esta frase, utilizada por el general y cónsul romano Julio César en el año 47 antes de Cristo al dirigirse al Senado romano, es una falacia más propia del Máster de Cristina Cifuentes que de otra cosa. La sentencia se le atribuye al describir una victoria reciente sobre Farnaces II del Ponto en la Batalla de Zela, pero en realidad fue fruto de una inmensa borrachera. Las verdaderas palabras de Julio César no fueron vini, vidi, vici (“vine, vi y vencí”), sino vino, vidi, vici (“me puse hasta las patas de beber del porrón, vi y vencí a la resaca”). Este fallo de la traducción simultánea de la época no supone una reinterpretación de la historia, sino una simple reorientación de unos hechos que nunca se produjeron. Nada de victoria sobre Farnaces II del Ponto en la Batalla de Zela ni Dios que lo fundó. En realidad Julio César era un aventajado degustador de tintorro variedad tempranillo, como muchos otros personajes adinerados de la gloriosa época romana. Antes de cualquier catarsis vitivinícola, sus siervos acostumbraban a saludarle con otro histórico error que ha llegado hasta nuestros días. El actual Ave, César, morituri te salutant no es sino un fallo de transcripción del original Abre botila, César, bebetori te salutant. Se ponían hasta arriba y para cuando querían chapurrear latín tan sólo acertaban a farfullar algo parecido al euskera de Lekeitio. Célebre resultó la melopea que Julio César se pilló cuando ordenó a sus siervos construir en la antigua Segovia un pequeño arco por el que transportar el vino en época de cosecha. Su borrachera fue tal que mandó edificar arcos y arcos hasta que se le pasó la resaca, dando origen de esta forma al acueducto -en su origen vinoducto- de Segovia.

El vino, en su justa y estandarizada medida de entre 1 y 10 vasos, resulta una indudable fuente de salud. Nuestro idolatrado Martín Fiz acostumbra a ingerir un buen tinto en las comidas, manteniendo su categoría deportiva y su talla 36 desde tiempos inmemoriales. El gran Romario le pegaba al pimple durante toda la noche y contagiaba con sus filigranas el dolor de cabeza a sus rivales en cada partido. El último en reconocer su predilección por este sabroso jugo envasado al vacío en equilibradas uvas ha sido uno de los mitos del baloncesto en activo: Lebron James. El pívot de los Cavaliers probó por primera vez este elixir espirituoso hace tres años y desde entonces no perdona su copita diaria. “No sé si tiene propiedades curativas pero estoy jugando mejor que nunca”, ha señalado recientemente James en relación al fruto de la vid. “Dicen que es bueno para el corazón, que tiene propiedades. No sé, yo bebo todos los días y me parece estupendo”, ha reconocido. Es cierto que un vaso de vino para un corpachón XXL de 203 centímetros de alto y 113 kilos de peso puede equipararse a un dedal, pero no es menos cierto que está científicamente demostrado que su ingesta en moderadas dosis provoca beneficios para la salud. Y si no está demostrado, que lo demuestre alguien. No es menos cierto que el secreto de la extraordinaria calidad de Lebron James no reside en exclusiva en el tintorro, sino en los 1,5 millones de dólares que invierte cada año en mantener en forma su body. Más que Melania Trump y Charles Barkley juntos. Gimnasio, máquinas, hábitos alimenticios, tratamientos, recuperación y un amplio equipo de preparadores hacen posible que su cuerpo sea una perfecta máquina de precisión 15 años después de su estreno en la NBA. La semana pasada superó un récord histórico del más grande, de Michael Jordan, al conseguir anotar más de 10 puntos en 867 partidos consecutivos. Y casi todo gracias al vino? Eso sí, el 23 de los Bulls llegó a esa cifra masticando chicle, un elemento de dificultad añadida para cualquier ser humano que pretenda meter canastas y masticar al mismo tiempo.

Moraleja: si bebes, no conduzcas, pero te puedes convertir en estrella de la NBA.

Chapuzas de Euroliga. Mucho mejorar el formato, mucho glamour, pero llega la jornada final de la Euroliga y algún equipo -como el Olympiacos- puede elegir rival en los play off. Chapuza chapucera que no empaña el extraordinario papel baskonista. Y mira cómo empezó la cosa?

Árbitro, cagón. No he leído comentarios sobre el trencilla del choque del domingo en Cornellá, pero fue un cagón. Me ciño sólo a una jugada: Víctor Sánchez, con tarjeta amarilla, zancadillea a Burgui en el minuto 64. El árbitro se lleva la mano al bolsillo para sacar la segunda amarilla, se da cuenta de quién es y le deja sin castigo. Cagón y malo, eso es lo que es.