- Mikel echaba de menos a Landa en el Tour. En el Col de la Loze se separaron ambos. Dos amigos enfadados. Cada uno por su lado. Peleados. Enemistados cuerpo y mente. Uno no reconocía al otro. Cuando un amigo se va, algo se pierde en el alma. La de Landa estaba dolorida. Le quedaba el corazón, el punto de conexión. La memoria, su valija diplomacia. La valentía, su ADN. Así se reconstruyó Landa en el cierre alpino.

Ocurrió entre montañas, en el sitio de su recreo. Su jardín de infancia. En los Alpes, Landa se sintió al fin en casa. Su hogar lo halló en el Plateau de Glières. Regresó a lo que es. Se reencontró con su esencia, con el instinto escalador que le hace libre y feliz. Lejos de asumir la derrota de la Loze, Landa se revolvió. Espíritu guerrero. Mejor morir de pie que vivir de rodillas. Landa se puso en pie. Rebelde con causa. Enderezó el espinazo en el sótano del Plateau de Glières. Era su momento. Atacó y no miró hacia atrás. Sus recuerdos más cercanos no le gustaban. Huyó de ellos. Los enterró con ambición.

Buscaba el podio. Su planteamiento provocó el corrimiento de tierras. Yates y Urán cayeron por la cuesta del olvido. Landa había iniciado la cuenta atrás para escalar. Es su sino. De abajo a arriba. Landa quiso ser Landa. Lo que no pudo en la Loze, cuando se quedó sin aire, quiso recomponerlo en Glières. El alavés estrujó el manillar con esa pose tan suya, de esprinter de las montañas, con ambición felina y mirada de depredador y se fue hacia adelante. A encontrarse consigo mismo. El alma buscaba el cuerpo, desvencijado un día antes. Landa quiso reivindicar su nombre y la bandera de la valentía. Con el podio a dos minutos, el escalador de Murgia se lanzó a la aventura cuesta arriba.

Landa es un salmón. Vive a contracorriente. Es su mundo. Con su modo de entender el ciclismo tomó aire y se situó quinto en la general. Desplazó a Yates y Urán. Con el aire de cola se mantiene Roglic, el líder, una fortaleza andante. El esloveno descontó otro día. El Tour es más suyo, pero deberá certificarlo en la crono con Pogacar, al que aventaja en 57 segundos.

En la clausura alpina y a la espera de la crono de mañana, la jornada sirvió para arengar a Landa y los suyos. Toque de corneta. A Pello Bilbao, fantástica su actuación, le tocó ser el estandarte en una fuga en la que el Ineos recompuso la figura con Carapaz y Kwiatkowski. El polaco, bendecido por el ecuatoriano, que palmeó su espalda, se hizo con la etapa. Por ella luchó Hirschi. Al suizo, pintor de batallas, rodador sublime, delineante en los descensos, se le fue el aura en una curva y se quedó en un limbo con el maillot manchado de tierra y verdín. La caída del suizo en el Col de Sasies fue un regalo para Pello Bilbao, Carapaz y Kwiatkowski que antes crecieron en el Roseland y mezclaron en el Aravis.

Mal asunto para el vizcaíno. El Ineos tenía superioridad numérica. El gernikarra estaba emparedado en el Plateau de Glières. Kwiatkowski y Carapaz se repartieron el tajo para reducir la resistencia de Pello Bilbao, al que se le atravesó la subida, fatigado por el esfuerzo acumulado. Desfigurado el gernikarra, recuperó la pose estupenda Landa en el grupo de los favoritos. Se subió los cuellos y voló. Al fin en paz consigo mismo. Roglic le dejó hacer. Landa se adelantó medio minuto. El líder respondió con Van Aert, que le clavó la mirada. A Landa le aguardaba Caruso, otro Bahrain lanzado por delante. El italiano le recibió sin demasiado entusiasmo. Landa sintió la sacudida entre los favoritos. Enric Mas cimbreó la bicicleta.

Su actitud convocó a Pogacar, que se agitó. A incordiar. El eslovenó es un provocador. Roglic no le concedió ni un palmo. Le agarró de la pechera antes de que el asfalto volviera al pasado y se convirtiera en tierra. Polvo en el camino. Figuras de tierra en el Tour. Guerreros de terracota. Roglic prensó el sterrato, donde saltaba la gravilla. Apisonadora. El resto, Landa, Pogacar, Mas, López y Kuss se comieron la polvareda. Nadie como Porte, que pinchó la rueda delantera en un tramo ingobernable y perdió el hilo. Al australiano, en su mejor Tour en años, le visitó el infortunio. Porte es una desgracia andante. El aire a presión le abandonó como se abandonan los zapatos viejos. Roglic, dominante, abrió la senda y cerró el puño. Mano de hierro. Sin tierra a la vista, Porte nadaba. Naufrago.

Antes se fueron al fondo Porte y Yates, oxidados en el Plateau de Glières. El australiano, en apnea, respiró cuando Dumoulin y Van Aert asomaron a su lado. Se reunieron con su jefe. Porte, tras quedarse hecho polvo, se lanzó en el descenso y soldó su desventura en un puerto que no lo era para el Tour. La colina era una montaña. Pello Bilbao, que rapeló cuando se descolgó de su sueño de triunfo, fue el caballo de tiro de Landa. El alavés, feliz, al fin cerca de lo que es, echó piedras a las mochilas de Yates y Urán a los que les pesaba el día. Plomo en los bolsillos. La plata fue para Landa. Es quinto. En el imperio de Roglic, Mikel se reencontró con Landa.