Roglic es una bendición para la Vuelta. El campeón en curso, competidor imperturbable, ofreció otra lección de ambición. El esloveno se agarró a la improvisación y al arrojo para engrandecer su dimensión y su ascendente sobre la carrera. Lo hizo a toque de corneta. Se la jugó el esloveno. Se desprendió de cualquier cautela y cargó con todo para alimentar aún más su poder en la Vuelta. Cuando todos los rivales le esperaban parapetado en los sacos terreros del Jumbo en un día que elevó a los altares a Michael Storer, que enlazó su triunfo del Balcón de Alicante con el de Rincón de la Victoria, -pocos nombres tan evocadores para ganar- Roglic descerrajó otro disparo en la diana de la Vuelta. Salió de caza. Solo el patinazo en el descenso le anestesió la rebeldía. Antes de su caída destempló a Mas, López, Haig, Yates y Bernal, incapaces de responder al salvaje esloveno.
En Almáchar, un puerto de aspecto viejo, agrietado y decolorado, Roglic se alejó del resto con uno de esos esprints que tanto duelen y asfixian. Tomó una renta estupenda en la corona. Le traicionó la bajada. El esloveno probó el beso envenenado de un asfalto burlón y revanchista.Tuvo fortuna Roglic en salir indemne. Raspado el costado derecho, pudo seguir adelante. “Sin riesgo, no hay gloria”, dijo el esloveno. Mas, López y Haig remacharon la desventaja con Roglic. No así Yates y Bernal, que perdieron más de medio minuto. El esloveno y Mas se saludaron con una sonrisa en meta. Llegaron de la mano a Rincón de la Victoria, donde Roglic evitó la derrota.
El barbecho de los lunes al sol animó el frenesí en el hormiguero de la Vuelta, que correteó con entusiasmo hacia la segunda semana de competición. Despegó el día acelerado, con fuerzas renovadas tras jornadas al sol de las penurias entre postales desérticas y montañas que despellejaron la esperanza. Brotó la carrera por la línea costera de Almería a Málaga y se formó una expedición. Una treintena de dorsales se anudaron a la búsqueda de la gloria tras el ajetreado y veloz comienzo. Se formó un grupo heterodoxo, con 17 equipos representados. Prosperó la huida de tantos porque nadie preocupaba al desestresado Roglic. Euskaltel-Euskadi fijó al pizpireto Xabier Mikel Azparren, siempre dispuesto para un baile más. Amézqueta, Lastra y Aranburu se subieron al mismo pasaje. Con ellos, amenazas como Storer, conquistador del Balcón de Alicante, Cort Nielsen, vencedor en Cullera, el filósofo Martin, siempre belicoso, el incesante Calmejane, el poderoso Van Baarle o el resistente Eiking compartieron las vistas costeras del hedonismo.
Los peones del Jumbo eligieron la cháchara. Un corrillo de voces. El pelotón, tan disentido, tan destensado, circulaba sotto voce, de puntillas. Roglic, que siempre corre en cabeza, prefirió sestear en la barriga del pelotón. Odd Chistian Eiking, un noruego anónimo, era el nuevo líder porque la ventaja de la fuga se disparó ante la dejadez del Jumbo. El jadeo era el idioma de los fugados, que alteraron el pulso cuando el bajorrelieve de la jornada se adentró hacia el puerto de Almáchar, abrigado por el calor que atornilla la Vuelta. Aranburu, Trentin, De Tier y Herrada se envalentonaron. Esposado el cuarteto, Oliveira enarboló su bandera en tierras duras, de almendros y olivos, de aguacates y mangos. La rampa inicial, un puñetazo, arrió al portugués. Storer, un forzudo rubicundo, despegó. Eiking y Martin se retaron en la lucha por la piel de Roglic.
ATAQUE Y CAÍDA DE ROGLIC
El esloveno, que silbó durante buena parte de la tarde, afirmó su autoridad cuando el Ineos y el Movistar calentaron la subida. Les tocó el hombro. Aquí estoy. Mikel Landa, desnudo en el Velefique, quedó a la intemperie. Desconectó. Apagado. Llegó a meta a 10 minutos de los favoritos. Lejos de todo y de él mismo. “No sé lo que me pasa”, resumió el de Murgia. Lo contrario que Roglic, un campeón a tiempo completo, de punta a punta. Nunca descansa, aunque lo parezca. El esloveno subrayó su estatus en Almáchar, un puerto bronco, abrupto, indigesto. El líder, voraz, siempre hambriento, lanzó un directo al corazón de la Vuelta. Valiente, al ataque, Roglic erizó su orgullo. Su empuje laminó a Mas, López y Haig, sus rastreadores. Bernal y Yates se astillaron, dislocados ante la afrenta de Roglic, que arrancó el retrovisor. Mas, López y Haig tiritaron ante su redoble de tambor. El esloveno tomó vuelo en un final intrépido, con aspecto de clásica nerviosa y loca. El estirón le alcanzó para acceder a la cima con una renta de 18 segundos respecto a Mas, López y Haig. Faltaba la bajada.
El descenso, que había trazado con destreza Storer, vencedor en solitario, descabalgó a Roglic, limando los límites. El líder, excelso bajador, perdió el control de su bicicleta -le derrapó la rueda trasera- y se arañó la parte derecha del cuerpo. Su piel, arrastrado por el asfalto. Por fortuna, Roglic se puso en pie de inmediato. Ni una mueca. Chapa y pintura. Olvidó el accidente y reemprendió la marcha. López, Mas y Haig cosieron la herida del retraso por el mal fario del líder. La caída les unió. Compartieron el resto del descenso en compañía de Kuss, Grossschartner y Vlasov, que enlazaron. Bernal y Yates penaban a medio minuto. En Rincón de la Victoria Storer festejó otro triunfo y Eiking se coronó como líder de aspecto efímero. El esloveno, que atemorizó a Mas y López y golpeó a Bernal y Yates, se asustó. El precio del riesgo. Roglic elige ser valiente.