ya no tiene edad para hacer el pino sobre una silla, acrobacia que regalaba a quienes compartían citas con él, a los amigos del deporte, que tiene muchos, a los amigos en general, que son ejército, pero seguro sigue sorbiendo txikitos sin tocar vidrio, agarrando taburetes por las patas con vaso incorporado en su cima. En la Unión, uno ya caía. Ona es espectacular. Va para los 73 y sólo le pide salud a la vida. Y no faltar ni martes ni viernes a las sesiones de pelota que un grupo de reservistas entrados en historia comparten en el frontón de Zaramaga, en las modalidades de mano y pala, desde ocho años atrás. Mañanas sagradas, obligadas, mágica, conquistadas por los integrantes de la Comisión de Salud del Centro de Mayores de Zaramaga. “Con Maroto bien”, resalta Ona, pero “con Urtaran mejor, tenemos más horas”, cuestión vital del grupo de 22 que componen la brigada de a pie del Séptimo del Teniente Coronel Emilio Ona Elejalde, dispuestos a irse, cuando toque, con las botas puestas, la bayoneta calada y rodeados de indios. Luis Sierra, todavía joven y cabellera intacta, se fue semanas atrás, el pasado 31 de marzo. Un recuerdo y en paz descanse.

Emilio practica multideporte, como los niños pequeños. Y no para. También como los niños. Ayer mismo, cerrando la recogida de información, le pillé recién llegado al portal de casa, bajándose de la bici tras cumplimentar los 65 kilómetros matutinos en mitad de la nada, en la Llanada, entre Ozaeta, Marieta, Argomaniz, Dulantzi y Azáceta, con Gasteiz entre ida y vuelta. Ona es ciclista. Corrió cinco veces la Vuelta a Álava. La vuelta a Segovia y a Cantabria son otro par de buenas muestras del mejor nivel, “de primera especial”, subraya. Con “el Tarangu” en el pelotón, José Manuel Fuente, mito, escalador, una bestia intuitiva que andaba desbocado, anduvo escapado en la prueba cántabra más de 170 kilómetros. La aventura y la victoria se esfumó a poco menos de 3.000 metros de la meta, “cuando se me fueron yendo, segundo a segundo, los 22 minutos de ventaja que tuve”. La etapa, que llegaba a Santander, la ganó Galdós, nuestro Paco. Y también aquella vuelta. Enfundado en el maillot de la Letona saldría derrotado en una etapa de la Vuelta a Álava, entre Araia y Vitoria, al sprint, ante Tamames. Corrían Luis Zubero, Gonzalo Aja, Andrés Quintana y Ángel Castellanos, nombres que “me vienen a la mente en primer lugar”, me dice? “andaría yo por los veinte y pocos años”.

Aunque “no era bueno”, jugó “algo”, al fútbol. En el Forjas que subió a Tercera. De extremo por la izquierda. Y en la categoría de empresas, por eso, “porque no era bueno”. Y se hizo árbitro, pasión por el negro y el pito durante 36 años, “que se dice pronto”. Recorrió el camino ascendente hasta la Segunda División, donde actuó como asistente de Víctor Martínez de la Fuente. En Segunda B llevó la bandera en un Santoña-Orense de la promoción de ascenso a segunda con victoria foránea por 0-1. Y estuvo en el campo cuando Recreativo y Deportivo de la Coruña promocionaron por subir a Primera División. “Aquello terminó con empate a un gol”, y hace memoria, “hace 30 años”.

Blanca, la primogénita, “jugó al baloncesto”. Las otras dos, Laura e Iratxe, nada. Entre los siete nietos, cuatro chicos y tres chicas de entre 4 y 14 años, “algún futbolista y jugador de baloncesto ya hay”, me cuenta, “y también las que bailan acrobático”, suelta indeciso hasta comprobar que “me dice la mujer que es baile clásico”. La mujer es Elena, de Matallana de Valmadrigal, en la provincia de León, pueblo “por el que nos pasamos tres veces al año desde que me jubilé”. En cuanto llega ya le están buscando para echar unos partidos a mano. “Hay mucha afición”, dice.

Emilio nació en Alegría el 17 de noviembre del 46. Vivía en la calle Fortaleza, a 250 metros del frontón. Con 11 meses, a gatas debió ser, recorrió sin previo aviso esa distancia. Apareció sentado en la cancha, sonriendo, cuando una madre desesperada, Margarita, no paraba de preguntar por el chaval. Querencia debió ser. Julio Ochoa, ex profesional que ya estuvo en esta página, 12 años mayor, su hermano Eduardo y Armando Alegría fueron sus referentes, y Pedro y Serafín sus compañeros de juego. Siempre a mano, “la herramienta era de señoritos”, nos dice. A los 10 estudia en los benedictinos de Estíbaliz, a quienes les encantaba el juego, donde el hermano Emiliano “era un fenómeno”. La causa religiosa pierde adeptos y de 386 el colegio se queda en 40. Al poco, una escabrosa maniobra político-policial, deja la obra como un solar. Sin frailes y sin alumnos. A los 14 se coloca en el Garaje Autobuses y mantiene viva la afición en el frontón del Seminario hasta los 18, con la llamada pelota “tripa de gato”. Los más lo hacían por distracción. Sin embargo, Emilio, trazada la línea, llega al Vitoriano, donde se encuentra con Belategui, Jodra, Madrid, Nalda y Compañón, “unos fuera de serie”, dice. Ona era un aficionado de primera, del montón “pero bien preparado y con mucha correa”. “Rubio”, le inquirió cierto día el canchero, Ormazabal, más ancho que largo, “quédate, que quiere estar Ogueta contigo”. El Ciclón le hizo jugar un rato juntos y luego le propuso: “ven mañana y te cuento”, mientras le pegaban a una enorme pelota goxua. José Mari le pegaba y “yo no paraba de correr”. Al día siguiente, el mito sacó una de juego y soltó: “con las que no puedas, la agarras y la lanzas donde quieras”. Ona pegaba y lanzaba para hacer el tanto y “terminaba descojonado”. Entrenaron juntos dos años. José Mari Palacios, dos años mayor, había cumplido los 22.

Jugo con Crespo en Lanciego. Crespo, dos años menor, por entonces con 26, “era duro, combativo y como una piedra” y era amigo de Antonio Roitegui. Juntos estrenaron el frontón recién remodelado y se llevaron unas pesetillas. Y el partido resultó atractivo. Tanto que al poco lo repitieron en Peñacerrada, donde no hubo gratificación. Hasta casi los 50, siempre ha tenido cuerpo de chaval, le invitaban a jugar en frontones de Soria y León. Iba sólo. Lorenzo, compañeros de trabajo en Forjas le reclamaba para jugar con pelotaris locales varios partidos por día. Según el puesto, así te pagaban. Conoció Covaleda, Navaleno y San Esteban de Guzman. En León, a la llamada de Valentín y Toribio, conoció el frontón, “uno de los buenos”, de Laguna de Negrillos, donde compitió junto al “mellado”, en contra de los otros dos, para disputar por las 80.000 pesetas que se repartían las mejores parejas. Jugaban sin protecciones y cuatro partidos al día. Todavía, un par de años atrás, jugó unas semifinales en Santa Cristina de Valmadrigal, contra un par de jóvenes de 35 y junto a u compañeros 12 años menor.

Como Custer en Little Bighorn, Emilio caerá peleando, con sangre en los ojos y las botas puestas. Caballo Loco y su guadaña pueden esperar.