vitoria - Coloquen en un rincón del cuadrilátero a LeBron James, tan abusón por exuberancia física como excelso en lo referente a entendimiento del baloncesto, y en el opuesto a Stephen Curry, muñeca letal prácticamente desde que cruza el centro de la cancha y dominio del balón y de los espacios tan eficaz como mareante, y tendrán una final de la NBA atractiva. Añadan que la franquicia de King James, los Cleveland Cavaliers, han llegado a la batalla final con solo una derrota en las eliminatorias por el título y que las huestes del bajito de los Splash Brothers, los Golden State Warriors, lucen un balance de 12-0 jamás visto en la historia y la cosa irá ya cogiendo temperatura.
Pero hay más, mucho más. Partiendo de la base de que ambas franquicias se enfrentan por tercera vez consecutiva en la lucha por el anillo -jamás había ocurrido algo así en la NBA y eso que su historia es riquísima en miticas rivalidades-, hay que tener presente que el actual campeón, Cleveland, ha añadido fondo de armario para mantener su posición de privilegio y satisfacer todas las demandas de James -pidió un base y le trajeron al dos veces campeón olímpico Deron Williams; exigió un tirador y le ficharon a Kyle Korver, uno de los más certeros de la liga- y que el aspirante ha reforzado con Kevin Durant, uno de los anotadores más mortíferos y multidisciplinares de la NBA, una estructura que el año pasado batió el mejor balance histórico de la competición, terminando la temporada regular con un estratosférico 73-9 y apartando del libro dorado de las plusmarcas a los Chicago Bulls de Michael Jordan.
¿Hacen falta más alicientes? Pues existen. Porque LeBron hará acto de presencia en la arena con sus flancos perfectamente protegidos por Kyrie Irving, el mejor prestidigitador de la liga y especialista en enchufar balones calientes, y el mejor Kevin Love desde que viste los colores de la franquicia de Ohio, tan dañino desde el triple como certero jugando al poste. ¿Y Curry? Además de Durant presentará como grandes lugartenientes al artillero Klay Thompson, la otra mitad de los Splash Brothers, y a Draymond Green, ese base en cuerpo de ala-pívot que tanto desquicia a sus rivales y tantas veces salva a los suyos encargándose de todo el trabajo oscuro. Y cuando Cleveland necesite recurrir al poder interior de Tristan Thompson, probablemente el mejor reboteador ofensivo de la liga, Golden State responderá con la zorrería de Zaza Pachulia, acusado de haberse cargado el tobillo de Kawhi Leonard en la final del Oeste; y si Tyronn Lue necesita en algún momento revolucionar un partido, inyectarle caos e imprevisibilidad, siempre encontrará disponible a J. R. Smith, el mismo servicio que ofrecerá a Steve Kerr -o Mike Brown, dependiendo de quién se siente en el banquillo de los de Oakland- el borrascoso JaVale McGee; y cuando haya que tirar de piezas secundarias ninguno de los bandos podrá quejarse de la solvencia de los Channing Frye, Iman Shumpert o Richard Jefferson, por un lado, y David West, Andre Iguodala o Shaun Livingston, por otro...
Y así hasta el infinito. Por eso no es en absoluto de extrañar que LeBron James haya definido estas finales de la NBA, que arrancan esta madrugada en el Oracle Arena de Oakland, como “el mayor desafío de mi carrera, probablemente”. Porque lo son. Y cuando el que lo dice es un tipo que se presenta por séptima campaña consecutiva en la lucha final por el anillo y que acaba de fulminar el récord histórico de anotación en los play-offs, arrebatándoselo al mismísimo Jordan, hay que escucharle porque sabe muy bien de lo que habla. “Esos chicos me van a retar, a mí y a mi equipo, física y mentalmente. Es un equipo de altísimo nivel y sé de lo que hablo porque ya me he enfrantado a otros grandes equipos en las finales. Los dos nos hemos reforzado. Ellos son mejores que hace un año y nosotros también”, asegura un jugador que ha mantenido tres pugnas en pos del anillo con otra franquicia mítica: los San Antonio Spurs de Gregg Popovich, Tim Duncan, Tony Parker y Manu Ginóbili.
Lo que convierte esta final en tan especial es que coinciden en el espacio y en el tiempo dos auténticos equipazos, dos constelaciones de estrellas en un momento de juego óptimo y, aparentemente, en la cúspide de sus posibilidades físicas y baloncestísticas. Ambos han tiranizado a sus respectivos rivales de conferencia y han alcanzado la final en modo dictatorial, arrollando a base de triples, velocidad, exuberancia anotadora e intensidad a todo aquel que se les ha puesto por delante. Cleveland ha ido de menos a más. Sesteó en la parte final de la campaña regular, perdiendo incluso la primera plaza del este, endosó un 4-0 a los Indiana Pacers en primera ronda pero sin pasearse en los partidos -el mayor triunfo, por seis puntos-, cogió vuelo ante los Toronto Raptors y solo se permitió un desliz contra los Boston Celtics, ganando los otros cuatro partidos por 13, 46, 13 y 32 puntos. Por su parte, los Warriors no encontraron rival ni en los Portland Trail Blazers, ni en los Utah Jazz ni en unos San Antonio Spurs que colapsaron al quedarse huérfanos de Leonard en el primer partido.
Cuentas pendientes Además, tampoco hay que olvidar que entre ambas escuadras existen cuentas pendientes desde la final de la pasada temporada. La franquicia de Oakland sigue teniendo la espina clavada de haber perdido el título en su propia cancha y después de haber dominado la eliminatoria por 3-1 y siempre ha defendido que la reacción de los Cavaliers se fundamentó en el hecho de que Draymond Green no pudiera jugar el quinto partido de la serie por sanción. El dramático desenlace de aquella lucha por el título -estratosférico tapón de James a Iguodala con el partido igualado y triple definitivo de Irving delante de las narices de Curry- y las declaraciones posteriores realizadas desde ambos bandos no han hecho más que acrecentar esa sensación de existencia de cuentas pendientes.
El factor cancha nuevamente a su favor y la suma a su artillería de Kevin Durant hacen que los Warriors vuelvan a partir como favoritos en la lucha por el título, algo que, al menos en apariencia, no preocupa demasiado a los Cavaliers. “Esto de ser víctimas me divierte, después de todo estamos defendiendo nuestro título. Creo que será algo que utilizaremos como motivación”, aseguraba el lunes Kevin Love. A pesar de que los números dictan que los rendimientos de ambos están siendo bastante parejos -Cleveland tiene la mejor eficiencia ofensiva en los play-offs con 120,7 puntos por cada 100 posesiones y Golden State es segundo, con 115,8; los Warriors son líderes en cuanto a eficiencia defensiva, con 99,1 puntos permitidos por cada 100 posesiones; con los Cavaliers terceros con 104,6-, son muchos los que se decantan por la franquicia de Oakland basándose ante todo en su mejor rendimiento en labores de retaguardia, su gran banquillo, el perfecto encaje de Durant en una máquina ya perfectamente engrasada y la sensación de que los de Kerr -¿le dejarán sus problemas de espalda sentarse en el banquillo?- aprendieron la lección del pasado curso y en lugar de desgastarse en la caza de récords históricos han dado descanso suficiente a sus figuras para que lleguen a junio en perfecto estado de revista. Los californianos no han necesitado exhibiciones de Curry, Thompson y compañía para avasallar a todo el que se ha puesto este curso en su camino y eso debería inquietar sobremanera a sus rivales.
El reto de los Cavaliers Y es que en Estados Unidos son muchos los que siguen defendiendo que, sin la sanción de Draymond Green, LeBron jamás habría podido gritar, envuelto en lágrimas, aquello de “Cleveland, this is for you! (¡Cleveland, esto es para ti!)” abrazado al trofeo Larry O’Brien. Y ese es el reto de los Cavaliers, intentar volver a derrotar a un rival en apariencia inabordable. Y para ello su principal argumento sigue siendo el propio James, quien a sus 32 años llega a estas finales en el momento más álgido de su carrera. El fenómeno de Akron sigue demostrando que su rendimiento individual todavía no ha alcanzado techo mientras despeja con elegancia las comparaciones con Jordan, cada vez más constantes. Más rápido que nunca, más fuerte que nunca, más certero en el triple que nunca y más intimidante que nunca, la carga de minutos no parece pesarle, pero los Warriors le someterán a un nivel de exigencia en ambas canastas que ningún otro conjunto de la NBA es capaz de igualar. Por eso Cleveland tendrá que ser más que James y sus compinches si quiere repetir éxito. Lue necesitará la mejor versión de estrellas como Irving y Love y secundarios como Smith, Korver o Shumpert para poder llevar su maquinaria al límite. Y es que los Cavaliers sufren de vez en cuando peladuras de cables, pero cuando entran en momentos de trance, como ocurrió en varias fases de la final del Este ante Boston, y enganchan minutos de plenitud defensiva y, sobre todo, rodillo ofensivo a base de contraataques de un par de segundos de duración, circulaciones de balón centelleantes y rachas triplistas no existe rival que pueda mantener su mirada.
La final que todo el mundo barruntaba desde el mismo momento que la pasada temporada bajó el telón ya está servida y todo el planeta baloncesto tiene tantas ganas de presenciarla como los protagonistas de disputarla. Ya lo dijo Draymond Green, siempre chispeante delante de un micrófono, el día que arrancó este curso: “Nuestro único objetivo debe ser ganar la Conferencia Oeste y entonces, si Cleveland asoma por el Este, quiero destruirles. Sin peros que valgan. Sé que para llegar a ese punto hay que dar otros pasos anteriores, pero si llegamos allí quiero aniquilarlos”. Kevin Love le respondió el lunes: “Dijo que nos quería ver; aquí estaremos a partir del jueves (por hoy)”. El mayor de los desafíos ya está servido.