- A Lugo le protege la ingeniería del imperio romano, que por miedo a las hordas, a los bárbaros del norte de Europa, fortificó la ciudad, un enclave geoestratégico para los asuntos romanos, que eran muchos y variados. Básicamente, desde Lugo, Roma pretendía extenderse por el noroeste de la península ibérica. La ciudad la hicieron fuerte y resistente con un cinturón de piedra de más de dos kilómetros. Los muros de entre cuatro y siete metros de grosor defendían el territorio, abrazado por las piedras. Siglos después a la fortificación, que mantiene un estupendo aspecto, un centroeuropeo, Gianni Meersman asaltó Lugo impulsado por la catapulta de la velocidad. Hombre bala. El belga, que exhibió su olfato ganador en Baiona, al lado del mar, metió el hocico entre las piedras para empastar su segundo laurel en la Vuelta, con la respiración entrecortada en un final nervioso y peligroso donde se amontonaron las caídas y la irresponsabilidad. En la búsqueda de la murallla, se cinceló un parte de guerra.
Kruijswijk, Prades, Hurel y Kiserlovski se estamparon en el tramo final. Una chatarrería de huesos, piel y carbono. El frontispicio de Lugo se convirtió en un relieve con nombre de los caídos. “Por suerte no me he visto involucrado en la caída. Se ha producido delante mío y he tenido que saltar por encima de la pierna de un ciclista. Me he librado, pero se ha caído mi compañero Kiserlovski”, enfatizó Contador, que esquivó el caos.
El madrileño sigue de pie en la Vuelta. “Por supuesto que no doy nada por perdido. Las diferencias son grandes con los rivales, pero queda mucha Vuelta y seguimos en la pelea”. Al igual que Froome, que salvó el pellejo por centímetros ante la muralla. Kruijswijk no pudo decir lo mismo. El holandés se estrelló contra un bolardo no señalizado que le dejó fuera de combate con la clavícula rota por culpa de la negligencia. Lo ocurrido en Bilbao, donde un bolardo mal señalizado dejó maltrechos a Pardilla y Stetina, se repitió en Lugo.
Se desfogó la carrera una vez apresado Thiago Machado. Antes se había entregado en la comisaría Julien Morice, su compañero de fuga. Apretado el pelotón, la incertidumbre recorriendo el espinazo de la carrera, los equipos pasaron revista a los velocistas y a los favoritos. Intereses encontrados. Simon Clarke y Phillipe Gilbert tocaron la corneta para descarrilar la carga de la caballería. En una final sinuoso y callejero, el australiano y el belga buscaron el efecto sorpresa en un pasaje que enlazaba con el de las clásicas. Los dos se elevaron en un repecho mientras las curvas dificultaban las maniobras del ejercito regular y su marcha imperial. Finalizado el repecho, no hubo calzada para Clarke y Gilbert, tachados por los dueños de los galgos.
Antes solo quedó el recuerdo de Machado, un Quijote portugués que entregó su escudo y su lanza cuando despuntaba Lugo. A su Rocinante no le quedaba galope después de su aventura con Morice, su Sancho Panza. Los dos recorrieron una vida. La del francés, con más armadura, duró menos en un terreno con lija. Machado, más liviano y tozudo, como un hidalgo que pasa hambre y se nutre de la imaginación, tuvo más cuerda, pero no la suficiente. Al portugués le cortaron la ilusión. Subió la velocidad y el punto de ebullición del sprint silbó como el café mañanero que sale a borbotones de una cafetera italiana cuando se le pierde el ojo y se le da mucho calor. En medio del desfiladero, con las pulsaciones sobre la cornisa de un rascacielos, los nervios ovillaron la marcha.
demasiado peligro “Ha sido un final peligroso, aunque durante la etapa se iba cómodo a rueda y por eso todos han llegado con fuerzas para meterse en el esprint”, describió Samuel Sánchez después de la siembra de caídas, que paradójicamente ocurrieron con el piso seco, sin el reflejo de la lluvia que convirtió el asfalto en un espejo. “Estos finales son peligrosos porque todos quieren esprintar y hay nervios”, reforzó Contador. “Viendo las caídas que hubo, seguir bien en carrera nos hace felices”, expresó Quintana, que también llegó de una pieza. Nada que ver con Kruijswijk. El holandés, que a punto estuvo de colorear de naranja el Giro rosa, se quedó tendido en una acera con la clavícula rota tras impactar con un bolardo sin señalizar. La Percha, como se conoce al holandés, no se sostendrá más sobre la Vuelta. Se llenó el suelo de dorsales y de dolor. Se cortó entonces el grupo y el sprint se resolvió en un reservado. Reunidos los velocistas en petit comité. En ese debate, Meersman, sólido, colocado en el punto exacto por Stybar, evidenció su superioridad ante Viviani, que le soportó la mirada hasta los morros de la muralla, asaltada por Meersman, y esquivada por Contador, que saltó una pierna para seguir en pie.