Veo un túnel con una luz blanca y al final del todo se me aparece una chancla. Doctor, ¿es un síntoma de depresión postvacacional?, pregunto inquieto. ¿Ve algo más?, me demanda el galeno. Espere, creo que sí. Veo? veo? veo otra chancla? y al lado un bañador hawaiano? y junto a él una caña de barril, a dos grados, con la espuma rebosando sensualmente el borde superior de la jarra? ¿Es grave, doctor? Lo siento, Martínez, sentencia el médico. “Sufre usted la llamada depresión post chiringuito. Se caracteriza por generar sudores, sequedad en la garganta, sensación de ahogo y visionado de chanclas, chanclas por doquier, como en un sueño imposible contando ovejas”. O tempora, o cañas. Hace casi un mes, la depresión aún quedaba en la distancia y la Liga alzaba su telón. Y un afortunado servidor, disfrutando de los inagotables encantos de la familia y de El Puerto de Santa María. Cuna de Rafael Alberti, la localidad gaditana vio nacer también a otro genio, no de la pluma, sino del esférico. Se trata de Joaquín, ‘er Joáquin’, como le llaman por aquellas latitudes. Showman, personaje con gracejo, artista de la banda, a sus 36 tacos aún sigue escribiendo con elegancia fintas y centros medidos por la banda derecha del Benito Villamarín. En el centro de El Puerto, el Bar El chino, un modesto establecimiento hostelero propiedad de Ricardo, a la sazón hermano de ‘er Joáquin’. “Éramos ocho hermanos y yo era el mejor”, recordaba Ricardo, mudo con los buenos gaditanos y con los ojos claros de la estirpe Sánchez Rodríguez, en una tarde de tertulia entre pishas. “Debuté en Primera con don Luis Aragonés”, sentenciaba al otro lado de la barra, frente a unas paredes colmadas de pósters de ‘er Joáquin’. Junto a mí, oído inquieto, un vaso XXL abrumado por tinto de verano, una de las mayores invenciones de la humanidad después de la rueda y de la pajita para remover. En aquel templo del joaquinismo, un servidor y sus dos hijas presenciamos el estreno liguero del Glorioso ante el Leganés. Lo mejor de la tarde, con mucha diferencia, la compañía, la bebida y el aire acondicionado. Un pisha cercano a la jubilación, de los que aposenta sus reales en la silla del bar a las 16.00 y se levanta sólo para los pises y la bajada de persiana, sintetizó el partido con precisión. “Pisha, te tiene que gustar musho er furbol para tragarte este partido”, me soltó con un mondadientes ya caducado entre el molar inferior y un diente de oro. Lo malo es que tenía razón. Ocho días más tarde, el Barça de Dios visitaba Mendizorrotza. Decidí cambiar de emplazamiento por eso de evitar el mal fario. Con mis chanclas y mi bañador, me mudé durante dos horas a la cafetería del Hotel Bodega Real. Ni mal fario, ni mejora, ni Dios que la fundó. Revivió ante mis ojos la histórica estampa de los autobuses de Maguregi, barricada defensiva con el único propósito de parapetar, de aguantar lo inaguantable. Puesta en escena propia de un equipo pobre, acorde con mi vestimenta, timorato, asustadizo, cobardica, acomplejado? No me vale el argumento de que si Sobrino clava el uno contra uno? Excusas vanas. Si mi abuela tuviera ruedas, camión? Llegó el tercer partido, con las chanclas y el bañador ya adormecidos, y me tragué el choque ante el Celta en el bar de Ventas de Armentia, donde Félix. No hubo chanclas, no hubo bañador, pero sí la misma escasez argumental que en jornadas anteriores. Tampoco me vale el que si Bojan por aquí, Bojan por allí? Mi amigo el Mantsu, erudito del fútbol y de las collejas, acostumbra a repetir ante tales espectáculos una frase lapidaria: “No me gusta cómo caza la perrita” (del inglés, “I don´t like how the small dog hunts”). Esto no ha hecho más que empezar, pero el moreno se me empieza a ir, la chancla descansa placenteramente en la esquina de un armario, los bañadores han perdido todo su glamour, la depresión post chiringuito comienza a dejar de ser un mal sueño y yo quiero empezar a ver que la perrita sabe hacer algo más que cazar a cañonazos y ladrar de forma lastimera mientras el moquillo se desliza de forma impenitente nariz abajo. Paciencia con la perrita, paciencia.
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