a serpiente del Tour llevaba siete días deslizándose por Francia sin hacer mucho ruido. Sin generar demasiado interés. La edición del coronavirus se estaba desarrollando casi sin público, con los televisores encendidos, pero con las cunetas vacías. Cierto es que el gobierno galo limitó la afluencia de público en la Grande Boucle a 5.000 personas, pero el pelotón superó cada puerto y ascensión con muchos menos asistentes. Contados. Wout van Aert (Jumbo), Lutsenko (Astana), Ewan (Lotto) y Roglic (Jumbo) celebraron sus etapas casi en solitario. El Tour se estaba corriendo en auditoría cerrada, hasta que en la octava jornada emergieron los Pirineos. Hasta que ayer la cordillera se convirtió en un tablado abarrotado, agobiante en los tiempos del distanciamiento social. Pogacar (UAE) subió el Col de Peyresourde a todo gas, en busca del honor y la gloria, y acabó sorteando aficionados. Amantes del ciclismo que invadieron la calzada cuando las piernas más crujían para alentar a los corredores con sus gritos, a escasos centímetros y sin mascarilla.
Por ello, al terminar la etapa, la primera pirenaica, el pelotón hizo un llamamiento a la prudencia. Porque los ciclistas agradecen la presencia de público, sobre todo tras los siete tristes días anteriores, pero suplican que se cumplan las normas. “Me ha sorprendido ver a tanta gente porque venimos de carreras sin público en los puertos y en el Tour no ha habido mucha gente lógicamente por la situación. Así que me ha sorprendido que los aficionados se hayan acercado a los Pirineos, pero sinceramente sí que veo un poco de peligro para nosotros. Aunque por otro lado se agradece ese ánimo”, dijo Jonathan Castroviejo (Ineos), ya en Loudenvielle. El getxotarra, gregario de lujo de Egan Bernal, apeló a la cordura para evitar que mañana ocurra algún susto en forma de positivo. Y es que la organización del Tour aprovechará la jornada de descanso para realizar alrededor de 650 PRC, pruebas que tendrán que pasar tanto los ciclistas como el cuerpo técnico de todos los equipos que se encuentran dentro de la burbuja de la Grande Boucle. Así, salvadas las aglomeraciones de ayer, Castroviejo no quiere que se repita la misma peligrosa y abarrotada imagen esta tarde, cuando la serpiente reptará rumbo a Laruns. Esta localidad francesa, que será la meta de la segunda y última etapa pirenaica, trae muy buenos recuerdos a Mikel Landa (Bahrain).
Y es que hace dos años, el corredor de Murgia mostró su aptitud y su actitud en el Tourmalet, donde se enfrentó al todopoderoso Sky con una valiente fuga a 100 kilómetros de la llegada. Su escapada levantó de la siesta a más de uno y, aunque acabó en nada -puesto que la etapa se la acabó llevando un Roglic que buscaba el amarillo con ahínco-, fue recompensada con el premio a la combatividad. Por lo que Landa ya sabe lo que es alzar un trofeo en el podio de Laruns. “Atravesar Pirineos me trae muchas emociones y, aunque la etapa de esta tarde no sea con final en alto, puede ser igual de interesante”. El ciclista del Bahrain, tras caer en la trampa de los abanicos en la etapa del viernes, entró ayer con los favoritos y mostró muchas ganas de hacer algo importante en este Tour: “Me encuentro bien porque he podido recuperarme un poco y estoy con ganas de otra etapa corta y explosiva, en la que seguro que habrá algún movimiento donde se puedan marcar diferencias”. Laruns le espera de nuevo.