ulio es una institución, un joven de 60 ligado desde siempre, et in aeternum, al escenario deportivo. Quiroga se ha desenvuelto con prestancia, reitero, se ha distinguido y llamado la atención, por exigencia, resultados y manera de ser, en todo tipo de superficies; ha sido tenista, jugador de squash y practicante de pádel, a tiempo total, full time, casi cada día, todos los fines de semana, desde que entró en razón y, seguro, hasta que la pierda, que en ello andamos los que nacimos cuando The Beatles editaba su primer sencillo, en los albores de la década prodigiosa de los 60. Aniel comenzó con el tenis cuando el australiano Neil McAffer, de blanco y radiante, trató de enseñar lo que sabía a los jóvenes socios de la Peña Vitoriana mientras destrozaba raquetas cuando se le iban la paciencia y el entusiasmo. Guillermo Gorospe adoptó cada uno de sus movimientos y, los demás, hacían lo que podían. “Yo aprendí copiando lo que hacían los demás, no recuerdo haber recibido ninguna clase. Siendo unos críos, un grupo de chavales nos hicimos jugadores con Álvaro Vidal-Abarca, un fuera de serie”. En el pasado, todos los que han jugado al pádel después, empezaron con el tenis. Aniel-Quiroga lo jugó todo y en todas las categorías, pero se queda con “el subcampeonato en el Pochín”, histórico torneo que recuerda la figura de José María Ortega; “me pulió Fernando Gómez de Segura, que era un jugadorazo”, recuerda. En 2019 se acabó el tenis. Tuvo que dejarlo por culpa de una dolorosa fascitis plantar. Tenis y pádel mezclaron bien desde mediados de los ochenta.

Cuando apareció el pádel se sumó a la causa. Ganó el primer social de la Peña en el 85 y en el 89 hizo el segundo puesto en la primera edición del absoluto de Álava. En el 91 se lo llevó. “Ese nuevo deporte estaba hecho para mí, que soy pequeño”, dice, “que me movía rápido para atacar y defender, lo que tocara”. Eran otros tiempos. Los años del cemento y los picos. Inauguró todas las pistas: las de la Peña Vitoriana en tres fases, las del Estadio y las de Mendi. Estrenó los escenarios originales, las canchas de casa, las de Jolaseta en Bilbao, las de Ibaeta, en Donostia y las del club de tenis de Zarautz. Compartió torneos del Circuito Beefeater con la élite española, Arenzana y Fontán, las estrellas del momento “que ya podían con los argentinos”, formó parte de la pequeña vanguardia que surgió en el norte: Hurtado de Mendoza, Alejo Álvarez y, en Álava, Mesanza, los Ron, los Saracho, Javier Crespo y un chaval diez años más joven que empezaba, Jon García-Ariño. Aguantó en primera línea hasta los 37, cuando el hombro y el codo dijeron basta. Desde entonces se guarda para los campeonatos de veteranos. Fue campeón de Euskadi de + 40, en 2003, junto a Martínez Rivas, tercero de España en + 55 y campeón estatal con la selección vasca en 2013.

Monitor, entrenador nacional y juez árbitro, pasa en pista, ejerciendo como tal, entre 4 y 7 horas diarias, y sin embargo, casi no compite. “Estoy muy limitado, no tengo tiempo”, reconoce, “apenas juego”. Los últimos 40 años, este hombre pequeño y flaco, ha convertido su pasión en profesión. Cientos de niños y niñas han aprendido a jugar a su lado.

Aniel-Quiroga se ha convertido en un jugador de leyenda. Un mítico del pádel alavés y vasco. Maestro de generaciones que han absorbido su pádel clásico, técnico y de buena mano.

De su carácter y manera de ser, de sus hábitos y maneras podría escribirse un libro. Es complejo y sencillo a la vez. Sin ambiciones, conformista, libre, disperso, tenaz y despistado. “Va siempre a su bola”. Algo quejica y un poco “tiquismiquis”. Un perro verde, dicen otros, en plan bien. Divertido. Y dueño de un humor inteligente y absurdo a la vez.

Si será clásico, si rondará la mítica... que, en un país con más de 370.000 licencias, él tiene la número 128.