n castizo, un mal año. Año muy malo en todos los sentidos. Algunos, los afortunados, soltamos a las bravas que, en lo importante, todo bien. Óptimo por lo que a la salud respecta y a nuestra familia atañe. Porque esa es otra, a un buen número de personas les ha tocado sufrir también, y sobre todo, en lo concerniente a la salud y a las despedidas para siempre. Un año de mierda en general que va para dos, en eso va a quedar 2020. Y lo que te rondaré morena según transcurre el 21. De los colaterales, asunto económico, empresarial, en el puro disfrute de la vida, mejor no hablar. Son aspectos tangenciales, sí, pero conforman nuestro estado del bienestar. Mira tú si son importantes.

Los Araico, padre e hijo, no recordarán los últimos 12 meses con cariño. Les ha pasado de todo y, en lo sustancial, les ha privado de la salud y por ello de llevar una vida normalizada y de seguir formando parte de la familia pelotazale. El padre, Óscar Araico Fernández de Retana, chapa en la mano, de azul marino y blanco, dirigiendo partidos, “de trinquete a ser posible, los que más me gustan”, y el hijo, Jon Araiko Argote, pegándole a la pala en el Provincial, como integrante del grupo de pelotaris del club Errekaleor, donde ha encajado como la última gran pieza de un puzle gigante; “he disfrutado mucho, son como una cuadrilla para mí”, me dice, y recita los nombres de Asier Karetxe, Mikel Ornat, Beñat Kandela -con quien debía estar compitiendo en el campeonato-, Xabier Uriarte… y alguno que otro más. “No hemos ganado ni hostias pero…”. ¡Si habrá disfrutado! En uno de los primeros entrenamientos de la actual temporada apareció el problema. “Me jodí la espalda”, resume. El médico le aconsejó dejar el frontón y “que llevara una vida tranquila”. Una hernia discal y un porrón de vértebras tocadas -entre la L3 y la S1- que no sólo le impiden hacer deporte, también le han dejado sin trabajo. “Se me carga la espalda hasta andando, imagina si tengo que coger un peso o realizar posturas que tengan que ver con el curro”, me cuenta apenado. Y la cosa pinta mal porque “no me recupero. Es una ruina total”.

El capítulo dos es más dramático todavía. El virus nos confinó a todos en casa en marzo de 2020. Unos meses más tarde, en julio, la vida recuperó parte de normalidad. En lo que respecta a la pelota, cronómetro en mano, protocolo pegado en la frente y vigilancia exhaustiva desde las instituciones políticas y sanitarias, la FAPV elaboró un programa mágico con el que acabar bien el curso. En el Interpueblos de paleta goma Óscar Araico, el juez, sufría una caída que le provocaría una fisura y desplazamiento en la cabeza del húmero derecho. Se libra de la operación por los pelos pero comienza el drama. Brazo en cabestrillo y descanso obligado. Cuatro meses más tarde la vida le sorprende con algo aún más duro. A consecuencia de unos mareos, los médicos que le examinan le descubren un tumor cerebral del que es operado con urgencia. A partir de ahí, optimista ante todo, Óscar confía en recuperarse cuanto antes, superar la dura prueba a la que le ha expuesto la vida, pasar la última sesión de radioterapia y “volver al trinquete”. Sobre todo eso. En la Dirección Territorial de Sanidad, donde ejerce de conductor y ordenanza, digo yo, también le estarán esperando con los brazos abierto. “Volver ahí, creo, no tiene tantasganas”, descubre raudo el hijo, pero “ojala”. Esa sería una buena señal sin duda.

Óscar nació en agosto del 61. “Yo no era el mejor”, descubre enseguida, “pero algo jugué cuando era pequeño”. A mano, con los chicos del barrio, los de Escolapios, “en una pared en mitad de la nada, en plena campa”. También con la cuadrilla, a los 15 o 16 años, en el frontón del colegio “con pelota dura”. Y nombra a dos de sus compañeros: Etayo y Cuende. A partir de los 19 y 20 años, en plena mili -en Araca, en artillería- Óscar, integrante de un grupo de tiempo libre “en el que había más chicas que chicos”, siguió disfrutando con la pelota al lado de Juan Luis Ortiz, López de Subijana, Txubi, Iñaki Gerenabarrena y Ruiz de Aretxabaleta. Por aquel entonces les tocó estrenar el frontón de Aranbizkarra, frente a Aranzabela. Ya que sale tanto nombre, al menos “mete un par de chavalas”, me dice. Ahí van, Ana Noriega y Victoria Toyuca. Con el tiempo, pasados los años, cogería la pala para disfrutar al lado de los colegas en los frontones de Gamarra y Zaramaga. En el grupo de paletistas aficionados -“nunca me he sacado la licencia”- estaban el sacerdote de La Esperanza, Koldo Montoya, Julián Eskibel, Argote y Álvaro Usillos.

Estrenó licencia cuando se hizo juez, en 2015. Un accidente de montaña que le privaría de la práctica deportiva, que su hijo fuera pelotari y “el empujón de Jaime Otxoa de Alda”, por entonces presidente del Colegio Alavés de Jueces, le metieron en el frontón. Hizo amigos, Amancio, Leceta… “tenía ganas de hacer algo y tiempo libre” y acabó de juez. “Casi en mi último partido, en la final del Interpueblos de pala, levantó la mano cuando no debía y me jodió un tanto”, recuerda Jon. “No coincidimos mucho en la cancha, menos mal”, sueltan al unísono.

Jon empezó a jugar a los 7 años en Olaranbe, “con Kerman de entrenador y Mikel Berrueta, que sigue jugando, y otros chavales de clase: Etxezarra, Jon Ander Pérez y Madinabeitia de compañeros”. A los 12 se integra en el club de pelota Zaramaga donde El KinkiMarkínez y Gereta son sus primeros entrenadores. Aguantó hasta los 19, pero dos años antes “en la fiestas de Aretxabaleta, me hice daño en el codo derecho y tuve que pasar por el quirófano”. Se le rompió el cartílago. Aquel pinchazo en el codo le obligó a permanecer un año sin jugar. Y, aunque volvió, ya en Santa Lucía, apenas jugó una temporada “y sólo en el trinquete”. Pasó tres años sin jugar pero los aprovechó para enseñar a los chavales del club. Además, por aquella época, entre los 17 y 24 años, terminaría los estudios de Magisterio Deportivo, enseñaría pelota en Mendebaldea, Santa Lucía, Aranzabela y Ángel Ganivet y participaría en los Udalekus que la Federación organizaba en época estival en Bernedo y Oion, donde ya había participado de chaval.

Un día, aún con miedo, “Julián y Dani me animan a jugar a pala en Errekaleor y me apunto”. Al principio con una codera y meses después a brazo limpio; “no me molestaba el brazo”. Participa en Provinciales, torneos de fiestas en los pueblos y, ya está dicho, en una final Interpueblos que Gereñu y Etxaburu“nos chafan”. Han sido casi siete años “los que he podido disfrutar, pero se acabó”.

Sólo ganó una txapela, en una final del Provincial de trinquete junto a Xabi Rodríguez ante una pareja de Amurrio donde estaba Cuevas. Eran juveniles. Empezó de delantero y acabo jugando atrás. Se ha acompañado de Miguel Pérez, de Aitor Asteasuinzarra, con quien cayó “en una final de Usurbil cojonuda” ante dos pelotaris de la zona.

Todo eso es ya historia. Una historia que 2020 truncó de mala manera. Un año horribililis, un año de mierda.