- En la década de los 30 del pasado siglo, Amurrio impregnó el paladar de sus vecinos con el sabor de un licor afrutado, con toques de naranja, mezcladas las amargas y las dulces. La bebida, producida por las Destilerías Acha, era un licor. Le llamaron Karpy en honor a las nietas, Carmen y Pilar, del fundador de la fábrica, Manuel Acha. El espirituoso de naranja bautizó entre 1967 y 1972 el equipo ciclista Karpy, que participó en seis ediciones de la Vuelta a España. Su memoria reposa en el Museo de la Bicicleta de Amurrio. Es el recuerdo del pasado ciclista de la localidad. El arcano del ciclismo lo refrescó la Itzulia, que finaliza el sábado en Arrate. Domingo Fernández y Gonzalo Aja vencieron en la Subida a Arrate con el maillot del Karpy.
La Itzulia se insertó en el tuétano de Aiara, un calvario. Bebida de alta graduación. Se la bebió de un trago Pello Bilbao. El mejor champán para el gernikarra, que fue capaz de quitarle los colores del arcoíris al campeón del Mundo, Julian Alaphilippe, un ciclista burbujeante. “He ganado al campeón del Mundo”, gritó Pello Bilbao, que soportó el esprint al francés y le rebasó en el impulso final. El espasmo de la victoria. “Estoy muy contento porque lo he intentado muchas veces. Al final, la victoria ha llegado al esprint y delante del campeón del Mundo. Estaba claro que el más rápido era Alaphilippe y tenía que seguir su rueda”, expuso el vizcaíno. Rehabilitado de la tunda en el bucle de Aiara, Bilbao se recompuso a tiempo para festejar una victoria muy deseada. Dedicó la conquista a su mujer Andrea, que espera su primera hija, Martina, en dos meses. Andrea animó a Pello en el último puerto, donde más sufrió el gernikarra. Se agarró Pello a la carrera con el alma. Eso le salvó. Se cosió a Alaphilippe en el esprint de los favoritos y le deshilachó. “A veces Colbrelli me echa la bronca porque no hago bien del todo los esprints, espero que esta vez este satisfecho”, recordó el gernikarra con humor. El vizcaíno, además, lijó diez segundos con Roglic. Es quinto Pello Bilbao. Está a 19 segundos del esloveno, que controló el día sin alardes, aunque reconoció que “estaba cansado”. Prefirió el calor del grupo.
La emboscada por Aiara la ideó el exciclista César Solaun, que encontró en la orografía del terreno un lugar inédito, recóndito, secundario y camuflado, ideal para las encerronas, la tensión, la adrenalina y el padecimiento. Congelado en el tiempo, con algún caserío perdido entre el ganado y las cruces que recuerdan el poder omnipresente de la Iglesia, solo faltaban las saetas entre carreteras estrechas e hirientes como el alambre de espino que delimitaba la cuneta. Una corona de espinas para los corredores, convertidos en animales heridos buscando una salida del laberinto, marcado por estacas. Una tortura física, emocional y psicológica. Una puerta abierta al misterio y a lo desconocido. Nada peor que la incertidumbre. Los caminos vecinales que refugiaban a Opellora y Ozeka, dos cotas en medio de la nada que lo era todo y que debían transitar en dos ocasiones, pusieron en guardia al pelotón bajo un sol amable y nubes distantes. Una bendición.
Sabían que el giro les llevaba al infierno y mejor pasarlo lo antes posible. Opellora, un rampón con el suelo cicatrizado y puntos álgidos al 17%, picado por la viruela de los pisos con demasiada memoria y escaso cuidado, recibió al pelotón. Arrugado el asfalto, parcheados los socavones con puñados de asfalto, se impuso el hormigón rayado y el ritmo del Ineos, que entró en tromba tras el rastro de Polanc, Rodríguez y Houle. Cada vez que aparece el cemento se escucha un quejido y un lamento, un qué demonios hago aquí, porque emparientan con el sufrimiento, con lo improvisado y con la supervivencia.
La rendición no era una posibilidad una vez dentro. Embutidos los corredores, emparedados por la naturaleza salvaje que empuja por los márgenes, Roglic, cauto, se encoló a la muchachada del Ineos, que izó la bandera pirata. También Ion Izagirre y Pello Bilbao, atentos al perfil del esloveno. Evenepoel no retiraba la vista del líder. Higuita, que padeció una avería mecánica, se lamentaba. A la subida, corta pero lacerante, un puñetazo de realidad, le siguió un descenso burlón, desafiante, técnico, una lengua de asfalto revirada y con la mirada aviesa. La trampa continuaba por territorio comanche hasta dar con Ozeka, un alto más amable, más abierto el paisaje, pero con la mandíbula apretada. Polanc y Rodríguez desprendieron a Hugo Houle, consumidas las piernas por las termitas de la fatiga. Thomas era el sherpa del Ineos. El puerto se hizo mar. La marea naranja pintó las cunetas. Por delante solo sobrevivía Rodríguez. Roglic y el resto de favoritos compartían plano tras el primer encadenado de Aiara.
Bajaron las pulsaciones entre los mejores. Reconocido el insidioso terreno, la acuarela del pelotón se difuminó. Se encendió nuevamente el neón rojo de la advertencia. La pelea por la posición giraba de nuevo la ruleta de la Itzulia. Thomas repitió la misma pose. Roglic se incrustó como una sombra. Nadie quería rasgarse. Izagirre, Bilbao y Mas se arremolinaban en el mismo escalón. Evenepoel se torció en la chepa de Opellora. Alaphilippe elevó la ceja, atento a todo. Rodríguez, por delante, cabeceaba, bamboleando los hombros. Se comieron Opellora a bocados de realidad. No hubo estallidos. Roglic contaba Vingegaard, su nanny, mientras el Ineos continuaba con su apuesta. Relevó a Thomas, el pastor, con Geoghegan en Ozeka. Adam Yates se encrespó. Roglic reaccionó con Vingegaard. Alaphilippe, Mas, Izagirre y Pello Bilbao resistieron con el resto de favoritos. Evenepoel reparó las grietas con maquillaje.
Vingegaard apagaba cualquier conato contra Roglic, que actuó con frialdad en cada acelerón. El descenso, kamikaze, lo trazó el gernikarra, ambicioso y corajudo. A su cola, el resto de elegidos. El grupo de patricios se encaminó hacia Amurrio, donde esperaban las bonificaciones, el botín después de escarbar las tripas de Aiara, que sirvió de aduana. Concentró a los mejores. Un repecho en el extrarradio de Amurrio midió las grupas. Nadie se desvencijó. Comenzaron las charlas entre compañeros. Los susurros. Roglic y Vingegaard, Evenepoel y Alaphilippe. Yates y Daniel Martínez. Evenepoel propulsó a Alaphilippe, que quería gritar otro triunfo como el de Viana. Pello Bilbao, extraordinario, agonístico, dejó mudo al campeón del Mundo. Su golpe de riñón derribó a Alaphilippe.