia ucraniana ha tenido que dejar allí al padre y a la abuela, ambos supuestamente indispensables -el primero por ser hombre y la segunda debido a su condición de médico-; y, asimismo, soportar multitud de retenciones mientras atravesaban Europa en diferentes autobuses que les llevaron primero a Varsovia, luego a Barcelona y, finalmente, a Vitoria-Gasteiz.

Ahora bien, estar a salvo no significa ser feliz; especialmente, cuando se trata de un niño. Para volver a sonreír, Oleg ha necesitado otro gesto, además del de Nadia, y este se lo ha ofrecido el IruBat, quien, en el momento que supo, gracias a Emilio Quílez, de su pasión por el fútbol, le invitó a sumarse a los entrenamientos del equipo prebenjamín y le vistió de arriba a abajo con la equipación oficial del club. Una indumentaria que, según cuenta su tía, no se quitó durante todo el día.

"El primer día, le acompañé al césped de la mano y fue un momento muy bonito. Temblaba, pero no de nervios o de miedo, sino de alegría. Luego, estuvo revoloteando con el balón y disfrutó como el que más. Lógicamente, debido a la barrera del idioma, estaba despistado y le costó relacionarse con sus nuevos compañeros, pero estoy seguro de que dentro de muy poco será uno más del grupo", relata Higinio Barrantes, exjugador del Alavés y actual presidente de la escuadra de Los Astrónomos.

Para Higinio, lo que el IruBat ha hecho con Oleg es algo "ético" y "moral". En circunstancias así, cada uno debe "intentar ayudar en la medida de lo posible" y, en su caso, la mejor manera es esta. Además, el máximo responsable del conjunto de Santa Lucía se muestra "encantado" ante la posibilidad de que, en unas semanas, este joven ucraniano pueda empezar a jugar amistosos, porque su categoría no está federada, y empiece a marcar goles como su mayor ídolo: Cristiano Ronaldo.