las crónicas de comienzos de los 70 hablaban del carnicero de Villarreal cuando se referían a él. Y no es que le importe, pues lleva con orgullo que un local de la calle del Carmen, en pleno centro del pueblo, Legutiano, en la plaza, no muy lejos del frontón, aún hoy, un año y pocos meses después de haber bajado la persiana, una placa todavía luzca nombre, profesión y negocio al que los vecinos de la localidad han sido atendidos los últimos 80 años, desde que Dorita y Pepe abrieran recién acabada la guerra. La mitad del tiempo la regentó el padre, venido de Elosu, el resto, cuarenta años -“larguísimos”, me dice Juantxu- le tocó a él. Doce, catorce horas diarias, también los sábados, hasta que en Semana Santa de 2018 “dije basta”. Un sinvivir, todo el día preocupado por servir bien a los vecinos. “Sólo me relajé cuando abrieron otra más arriba, cuando los vecinos tuvieron una segunda opción”, sentencia.
Juantxu nació de manera accidental en Vitoria, que venía torcido en el vientre materno y hubo que tomar precaución con él. Los hermanos, los dos mayores y la más pequeña, vinieron en casa, en el pueblo. Le tocó el primer sollozo en junio del 52. Juan Garmendia Eguilaz fue Garmendia II, un hombretón impetuoso, trabajador, duro y fornido que a día de hoy anda un poco por el monte, que de cuando en cuando se pasa por el gimnasio y, sobre todo, que vive la vida tranquilo, disfrutándola ahora que puede. “Necesitaría algo más de correa y más tono físico”, apunta y se contradice enseguida con “pero estoy bien, hago mi vida, viajo y visito amistades?”. ¡Qué más quiere!
En cierta ocasión, Luis Benito Nalda le conminó a acompañarle a Bergara. Nalda II se iba a enfrentar a Retegui II, “el chaval ese que venía de cortar árboles en Francia”, y necesitaba entrenar con alguien que tuviera un juego similar. “Me llevó”. Andaba por el frontón ese día Ugarte, el empresario -“Ugarte y Bidarte eran unos señores muy serios y escrupulosos en lo profesional; muy buenas personas”, me dice Garmendia- y, a la conclusión del entreno, directo, le suelta al de Legutiano: “Tú, chaval, ¿ya has pensado en debutar?”. Sorprendido, Garmendia, ojos abiertos por la sorpresa, acierta a contestar, “¿yo?”, en monosílabo. Ugarte añade: “Cuerpo y fuerza tienes, ya aprenderás”. Tenía 23 años. Con uno más, nervioso, echando sangre con la orina -“no te pases Urbina, era orina rojiza, algo oscura del esfuerzo e ímpetu que puse en la cancha del Vitoriano”- debutó junto a Pascual contra Erostarbe y Leibar. Con derrota, 13 a 22. Firmó por tres años con Empresas Unidas a 4.500 pesetas por partido. Renueva por otros tres y pasa a cobrar 6.000 cada vez que se viste de blanco. Recién iniciado el segundo ciclo, al cuarto año, lo deja. “Prefiero ser un pelotari amateur antes que un profesional de tercera”, vino a dejar en algún que otro titular, aunque lo cierto es que no llegó a entender el juego con los profesionales. “Aquella dinámica no me iba”, reconoce. Él, pelotari que acostumbraba a dar el ciento por ciento, no entendía “un cierto desdén en los compañeros”. Quizá por eso prefirió el mano a mano. Ahí era, verdaderamente, él mismo.
El año del debut venció a Atano XII en el mano a mano “equivocándonos de táctica”, dice. Tuvieron que cambiar una pelota muy botona -“más conveniente, pensábamos Nalda y yo”- por otra que iba más rápida y “salía el doble”. Caería luego frente a Retegi III, pelotari corto de pegada, “como yo, que me enredaba y me jodía siempre”. Su segunda participación en el manomanista de segunda comenzó en Vitoria con victoria, 22-19, ante el pegador Mujika. Caería de nuevo en la ronda siguiente, en Eibar, ante Unsain, que terminaría proclamándose campeón. Por jugar el primer partido, era 1977, cobraría 15.000 pesetas y por el segundo se llevaría otras 25.000. Cantidades más que grandes para un chaval de apenas 25 años. “Te sentías el lehendakari? Aquello era el copón”. El tercer año supera a Gorospe en el estreno y Samaniego “me la lía en Bergara”, recuerda. “Aquel día todo estaba en mi contra”.
De pronto se le fue la ilusión -“ya no quería más”- y entró en barrena. A los 28 volvió a competir en aficionados, “donde uno luchaba por cosas de verdad, importantes, hasta romperse la cabeza”. Se casa y decide continuar hasta los 32. Pero fuera de casa, dejando el sitio libre para los que venían por detrás en el pueblo y en la pelota alavesa. Navas de Asunción, Navas de Oro, Sanboal, Aranda de Duero y Fontiveros son algunos de los pueblos de Castilla en los que pasa los fines de semana de aquellos años. Eran sábados en los que “bajabas la persiana de la carnicería a las dos, cogías el coche, jugabas cuatro horas después bajo un sol de justicia, te duchabas y vuelta para casa”. Una odisea.
Garmendia fue uno de esos niños con una pelota siempre en el bolsillo. Empezó a trastear con Perea, Grisaleña, Muñoz, los Azpiazu e Ibáñez. Legutiano ha sido cantera de pelotaris. A los 17 aparece por Vitoria -“algo haría bien”- y junto a Ernesto Monreal ganan el Provincial juvenil y la plaza para el Estatal, donde caen en semifinales ante Bergara II y Txoperena. “Nos dieron bien en el morro”, cuenta. Al poco gana el individual de segunda y entra como un tiro en primera, donde supera a Compañón, a Mendieta y alguno más? “A los que arrollo”. El parejas lo juega con Gastón frente a parejas más experimentadas y de mucha calidad: los Ogueta-Agoreta, Gorospe-Etxebarria y Bengoa-Marañón. La temporada iba bien, hasta que, aprovechando una pelota fácil, Gorospe le manda un recado hasta el rebote. Garmendia corre hacia atrás, la pega mal -como puede- y se golpea la cabeza contra la pared y cae al suelo como un saco. “El chaval se ha matado”, gritó el padre de Ogueta. No, sólo se había destrozado el astrágalo en la caída, lo que le obligó a permanecer cuatro meses parado. El que iba a ser gran año se quedó en nada. Ni tan siquiera pudo jugar la final manomanista. Sin embargo recibiría “la copa más grande que tengo en casa”: el premio a la desgracia. Arrizabalaga quiso convencer al padre para que fuera de voluntario a la mili. Para tenerle cerca y controlado. Al final lo hizo en su remplazo, le tocó África y estuvo “14 meses y 20 días sin trabajar las manos”.
El impetuoso Juantxu está empeñado en “ponerle un busto en el pueblo a Armentia, a José Luis”, líder de un grupo que hizo “virguerías por la pelota”. Con Txakarte, Tonete, Ibargutxi, Arregi, Tolosa y otros algo más jóvenes, la pelota en Villarreal de Álava viviría dos décadas de oro. “Hacían de todo”, cuenta. Así les fue. Garmendia, Garaita, Jon Beitia, Garai, Uriarte y la raquetista Aldasoro se estrenaron como profesionales. Un hito para una población de no más de 1.000 habitantes. Buenos años.