- El Giro de Italia no ama especialmente a Geraint Thomas. El galés se raspó el costado izquierdo en la salida neutralizada después de que un botellín se cruzara en su camino. Fue su crucifixión. Thomas se fue al suelo antes de competir, en la salida neutralizada. Renqueante desde ese momento, con los adentros removidos, en los aledaños del Etna, el galés, malherido, era un espectro. A Thomas le custodió Filippo Ganna, el líder fortachón que pensaba que colgaría su maglia rosa sobre el armazón de Thomas al final del día con el volcán enmarcando el traspaso de poderes. Eso no ocurrió. Tampoco que Simon Yates recordara el Giro del 2018, cuando en la cima se pintó de rosa. Aquellos tiempos no volverán. El inglés se asfixió entre las fumarolas del Etna. El imperio británico era un pira de fuego. Thomas, que perdió trece minutos, y Yates, que concedió tres, se quemaron en el volcán del Giro, que en apenas tres jornadas liquidó las opciones de dos de los grandes favoritos al triunfo definitivo en Milán.

Ajeno a las desgracias de Thomas y Yates, en el Etna pisó la gloria Jonathan Caicedo, en su primera victoria lejos de Ecuador. "Esto es un sueño hecho realidad", expuso el ecuatoriano. Caicedo cantó bingo. Le faltó apenas un segundo para ponerse de líder, cargo que ostenta Almeida. También celebraron la cima Kelderman, Nibali, Majka y Fuglsang, los favoritos que le quedan a un Giro despojado de Thomas y Yates en el primer acto de montaña. Ese bautismo con las alturas concedió a Pello Bilbao la posibilidad de reivindicarse. El gernikarra, que se alistó a la corsa rosa en el último momento, se subió al tercer puesto de la general después de una gran ascensión que le emparejó a la élite del Giro, que lidera Joao Almeida, empatado a tiempos con Caicedo en una carrera extraña, alejada de lo que se suponía.

Ganna no contaba con el botellín que desequilibró a Thomas en la salida neutralizada y mando al líder del Ineos al purgatorio. El galés era un peso muerto, un alma en pena, al que Ganna acompañó en su sepelio antes de elevar la vista al imponente Etna, que servía de termómetro a la carrera italiana. El volcán, mezclado su perfil entre las nubes grises y el humo de sus entrañas era una visión en negro para Thomas. El Ineos era un velatorio. A Thomas, grogui, le sobrevino a la memoria su aproximación al Blockhaus, cuando apareció una moto donde no debía y se lo llevó por delante. Aquella caída le apartó de la corsa rosa con la pena encima en 2017. Ese pésimo recuerdo se le clavó en el tuétano en los aledaños del volcán, donde ardió el galés, hecho cenizas, masticando rabia y bilis. Su vida color de rosa en Palermo mudó al negro de las piedras volcánicas.

La lava de la mala fortuna le quemó por dentro. Thomas, que había penalizado al resto de favoritos en la crono de arranque, se quedó sin Giro por una caída absurda. Sucede que la desgracia contiene formas extrañas e inesperadas. En ocasiones solo lo surrealista pone orden en una carrera que ama la improvisación y la incertidumbre como hilo conductor. En ese paisaje apareció un perro en mitad de la carretera. Nadie se cayó y el perro continuó sin inmutarse ni incomodar su paseo vespertino. La imagen del can abriendo las aguas del pelotón, precedió al doliente Thomas, con la piel hecha jirones, rasgado su sueño.

El Trek de Nibali puso la banda sonora a la marcha fúnebre de Thomas, al que consolaban sus camaradas del Ineos. Las penas en familia son las mismas, pero duelen menos. Thomas, impotente, resignado, maldito, estaba cuarteado por fuera y roto por dentro. Un hombre atrapado en el calvario de una carretera que serpenteaba al infierno, en busca del latido ardiente del volcán. Thomas era el antihéroe. El Bora, que endureció la subida, chasqueó el látigo para fijar a Caicedo y Visconti, los únicos que resistían en la fuga. Fabbro abría huella y cerraba los pulmones. Despachado Thomas, Yates, sonriente en Palermo, cambió el gesto. Mueca de rendición. Se le acható la nariz por el esfuerzo. Se cortó el inglés. Yates, que en 2018 levitó sobre las brasas del volcán, se quemó. Ni la lluvia podía apagar el incendio. Fabbro se apartó y brotó Jonathan Castroviejo, que debía ser uno de los porteadores de Thomas en el Etna. Evaporado el galés, el vizcaino se postuló. Presentó sus credenciales en un puerto tendido. Por delante, Visconti aceleró. Fue una afrenta para Caicedo, que respondió con un estacazo que dejó tieso al italiano. Entre los favoritos, deforestados en gran medida, se imponía la prudencia. Nibali, Fuglsang y Kruijswijk evitaban los sobresaltos. A falta de un tercio para la cima, habían enterrado a Thomas y Yates sin necesidad de exponerse. Mejor, imposible.

Fuglsang amagó y se agitó el grupo de favoritos. Se movió Kelderman, que rascó una docena de segundos en la cumbre, y asomó la determinación y la entereza de Pello Bilbao para escalar en la general y enroscarse en la tercera plaza de la general tras ceder una veintena de segundos con el grupo de Nibali. Regresó la paz entre los márgenes negros de las rocas volcánicas y el cielo húmedo y moqueante de melancolía. El paisaje ideal para Nibali, el Tiburón. Nibali mostró la aleta. Fuglsang, danés, otro hombre feliz bajo la lluvia, tensó el ambiente y Kruijswijk se apuró. Majka y Pozzovivo completaban el grupito, para entonces un asunto de supervivencia en la boca del Etna. De la victoria del Giro se despidieron Thomas y Yates, que ardieron en el volcán.