La cima del Everest (8.848 metros de altura) sigue a la espera de Alex Txikon, que lleva desde el pasado jueves en Katmandú, capital de Nepal. El alpinista de Lemoa tuvo que descender del Campo Base del techo del planeta para arreglar las diferencias económicas surgidas en mitad de la expedición. Una vez solucionadas, el vizcaino continuará durante unos días en la ciudad a la espera de regresar a la montaña con la intención de hollar en invierno y sin oxígeno. Nadie lo ha conseguido y Txikon está pleno de fuerzas y moral. Hasta el 21 de marzo, fecha en la que entra la primavera, hay tiempo.
Va a pasar los próximos días en Katmandú a la espera de regresar al Campo Base del Everest. Han pasado 56 días desde que comenzó la expedición y ha vivido momentos complicados con el ataque a cumbre fallido, una avalancha y problemas logísticos con la agencia Seven Summits Trek. ¿Cómo está?
-Me encuentro bien. Estoy muy contento. Hemos invertido mucho tiempo en esta expedición y hemos peleado desde el primer momento. Al principio, tuvimos que empujar para conseguir la financiación. Cada mínimo detalle hemos tenido que pelearlo más de la cuenta. Así que la sensación es muy positiva. Según va subiendo la exigencia y te vas encontrando algunas piedras en el camino, te sientes más realizado cuando las cosas salen bien. Estamos en Katmandú en este instante y de todo se aprende. Hemos logrado solucionar las cuestiones que teníamos y estamos deseando volver arriba.
¿Cómo afecta el regreso a Katmandú después de mes y medio en el Everest?
-No afecta. Es todo lo contrario. Es superpositivo, cuando el cuerpo está aclimatado a 6.000 metros y bajas, el oxígeno empieza a correr por tus venas. De la aclimatación que llevamos hecha, de los días que llevamos fuera de casa, ahora mismo tenemos una supercompensación. No solemos hacerlo, pero, tal y como hicimos en 2013, si tú bajas 2.000 o 3.000 metros, el cuerpo siente una compensación. Nosotros, que vamos a estar abajo una semana, vamos a subir con gas, con mucha fuerza. De hecho, la gente que suele venir en primavera baja o a Katmandú o a Namche Bazaar y se pasan ahí de tres a cinco días.
¿Cuál es el plan en Katmandú?
-Vamos a tardar una semana en volver al Campo Base. Respecto a los dedos de los pies y de las manos, que tenemos acartonados, trataré de recuperarlos. Además, vamos a tratar de trazar la estrategia de la ascensión. También estoy pensando, escribiendo y, en definitiva, teniendo tiempo para mí. Es fundamental. En el Campo Base también lo tienes, pero aquí es más cómodo. Sobre todo, si bien no tengo nada congelado, poco a poco me voy sintiendo mejor y recuperando. He perdido mucho peso -12 kilos- y estoy recuperando algo.
¿Cómo se encuentra físicamente?
-Los dedos de las manos y los dedos de los pies los tengo un poco acartonados de escalar, pero estoy bastante bien. Estoy tratando los pies y los tengo tocados del trabajo que hemos hecho. No es nada grave. Trataremos de hacer las cosas lo mejor que sabemos, con la misma motivación. Asimismo, tengo dolorida la espalda, el cuello y la cintura todavía por la avalancha.
En las últimas jornadas vivió momentos tensos en el Campo 4 y con el desmantelamiento del Campo Base. ¿Trata de pasar página?
-Lo cierto es que en el Campo 4 estábamos a 7.950 metros de altura a las cuatro de la tarde y no podíamos ni montar una tienda de campaña con las rachas de viento que había: se registraron ráfagas de 80 kilómetros por hora y la temperatura rondaba los 35 grados bajo cero, con lo que la sensación térmica superaba los 75 grados bajo cero -temperatura en la que cualquier parte del cuerpo expuesta al viento sin la debida vestimenta se puede congelar en treinta segundos-, y pasamos muchísimo frío. Fueron momentos de muchísimo compromiso. Bajamos de allí al Campo 3 y tuvimos una noche complicada. Después, nos vino la avalancha. Hoy es el día en el que cierro los ojos y todavía me veo dentro de esa avalancha. Caí cien metros de golpe y toqué tres veces el suelo. Imagínese el momento. Es complicado pensar en esos episodios.
Y, después, llega el problema con el equipo de la agencia Seven Summits Trek.
-Estás en otro continente, en otro país, con gente con otra metodología, otra forma de cocinar, otra forma de organizarse y hubo malentendidos con el equipo. Entre una parte a la que no entendí yo y otra que no me entendió a mí, el encargado de estar en el Campo Base, que pasa allí desde marzo hasta junio, por un poco de aquí y otro poco de allí, al final, nos desmontó el Campo Base. Son cosas que pasan. Por ejemplo, los escaladores nepalíes que fueron hasta arriba, no usaron el oxígeno artificial hasta casi los 8.000 metros en esta última ascensión, con viento y mucho frío. Ellos no tienen experiencia invernal, porque como mucho suelen salir en noviembre, y, verse allí en condiciones tan adversas, da que pensar que es una aventura exigente. Ahora está todo arreglado y nos hemos tirado a la piscina. Vamos a ir con fuerzas. No voy a negar que sintiera frustración cuando intenté arreglarlo desde allí arriba. Tenía una sensación muy amarga para un final de expedición. Si teníamos todo preparado, ¿por qué se iba a acabar? Pero, ya está, toda esa frustración se ha transformado en un sentimiento positivo, de alegría.
El hecho de que los cuatro sherpas que han estado con usted hasta el momento quieran seguir en la expedición tiene que ser una reafirmación, ¿no?
-Sí. Es lo bonito. Notas cómo te vas ganando su respeto. Los nepalíes suelen ir cargados, pero en este caso he tratado de ser yo la mula de carga y dar ejemplo. En definitiva, repartir el trabajo. Quería dejar ver que aquí también se trabaja. Hemos compartido de todo con ellos. Hemos tratado de hacerles sentir que todos somos iguales.
Tienen de plazo hasta el 21 de marzo para continuar con la expedición invernal al Everest sin oxígeno. Queda tiempo.
-Sí. Tenemos cinco semanas, que aún es un mundo. Se ha hablado bastante del ataque a cumbre. Hemos trabajado con diferentes meteorólogos y lo vimos claro, que el 14 de febrero se podía. El 13, diez horas antes de salir, se seguían manteniendo los partes climatológicos, pero todo cambió. Estamos trabajando con diferentes métodos y hemos cambiado de estrategia. Desde el Campo 2 hacia arriba estamos escalando de noche. Es curioso, porque es cuando más frío hace, pero uno tiene que adaptarse a la montaña. En el Nanga Parbat, íbamos de Campo a Campo cuando pegaba el sol, pero en el Everest no tenemos esa oportunidad por tema de orientación. El sol empieza a pegar a las 11 de la mañana y, si saliera del saco a esa hora, llegaría muy tarde al objetivo. Es otra estrategia. No se imagina lo diferente que es escalar en primavera y en invierno. Es como montar en una moto de 125 y otra de 500. Es otro deporte. Es como de la noche al día.
La expedición ha sufrido varias bajas: Carlos Rubio -por una inflamación pulmonar que no revestía gravedad-, Lakpa Sherpa y Cheppal Sherpa. ¿Cómo le afectan?
-Afecta mucho psicológicamente hablando. Por otro lado, se nota a nivel de trabajo. Hemos ido perdiendo gente y nos hemos quedado cuatro pelados. Cuando el equipo va perdiendo gente, toca llevar más peso, más mochilas y hacer más trabajo, en vez de repartirlo. Acabas llevando treinta kilos a la espalda. El equipo va perdiendo efectivos y toca trabajar más. Son momentos críticos, pero de los que tienes que seguir adelante.
Cuando regresa del Collado Sur, porque el viento es insoportable, una de sus declaraciones es que fue más “duro” que la cima del Nanga Parbat de 2016. ¿Qué diferencias observa entre la montaña paquistaní en invierno y el Everest?
-Por un lado, salimos a hacer la cima del Nanga Parbat a las 5 de la madrugada y nos pegó el sol a las 10 de la mañana. Dije eso porque la montaña paquistaní es un caramelito comparada con el Everest por el compromiso, el trabajo que estamos realizando y, sobre todo, por el peligro que hay del Campo Base al Campo 1. Después, es complicada la pared oeste del Lhotse y las condiciones son muy duras. En el Campo Base la vida es más cómoda -el sol dura desde las 10.15 horas y se esconde a las 17.00 horas- y en Paquistán, el primer día que llegamos, únicamente tuvimos una hora y media de sol. Eso sí, las condiciones climatológicas son mucho más duras.
Una de las cosas que valoraron como peligrosa al inicio de la expedición fue la Cascada del Khumbu. Era una incógnita para ustedes. ¿Qué se han encontrado?
-La Cascada del Khumbu ya la tenemos bastante trabajada, pero es complicada. Hemos tenido muchas veces colapsada la Cascada y la hemos tenido que trabajar. En algún momento, me tocó ir de primero y tienes que ir cargado con las escaleras y es muy peligrosa.
¿Cómo queda el Everest después de esta semana en Katmandú?
-Del Campo 2 al Campo 4 está todo fijado. Tengo previsto que haya cuatro días de trabajo desde el Campo Base al Campo 1.