repidante el final de la Clásica de Donostia. Con ataques desde lejos, sin esperar a las pendientes finales de Murgil, con caída de Honoré bajando Igeldo, confundida su trazada por el error de Mohoric, y con su recuperación hasta llegar al resto de compañeros de fuga, que dilucidaron la victoria a esprint. El prestigio de bajador de Mohoric le jugó una mala pasada, se confió mucho y casi se sale en una curva de Igeldo, hacia el acantilado. Suele pasarles a los grandes bajadores, que se crecen y desprecian los riesgos. Es el caso de Nibali, que cimentó grandes triunfos en las bajadas, como el Giro y a Lieja-Bastogne-Lieja, pero que también se ha caído muchas veces desde entonces, dando al traste con sus opciones, como le ocurrió en las Olimpiadas de Rio de Janeiro. Ganó el estadounidense Powless, y se hizo justicia para los chicos del Education First, guiados por su director irunés, Juama Gárate. Su corredor Simón Carr, que atacó junto a Mikel Landa en las duras rampas de Erlaitz, dejó al alavés y se fue solo. Camino de Pasaia fue cazado por un grupito que se destacó en la bajada, en el que iba el ganador de la prueba. Su equipo cargó con el peso de la fuga, así que el triunfo de un corredor con ese maillot rosa es justo, aunque fuera sólo por un tubular sobre Mohoric en la línea de meta.

La Clásica ha padecido su ubicación en el calendario, al interponerse la Olimpiada antes que ella y después del Tour. Históricamente era una carrera a la que llegaban los corredores que habían hecho el Tour, los protagonistas, en plena forma. Este año, al acudir las principales figuras a Tokio, la mayoría no ha venido, y los que han llegado desde la capital nipona lo han hecho cansados. Se ha notado en la falta de campeones de primer nivel en la disputa, Pogacar, Roglic, Carapaz, Thomas. Solo Alaphilippe y Vingegaard se dejaron ver en la cabeza de la carrera. La Clásica también la ganó otro estadounidense, el ahora proscrito Armstrong, y su participación en Donostia también enlaza nuestra carrera con los Juegos Olímpicos.

Armstrong disputó la Clásica en 1992, pocos días después de haber competido en la prueba de ciclismo en ruta de la Olimpiada de Barcelona. Allí quedó en el puesto 14, en el grupo principal, del que se habían destacado tres corredores, Dekker, Ozols, y el campeón olímpico Casartelli, con quien Armstrong haría mucha amistad y al que llevó a su equipo Motorola. Fabio Casartelli, que falleció dramáticamente al caerse en el descenso del Porte d’ Aspet en el Tour de 1995. Armstrong tenía apalabrado un contrato y poco después de terminar su carrera olímpica de Barcelona debutó en profesionales en la Clásica. Terminó el último, a más de media hora. Pero un periodista asegura que le oyó decir “Algún día ganaré esta carrera”. Y lo hizo, en 1995. Un ejemplo de que hay perseverar para conseguir una meta.

Las pruebas de ciclismo en las Olimpiadas de Tokio han sido de mucho nivel. En ruta, sobre un circuito durísimo, se diputaron la carrera los mismos que el Tour, en lo que parecía una segunda vuelta. Y venció el más listo, dentro de una fuga de una decena de corredores, los más fuertes en la última subida, todos sin compañeros de equipo, se impuso que hizo “la fuga de la fuga”, según la expresión afortunada que Txente García ha acuñado en el vídeo del equipo Movistar “El día menos pensado”, Carapaz atacó, el resto titubeó, se vigiló un ratito, y ya era demasiado tarde. Van Aert y Pogacar se llevaron plata y bronce. En la contrarreloj se produjo otro de esos actos de justicia poética que a veces nos brinda el deporte, para compensar los otros injustos, y Roglic, el malherido del Tour, hizo una soberbia crono, venciendo a Dumoulin, otro resucitado, y al australiano Dennis.

Otra manera de vencer es por aplastamiento, como hacían Hinault, Merckx, y como la que recuerdo de Souko en las Olimpiadas de Moscú en 1980, en un recorrido duro como el de Tokio.

Souko atacaba en cada repecho, y cuando se quedó con un trío de elegidos en cabeza, a falta de 30 kilómetros, se puso de pie, cargó el plato grande, aceleró, y se quedó solo. En esos 30 kilómetros les metió tres minutos de diferencia, un minuto cada diez kilómetros a pesar del trabajo del polaco Lang, que es segundo en la llegada, precediendo en el esprint a su compañero Barinov. Lo que quedaba del pelotón, con ilustres como Stephen Roche, Marc Madiot, Van de Poel, entraba en la meta a ocho minutos treinta segundos.

He hablado alguna vez del puerto de Erlaitz para contar la historia del contrabandista Mantecas, de su caserío que estaba en su cima, y al que acudía un ciclista de Irún para llevarle el recado de los revolucionarios fugitivos que tenía que pasar a Francia, y acordar los detalles. Bajando Erlaitz hacia Oiartzun, los corredores pasaron por una curva donde está el caserío de Pikoketa. El próximo 11 de agosto se cumplirán 85 años del asesinato allí, fusilados sin juicio sobre la pared del caserío, de 18 milicianos y milicianas republicanos de Irún, muchos muy jóvenes, como las dos chicas, Mercedes y Pilar, de 16 y 17 años.

A rueda