a diferencia de otras carreras de en torno a una semana como Volta a Catalunya, París-Niza, Tirreno-Adriático, Vuelta a Suiza o Dauphiné, no necesariamente mejores, la Itzulia solo tiene seis etapas. Así que no puede permitirse en ningún caso jornadas de esas en las que no ocurre nada o casi nada. La edición del año pasado, primera con el actual equipo organizador, arrancó con aquellos finales en Valle de Egüés y Elciego que poco aportaron a la pelea por el amarillo final. Y tampoco las posteriores llegadas a Donostia y Bilbao contribuyeron a que los primeros espadas mostraran sus credenciales. Decidió Eibar, solo Eibar, una circunstancia de la que los gestores de la prueba tomaron buena nota.

Comentaba Haimar Zubeldia en una entrevista concedida a este periódico que ahora la Itzulia intenta “rejuvenecerse”, una expresión muy coherente con las sensaciones que, a priori, ofrece el libro de ruta. Las bonificaciones en meta y en los sprints especiales, los nerviosos finales programados para todas las etapas (dicen quienes conocen la del miércoles en Araba que el pelotón final no lo integrarán más de 50 corredores) y el cambio de la contrarreloj, en cuanto a perfil y ubicación en el calendario, dibujan sobre el papel un panorama completamente distinto al habitual. Ahora ha llegado la hora de los ciclistas.

Todos van a tener algo que decir. Los señalados, seguro. Landa, los Izagirre, Alaphilippe, Kwiatkowski? No cuesta imaginar a cualquiera de ellos dejando atrás a sus rivales muro arriba. Tampoco se hace difícil visualizar a Primoz Roglic aprovechando la crono de Lodosa y plantándose con ventaja a los pies de Matsaria. O de Azurki al menos. Y la calidad de Nairo, Porte, Bardet, Urán, Mollema o incluso Nibali obliga a tenerlos a todos muy en cuenta. A nada que los maillots verdes del Murias se suman a la fiesta como todos esperamos, al menos en cuanto a combatividad, nos esperan seis días de disfrute máximo.