a Itzulia se apagó el sábado en el santuario de Arrate con el festejo de una jornada memorable. Campanas de boda. La etapa, soberbia desde el prólogo al epílogo, sirvió para que Primoz Roglic conquistara la carrera en un acto de fe y en un ejercicio de ciclismo sobresaliente. La suya fue una actuación majestuosa, solo al alcance de los campeones. Porque la victoria de Roglic suponía la derrota de Tadej Pogacar, el campeón del Tour. Roglic se enfrentaba por primera vez en el curso al prodigioso Pogacar, el hombre que le arrebató la Grande Boucle en la histórica etapa de la contrarreloj a La Planches des Belles Filles. El día que lo cambió todo. Ese pulso que alcanzó cotas hiperbólicas en el Tour, se reprodujo a menor escala, pero con la misma intención, en las carreteras vascas.
Roglic accedió a la Itzulia tras exhibirse en la París-Niza, donde obtuvo tres victorias de etapa. La general se le estropeó en la accidentada jornada de cierre, en la que sufrió dos caídas y una avería mecánica que le arrancaron la victoria final. A pesar de que el amarillo se le deshilachó, Roglic fue el más fuerte. Dejó su sello de voraz competidor. En paralelo al estreno de Roglic en la temporada, Pogacar enlazó dos generales sin pestañear. Conquistó el Tour de Emiratos y encendió con su intensa luz la Tirreno-Adriático. Fueron dos victorias rotundas las de Pogacar, que venció con tremenda superioridad, con ese modo tan suyo. Roglic y Pogacar mandaban así sus respectivos mensajes. Dos remitentes y dos destinatarios eslovenos. Su diálogo epistolar desembocó finalmente en el vis a vis de la Itzulia.
Desde que se conociera el enfrentamiento directo de los dos eslovenos, la Itzulia entró en otra dimensión. No era la carrera de siempre. Le abrazaba la historia común de Roglic y Pogacar en el Tour. Aún sin descorchar, la Itzulia estaba repleta de memoria y de cuentas pendientes. Aires de revancha. La crono inaugural de Bilbao evidenció el peritaje entre Pogacar y Roglic, dos campeones. De algún modo, en la capital vizcaina comenzó a disputarse la secuela del Tour de 2020. De nuevo con una crono de por medio, los dos eslovenos se examinaron de cerca, sin interlocutores. Ambos mantuvieron un intenso diálogo competitivo desde el arranque. La crono que en el Tour sepultó a Roglic, sonrió en este ocasión al esloveno, que obtuvo la primera victoria en el ring del reloj sobre Pogacar. 28 segundos. En ese primer acto, Roglic se demostró a sí mismo que podía con el prodigioso Pogacar, que alcanzó la cita vasca barnizado con el halo de imbatibilidad.
La toma de contacto de la Itzulia evidenció el altísimo nivel de Roglic y Pogacar, que se subrayó con el duelo que mantuvieron en la ascensión a Emualde. En el cara a cara, los dos se mostraron varios peldaños por encima del resto de rivales. En una montaña tortuosa, en una pinacoteca del esfuerzo y el sufrimiento, los eslovenos mágicos se la jugaron al esprint sin que se les desencajara el rostro. El campeón del Tour del pasado año superó a Roglic. Pogacar no perdona. El joven eslovena limó cuatro segundos. A los que habían de sumarse otros cuatros que obtuvo en la segunda etapa. Roglic solo disponía de 20 segundos sobre su máximo rival. Los eslovenos se medían en cada poro de la Itzulia, en cada pulgada de terreno. Corrían en una baldosa, siempre atentos, vigilantes. No se despegaban. Incluso cuando en Hondarribia la carrera giró y el maillot de líder se posó sobre los hombros de Brandon McNulty, compañero de Pogacar, Roglic y su principal adversario encolaron sus destinos. Máximo respeto.
La jornada final que coronó a Roglic, que se coló por el ojo de la cerradura que abrió Alex Aranburu y descerrajó la Itzulia en la bajada de Gorla, intensificó el debate cerrado entre Roglic y Pogacar. Roglic capitaneó la rebelión y Pogacar comandó la defensa de McNulty, hasta que el norteamericano sucumbió. Después se reprodujo el desafío que ambos mantienen intacto y que la Itzulia amplificó. La carrera constató el tallaje de dos ciclistas gigantescos. Roglic atacó con furia y Pogacar se defendió con ira. Aunque ambos estuvieron acompañados, el pulso era un duelo personal, íntimo, una cuestión que trasciende, arrebatadora, sentimental, emocional. Incontenible. La carrera vasca fue otro pasaje para ellos, un episodio que alimentó la lucha sin cuartel entre dos campeones dispuestos a marcar territorio y, tal vez, época. El legado de la Itzulia.
La Itzulia alimentó la lucha sin cuartel entre Pogacar y Roglic, dos campeones dispuestos a marcar territorio y época
Roglic capitaneó la rebelión y Pogacar comandó la defensa de McNulty. Después se reprodujo el desafío tremendo entre ambos