PAU- “Para mí el sprint es como un tetris, sabemos donde se deben situar las piezas en el lugar indicado y en el momento preciso. Cuando hacemos eso bien todo es más fácil. Es la impresión que tengo”. Un juego. Así es la vida para Marcel Kittel cada vez que asoma en los duelos de velocidad y celebra la llegada con una victoria. En Pau, una de las metas clásicas del Tour saludó con la mano abierta. Otro zasca. Cinco dedos al aire. La manita. Así cuenta los días el alemán, de nuevo inalcanzable para el resto en el sprint que dominó ante el empeño de Groenewegen y Boasson Hagen, que cerró el puño y la emprendió con el manillar. Golpes de rabia. Al noruego se le acumulan.
Los impactos de Kittel son los de un genio de las llegadas masivas. En Pau el alemán remontó con una facilidad pasmosa y acumuló más verde en su maillot. La capacidad del alemán para mantener el pulso de la velocidad entronca con la estirpe de los mejores esprinters, la de tipos nacidos para la velocidad y los festejos. Con el laurel de Pau, Kittel sumó su decimocuarta victoria en biografía a través del Tour. La pegatina que lucía en el dorsal de su bicicleta se hizo vieja en unas horas. Indicaba trece triunfos. Ese recordatorio no tiene sentido para Kittel, el mejor recolector de etapas de la carrera francesa. Esta vez el suspense tampoco se produjo en el sprint, latifundio de Kittel. El climax tuvo que ver con la persecución de Maciej Bodnar, que tras una kilómetrada entre pecho y espalda compartida con Marcato y Backaert, tuvo que rendirse a escasos 250 metros de meta. Entonces se encendió el sprint y la tradición se cumplió punto por punto. Sabatini dejó a Kittel en medio de la marejada. El alemán, llegó, vio y venció. Abrió la mano y mostró su dominio. Bienvenidos a Kittelandia. - C. Ortuzar