Llora Sudáfrica la muerte de Desmond Tutu, símbolo inequívoco de la lucha contra el Apartheid, figura indiscutible en la historia reciente de África. El continente africano está triste. Días antes de que se conociera el fallecimiento del arzobispo de Ciudad del Cabo, se supo del luto por la desaparición del Qhubeka, quebrado por la falta de patrocinadores para seguir en el WorldTour, al que se ancló en 2016. “Nos entristece profundamente confirmar que nuestras esperanzas de competir como equipo UCI WorldTour en 2022 han terminado. Este es un momento extremadamente decepcionante para nuestra organización”, rezó el comunicado oficial del equipo para anunciar su desaparición, que deja huérfana a África en la élite del ciclismo.

El Qhubeka era más que un equipo. Representaba el sueño y las ganas de lucha de un continente maltratado. Un acto de fe y rebeldía. “Nuestro equipo ha sido un hogar para todos, y ha llevado las esperanzas y los sueños de un continente y de mucho más allá”. El proyecto más especial que hubo se cae de la élite, que no entiende de romanticismo. La imposibilidad de encontrar un sostén económico para seguir pedaleando su utopía, deja a África, que en 2025 celebrará el Mundial de ciclismo en Ruanda, sin la bandera del equipo que alcanzó un sueño inimaginable.

“Nic Dlamini y Daniel Teklehaimanot hicieron historia al correr el Tour para nosotros, destacando los retos a los que se enfrentan los corredores africanos para tener la oportunidad de correr en Europa”, establecieron desde la formación en su adiós. Se apaga la llama del Qhubeka, que en su andadura por la azotea del ciclismo sumó siete victorias en el Tour, cinco en el Giro, una de ellas por mediación de Omar Fraile, y cinco en la Vuelta. Detrás del palmarés sobresalía la mano amiga de una idea para mejorar la vida de las personas con menos recursos.

El Qhubeka era un equipo diferente, que pedaleaba con el alma de solidaridad. “Hablamos de ciclismo profesional y sí, todo es un negocio como ha quedado claro con la desaparición del equipo, pero dentro de ello lo de Qhubeka era algo muy especial. Nosotros éramos los embajadores de esa idea. Dábamos a conocer la labor de la fundación y cuando la gente sabía el trabajo que hacía, realizaba donaciones. Ese dinero servía para comprar bicis a los más desfavorecidos”, narra Fraile, ciclista del Ineos a partir del 1 de enero, que corrió en el equipo sudafricano en 2016 y 2017. “La fundación sirve para mejorar la calidad de vida de las personas. Eso es impagable”, expone. Solidarios con las necesidades de los más desfavorecidos, Qhubeka entrega miles de bicicletas al año. Suma 75.000 bicicletas distribuidas. Bicis hechas para perdurar. Compañeras de viaje.

EL VALOR DE LAS BICIS

Robustas, las monturas pesan 21 kilos. Oro puro para las personas que las reciben y las emplean como medio de transporte. Jóvenes que van a la escuela en zonas rurales o personas que necesitan desplazarse para atender sus trabajos en lugares donde la bicicleta es la única alternativa. “Uno de los chavales que recibió una de aquellas bicis llegó a correr en el WorldTour”, analiza Fraile. Qhubeka distribuía bicis, pero, sobre todo, repartía esperanza y un futuro mejor. Bicycles Change Lives es el lema de Qhubeka. Las bicicletas cambian vidas.

“Era una ayuda para mejorar la calidad de vida. Algo más que unas simples bicis”, subraya Fraile, que asistió al reparto de aquellos sueños. “Fue una experiencia increíble. Eras testigo de la felicidad que suponía para ellos”, expone el vizcaino. Las bicicletas no son un regalo, son una recompensa al trabajo realizado. Por ejemplo, una de las tareas era la de cuidar semillas durante un periodo para desarrollarlas después en distintas granjas. Si lo hacen, obtienen las bicis. Qhubeka fabrica bicicletas cuya función es facilitar el día a día de las personas con menos recursos. La fundación trabaja habitualmente en poblados y aldeas rurales.

“El día en el que se reparten las bicis no solo es especial para quienes las reciben, en el equipo el acto se celebraba como un festejo, como la mejor de las victorias. Era increíble ver cómo se vivía. Estaban superorgullosos de ello. Para el equipo es un día fantástico y cuando los ves y eres parte de ello, te sientes feliz. Aprendes a valorar más las cosas, la suerte que tienes”, rememora Fraile. La visión del vizcaino sirve para explicar el ecosistema de un equipo distinto, pero, sobre todo, para radiografiar un país.

En Sudáfrica, el Qhubeka era un referente, un elemento vertebrador del país y del continente. Si en la Sudáfrica de Nelson Mandela el Mundial de rugby sirvió de encole de una nación que se había desangrado durante el Apartheid, el Qhubeka, aunque con menor carga simbólica, se convirtió en otro motivo de orgullo del continente que promocionaba a ciclistas africanos. “No creía que fuera a desaparecer, la verdad. Es una pena”, resume Fraile. Tras perder la rueda del WorldTour, el Qhubeka centrará sus esfuerzos en el equipo sub’23 y en impulsar la fundación. África pierda la mano amiga.