Sobre el relato del dopaje de la época salvaje, la de la burbuja de la EPO y sus derivados, existen infinidad de testimonios. Lance Armstrong es el icono de aquella era. Fue Dios. Luego, el diablo. El texano ofrece ahora un paquete vacacional para rodar junto a él y su compañero de aventuras George Hincapie por las carreteras de Mallorca al módico precio de 30.000 dólares por cinco días de grupeta. A 6.000 dólares la etapa, comida y alojamiento incluidos. La idea de Armstrong está enfocada para una docena de aficionados pudientes. Crucificado el anticristo, sin embargo, el goteo de historias de dopaje no cesa. El ciclismo es una fuente inagotable de episodios de fango y trampa. El pasado miércoles entró en escena Rudy Pevenage, el padre deportivo de Jan Ullrich, archienemigo de Armstrong en la carretera. El alemán que conquistó el Tour de 1997 era el Hijo de Rudicio y Rudicio era Rudy. El apodo no era, precisamente, muy críptico en el arcón frigorífico de Eufemiano Fuentes. Tampoco el título de las memorias del belga: Der Rudy.
La obra narra los usos y costumbres del pelotón en los 90 y principios de la década del 2000, cuando el engaño era el hilo conductor de las venas de muchos ciclistas. La EPO y las transfusiones de sangre gobernaban el ciclismo. La cantidad de positivos de ese tiempo da para una enciclopedia, al igual que las coartadas inverosímiles y surrealistas que ofrecían sus protagonistas cuando eran cazados. Excusas a cada cuál más disparatadas. De esos años surge la figura de Pevenage, el mentor de Ullrich. Ambos, sospecha Pevenage, cayeron con la red de Fuentes tras una llamada telefónica en el Giro de 2006. Un día antes de la salida del Tour de ese año, el corredor alemán, involucrado en la trama, se vio obligado a abandonar. Cuenta el exdirector belga en su libro cómo se las ingeniaban para dopar a los suyos y también ofrece entre sus pasajes algún detalle sobre la archifamosa operación Puerto, a la que la Justicia española dio carpetazo de aquella manera. Apenas se supo de las identidades de los clientes de Fuentes. El exciclista y exdirector belga apunta en el libro que vio "bolsas de sangre de futbolistas que jugaban en Madrid, de un gran tenista español, de atletas y de más ciclistas". Salvo de los ciclistas y algún que otro atleta, del resto nunca más se supo.
doble fondo Narra el cicerone de Ullrich que empleó latas de Coca Cola con doble fondo para ocultar productos dopantes. En el Giro de 2001, Ullrich esquivó el registro de la policía italiana, que irrumpió en las habitaciones de los equipos rastreando sustancias prohibidas. "En aquel momento de pánico me olvidé una lata de refresco especial que había dejado en la nevera", explica Pevenage en el libro. "La lata tenía una doble pared y se podía separar por la parte de arriba para esconder el dopaje. Vista desde fuera parecía una lata de cola normal y corriente". Los policías no detectaron el engaño. Si en el Giro de Italia el salvoconducto de las sustancias dopantes fue una lata de refrescos trucada, en vísperas del Tour de 2004 rememora Pevenage que recurrieron a los cartones de leche que transportaba Alberto León, que servía de correo de la red, para ocultar las bolsas de sangre.
León, exbiker, se suicidó en 2011 tras ser imputado en la operación Puerto y la Galgo . "Antes del comienzo reservé una habitación en un hotel de la población de Kelmis. Pedí una nevera suplementaria y la coloqué en mi habitación. Aquel día recibí la visita del exciclista Alberto León, al que nosotros llamábamos Alí Babá. Vino con el tren de Burdeos a Lieja. Aquel hotel era perfecto porque estaba bastante alejado de Lieja", expone Pevenage. Al día siguiente por la noche apunta el exmánager de Ullrich, "se incorporaron los doctores José Luis Merino Batres y Eufemiano Fuentes. Se había establecido una lista con los corredores que Alí Babá tenía que visitar como correo. Lo hizo con mi bicicleta de todo terreno y los paquetes iban un su mochila. Alí Babá daba la imagen perfecta de un turista. Las bolsas de sangre fueron cuidadosamente empaquetadas en cartones de leche vacíos y selladas con un código", desvela Pevenage en sus memorias. Sangre, mentiras y cartones de leche.