berna - A falta de emoción e intriga alrededor de Froome, blindado por su séquito de figuras en el Sky, la foto finish narra la vida del Tour, que se encaramó en Berna, la casa de Fabian Cancellara. Suiza y su nariz respingona, con ese aire aristocrático y clasista, festejó a Spartacus, uno de sus vecinos más insignes. A la meta se llegaba a través del pavés, el suelo de Cancellara. Los adoquines aplaudieron a su dueño, Cancellara, anfitrión de un día festivo en las cunetas de la acaudalada Suiza, donde vivir cuesta un riñón. Vencer en el Tour, también. Un golpe de riñón, el alma de los ciclistas cuando el lactato invade el organismo y las piernas se hinchan, coronó a Peter Sagan por tercera vez ante el temible Kristoff, un gigante en bicicleta. Sagan es un coloso. El eslovaco se estiró con el riñón y derrotó al noruego, cuyo golpe fue un puñetazo de rabia sobre el manillar. La silueta de una derrota ajustadísima.
Después de los golpes, Sagan recibió las palmadas de Oleg Tinkov, propietario del equipo, siempre dispuesto al halago y la crítica desmedida. Es ver una cámara y Tinkov inicia su cortejo con el espectáculo. Se le enciende el piloto rojo al ricachón, enfundado en una camiseta de Sagan. Rec. Puro show. Gesticula y lanza sus mensaje, señala al eslovaco, a su estrella. El magnate ruso prometió que seguiría invirtiendo en el ciclismo si Sagan lograba ganar tres etapas. El eslovaco ha cumplido. Tal vez a Oleg Tinkov le cueste un riñón mantener el Tinkoff pero si cumple con su palabra, la escuadra seguirá adelante. El que no para es Sagan, que gasta ese aire de despistado, el de un genio encubierto en un halo de despreocupación.
Pícara la sonrisa besó a su chica tras su victoria. Fue el beso dulce del triunfo en un final a corazón abierto, donde el eslovaco desplegó su extraordinario catálogo, brillante y colorido como el arcoíris que tatúa su ciclismo lúdico y de confeti. El eslovaco pudo con Kristoff en el filo, en la cabeza de un alfiler donde se encontraron Sagan y el noruego, una vez que la burbuja de Valverde reventó. Sep Vanmarcke trató de sorprender en las piedras, pero los adoquines no lapidaron el sprint. Gaseosa antes del champán. La volata se descorchó por el centro, que tomó Sagan, implacable frontman. A un palmo Kristoff coceaba los pedales. Sagan soportó el redoble de Kristoff y su riñón remató. Saludada su chica, Katerina, Sagan chapurreó con Chris Froome, bromista antes de acudir a la ceremonia del podio. Intercambiaron cumplidos. “Es un corredor fenomenal, muchos tienen miedo de Sagan porque es capaz de hacerlo todo. De hecho, me ha sorprendido que no atacara antes para acabar solo”, dijo Froome. Dos corredores a un podio pegados. Feliz el eslovaco en medio de la adrenalina, gozoso Froome en un Tour insípido, sin oleaje, un estanque.
portentoso martin Varios párrafos antes de la irrupción siempre espectacular de Sagan, la brillantina se posó sobre Tony Martin, otro ciclista mayúsculo. El portento alemán ofreció una exhibición de cómo adelgazar el pelotón. Martin se llevó de equipaje a su compañero Alaphillippe. Ambso dieron un garbeo en descapotable por Suiza. El motor centroeuropeo de Martin, un tren de mercancías, elevó la velocidad de la etapa a umbrales propios de las contrarrelojs. Afamado especialista, Tony Martin se paseó rugiendo como la turbina de un caza. Alaphilippe, menudo y escalador, se subió a la estampida de Martin, acomodados los brazos del centro del manillar. El sofá de un contrarrelojista.
La escena remitía a esos documentales del África salvaje donde los rinocerontes trasladan sobre su chepa a pajarillos que les cuiden la piel. Alaphilippe era el pajarito que disfrutaba de las vistas subido sobre la azotea de Martin, que masticó con esas dos mazas que tiene por piernas un montón de kilómetros. Al francés le costaba mantener el rebufo de su camarada, cuyos relevos, larguísimos, profundos, les pusieron en órbita durante 173 kilómetros. Tony Martin, un forzudo, hacía press de banca con el pelotón colgado de sus piernas. A una veintena de kilómetros, Martin y su huésped, Alaphilippe, saludaron al respetable y entraron en el bidegorri. Entonces se encendió Rui Costa. La mecha apenas le alcanzó al portugués para ganarse unos planos. En Berna, el hogar de Cancellara, llegó el momento de rendir cuentas. En el ciclismo, el secreto bancario queda al descubierto salvo para quienes pagan sus impuestos en países con mejoras fiscales. La carretera no permite ingeniería financiera. No hay escondites que valgan. Kristoff llegó con ventaja, pero olvidó lanzar la bicicleta. A su pedaleó le faltó el acto reflejo. Lo tuvo Sagan, que vale un riñón.